ASESINATO POLÍTICO JUNTO AL KREMLIN
Miles de escépticos moscovitas dicen adiós al opositor Nemtsov
Ningún asistente al funeral cree que la investigación logrará hallar a los culpables
Dmitri Afanassiev, médico moscovita, resumía a la perfección con sus palabras el sentir de los miles de ciudadanos que ayer aguardaban su turno en los aledaños del Centro Sajárov de Moscú para contemplar por última vez el rostro de Borís Nemtsov, uno de los más acérrimos críticos del presidente Vladímir Putin y su régimen, asesinado a tiros el viernes por la noche a escasos metros de las murallas del Kremlin: «Vengo porque tengo vergüenza de mi país, de mis conciudadanos, del hecho de que nosotros no hayamos podido impedir algo semejante. Putin es culpable, pero nosotros también».
Y es que para muchos de los congregados ayer -miembros y simpatizantes de la oposición liberal extraparlamentaria- lo más sangrante de los sucesos de Moscú del viernes es la tibieza mostrada por una parte importante de la ciudadanía rusa ante la sucesión de asesinatos políticos que han sacudido al país en los últimos años, y en los que han perdido la vida prominentes periodistas, como Anna Politkóvskaya o Anastasia Babúrova, corajudas defensoras de los derechos humanos, como Natalia Estemírova, o audaces disidentes con información privilegiada sobre los secretos del régimen putiniano, como el exagente del Servicio Federal de Seguridad (exKGB), Aleksándr Litvinenko. Una tibieza que, según dio a entender el opositor Gennady Gudkov, está favoreciendo el clima de impunidad imperante. «Los disparos no fueron solo contra Nemtsov, sino contra todos nosotros; nunca pensamos que algo así pudiera suceder, pero ha sucedido; descansa en paz, amigo mío», proclamó Gudkov en un discurso pronunciado junto al mismo féretro.
Ataúd abierto
El ataúd de Nemtsov, parcialmente abierto para permitir a los dolientes ver su rostro, siguiendo los dictámenes funerarios de la tradición religiosa ortodoxa, se hallaba en el centro de una sala donde colgaban retratos del difunto. Una música de duelo, acompañaba al evento. Muchos de los congregados cuestionaban abiertamente y sin ambages la capacidad de la investigación, que ha asumido el propio Putin en sus manos, de hallar a los responsables materiales e intelectuales del asesinato. «Era un hombre del que me sentía muy próxima; quería decirle adiós, era un hombre que tenía principios, un hombre carismático», valoró la psicóloga Maria Koniakova.
El funeral, que fue seguido de un entierro en el cementerio moscovita de Troïekuróvskoye, contó con destacadas ausencias. La primera, la de su novia, la jovencísima modelo ucraniana Anna Durítskaya, quien el martes por la noche pudo por fin regresar a Ucrania, después de denunciar que llevaba retenida días por la policía, al ser la única testigo del asesinato. Al presidente del Senado polaco, Bogdan Borusewicz, le fue negada la entrada en el país, así como a la eurodiputada letona Sandra Kalniete, vetada en el mismo aeropuerto de Sheremétievo. El principal opositor al Kremlin, Aleksei Navalny, tampoco fue autorizado a asistir a las exequias.
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