La cita anual de la política estadounidense

Obama modera sus ambiciones en el nuevo programa político

Barack Obama saluda a una trabajadora del sector de la alimentación durante su viaje a Maryland, ayer.

Barack Obama saluda a una trabajadora del sector de la alimentación durante su viaje a Maryland, ayer.

RICARDO MIR DE FRANCIA
WASHINGTON

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ningún cargo político pone al alcance de una sola persona tanto poder como la presidencia de EEUU, pero seguramente tampoco haya otra autoridad sometida a más límites y contrapesos. Barack Obama habló de las frustrantes fronteras del poder presidencial en un reportaje reciente del New Yorker. «No podemos reformar el mundo al completo durante el breve periodo de tiempo que tenemos», afirmó. «A la postre, somos parte de una larga historia. Simplemente tratamos de que nuestro párrafo nos haga justicia».

Aquellas palabras al periodista David Remnick escondían la esencia de su sexto discurso del estado de la Unión. Después de chocar una y otra vez contra el muro levantado por los republicanos en el Congreso, Obama ha aceptado la realidad. Y parece estar dispuesto a vivir con ella. Porque por más que invite a sus líderes a jugar o los fustigue ante las cámaras, los conservadores nunca aceptarán un moderado giro a la izquierda o su gloria personal. Y como escribió ayer el New York Times, ha decidido «independizarse» de ellos.

De ahí que esbozara para este 2014 un programa relativamente modesto en lo que a sus ambiciones se refiere. Las grandes transformaciones, como la reforma de la inmigración, la fiscal y el control de armas, pasaron de puntillas por el discurso. No eran nuevas. En cambio, se centró en los pequeños pasos que podría dar por decreto para fomentar la igualdad de oportunidades y apuntalar la economía. Desde la formación para los parado a la subida del salario mínimo para contratistas del Estado.

«PRESIDENCIA IMPERIAL» / «Norteamérica no se para ni tampoco lo haré yo. Allí donde pueda y cuando pueda tomaré medidas sin legislar para dar oportunidades a más familias americanas», dijo ante las dos cámaras del Congreso. Obama sabe que todo lo aprobado por decreto es efímero, ya que su sucesor tendrá la potestad de anularlas nada más tome posesión, pero el clima en Washington no permite mucho más. Allí la honestidad escasea y la histeria vende. Sirva un ejemplo. Aunque Obama es el presidente que menos órdenes ejecutivas ha firmado en las últimas décadas, es irrelevante para los republicanos. Ted Cruz describió la suya como «una presidencia imperial» y Rand Paul invocó a Montesquieu para alertar de que su Gobierno podría degenerar en una «tiranía».

Quizá lo más valioso de su discurso, con el que necesita relanzar su presidencia y revertir el escepticismo de los estadounidenses hacia su proyecto, estuviera en lo intangible. Obama ha sido el primer dirigente político occidental en hacer la desigualdad económica en el reto prioritario de este comienzo de siglo y en alertar de sus peligros, un asunto abrazado también por el papa Francisco y que han reconocido hasta los tiburones del Foro de Davos. «Nuestro trabajo consiste en revertir estas tendencias», dijo ante los beneficios récord de las multinacionales o la gloria de las bolsas con el estancamiento de los salarios y el frenazo de la movilidad social.

En política exterior no hubo novedades. Su aspiración a cerrar este año Guantánamo, que en buena medida depende también del Congreso, sonó a disco rayado. Más firme y convincente se mostró en su apuesta por las negociaciones con Irán. Se comprometió a vetar cualquier nuevo paquete de sanciones que aspire a boicotear el acuerdo temporal con los ayatolás. «Si Kennedy y Reagan pudieron negociar con la URSS, una Norteamérica fuerte y segura de sí misma puede negociar hoy con adversarios menos poderosos», dijo.