Crisis en un país del este de Europa

«Esperamos al Kremlin»

Muerte por doquier 8Un hombre examina un cadáver en Mariupol.

Muerte por doquier 8Un hombre examina un cadáver en Mariupol.

IRENE SAVIO
DONETSK

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En la región de Donbass, ya nadie vive en paz. En la tortuosa carretera que une Donetsk con Gorlovka, hasta ahora carente de combates, se tarda en transitarla el doble de lo habitual debido a la existencia de cuatro puestos de control. En las calles de las localidades que más ira exudan contra el Gobierno de Kiev, como Kramatorsk, Slavyansk y Mariupol, muchas tiendas han cerrado sus puertas y no se sabe cuándo reabrirán, pues las distancias entre los grupos armados beligerantes se hacen cada vez más cortas. En los edificios ocupados, que los milicianos prorrusos han rodeado con sacos de arena y alambre de espino, ondean banderas separatistas y se blanden fotografías de los caídos en el campo de batalla. Es el destino de un pueblo que lucha recurriendo a sus entrañas.

«¡Mariupol resiste!», gritan unos 80.000 civiles y milicianos prorrusos en Donetsk, mientras tenía lugar un nuevo baño de sangre en la vecina ciudad a orillas del mar de Azov, donde enfrentamientos callejeros entre las tropas fieles a Kiev y los separatistas acabaron con la vida de más de 20 personas, varias de ellas civiles.

«¡Nunca perdonaremos Odesa!» y «¡Rusia, Rusia!», repiten, marchando entre fusiles de asalto kalashnikov de última generación y mujeres con bebés entre los brazos, en el que fue un trágico aniversario de la rendición en 1945 de la Alemania nazi ante los aliados.

«Nunca antes había discutido con tanta rabia con mi familia, con mis padres, con mis amigos. ¿Por qué hemos llegado a este delirio?», explica el camarero Andriy, un joven que no superaba la veintena, cansado de tener que conciliar su agotador horario laboral con las precauciones necesarias para salvar la vida, en especial durante la noche, que es cuando se incrementan los tiros. «Votaré a favor de la escisión de Donetsk porque no soy fascista», dice Sergei, experto en temas ambientales, quien, sin embargo, confiesa no saber quiénes son los líderes de la revuelta. «Yo tampoco lo sé, ni me fío de ellos», interviene el abogado Rinat, quien se proclama favorable a la secesión en un referendo que los insurgentes quieren celebrar el domingo.

Sin explicaciones

En Lugansk, una de las primeras ciudades en caer en manos de los separatistas, ni los huérfanos de la oenegé SOS The Children han sido inmunes a los combates. Se encuentran bien, pero desde hace semanas no van a la escuela. «No es sencillo explicar lo que ocurre a los niños cuando nos miran a los ojos», asegura hace días la organización.

El ocupado edificio de 11 plantas de la Gobernación de Donetsk reúne, de alguna forma, muchas de estas tristes paradojas. En la planta baja, hay una enfermería y una oficina que expide documentos de una entidad que aún no existe, la República de Donetsk. En el 11º piso, se halla el cuartel general, custodiado por encapuchados.

Allí se reúnen los líderes insurgentes que, según Kiev, deciden el destino de un ejército de 1.000 hombres. «El Kremlín no nos ha contactado», decía a este diario uno de ellos, identificándose como Vladímir Dmitrievich, sin dar su apellido. «Pero estamos esperando esa llamada», insiste, mientras a pocos kilómetros, la ciudad de Mariupol se convertía en sinónimo de muerte.