POLÉMICA EN FRANCIA

«No toques a mi puta»

La protesta 8Manifestación contra la reforma que prepara el Gobierno, el sábado, en París.

La protesta 8Manifestación contra la reforma que prepara el Gobierno, el sábado, en París.

ELIANNE ROS
PARÍS

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«No toques a mi puta». El título de la tribuna suscrita por 345 intelectuales franceses es intencionadamente provocador. No menos que el grito de guerra con el que han bautizado la declaración: «Manifiesto de los 343 cabrones», en alusión al firmado en 1971 por 343 feministas -se autodenominaron «guarras»- en defensa del derecho al aborto. El texto se opone enérgicamente al proyecto de ley del Gobierno para combatir la prostitución por la vía de penalizar a los clientes. La legislación, que será debatida en el Parlamento a finales de noviembre, prevé una multa de 1.500 euros para quienes paguen a cambio de sexo.

Entre los firmantes, todos hombres, destaca el popular escritor y cineasta Frédéric Beigbeder, actualmente director de la revista Lui, versión francesa de Playboy. Béigbeder ha impulsado la iniciativa junto con Elisabeth Lévy, directora de la redacción de la revista política Causeur, que ha hecho público el manifiesto.

Humoristas y periodistas

Se han sumado humoristas de izquierdas, como Nicolas Bedos, y de derechas, Basile de Koch -marido de Frigide Barjot, la líder del movimiento contra el matrimonio gay-, el mediático periodista conservador Eric Zemmour, o autores como Jean-Michel Delacomptée, Jacques de Guillebon y François Taillandier. Se descubren también nombres como el actor Philippe Caubère, el cantante Antoine o el abogado Richard Malka, que defendió al protagonista del mayor escándalo sexual de los últimos tiempos, el exdirector del Fondo Monetario Internacional (FMI) Dominique Strauss-Kahn.

Todos ellos rechazan la persecución de los usuarios de los servicios sexuales por considerar que «cada uno tiene derecho a vender libremente sus encantos e incluso a hacerlo con placer». Tras precisar que son hostiles «a la violencia» y a la «explotación» por parte de los proxenetas, se declaran amantes de «la libertad, la literatura y la intimidad»«En cuanto el Estado se ocupa de nuestras nalgas, los tres están peligro», sostienen. Se pronuncian «contra lo sexualmente correcto» y reivindican «vivir como adultos» sin ser considerados como unos «frustrados perversos o psicópatas».

El documento ha levantado una considerable polémica, y la cólera del Gobierno de François Hollande. «Las 343 guarras pedían disponer de su cuerpo, los 343 cabrones piden disponer del cuerpo de los demás. No merece ningún otro comentario», fulminó la portavoz del Ejecutivo, Najat Vallaud-Belkacem y ministra de los Derechos de las mujeres. La alusión al célebre manifiesto escrito por Simone de Beauvoir  y publicado por el semanario Nouvel Observateur hace 42 años revolvió las tripas de la portavoz. No fue la única.

«Está completamente fuera de contexto la referencia al manifiesto de las 343», reprochó Morgane Merteuil, portavoz del Sindicato del trabajo sexual.  «Estos 343 firmantes no son en absoluto subversivos. Sabemos muy bien que la mayor parte utilizan los servicios de prostitutas, y siempre tendrán sus recursos», condena.

Feministas que divergen

La militante feminista Anne Zelensky, que firmó el manifiesto de 1971, denunció un «malabarismo perverso, en el que la libertad es puesta al servicio de la defensa de una esclavitud»«Seamos serios, no es un placer abrir las piernas a la demanda, varias veces al día», proclamó. Pero no todas las que suscribieron el manifiesto comparten esta visión. La filósofa de izquierdas Elisabeth Badinter, se alinea con «los cabrones» al considerar que «la prostitución, si no es alienante, forma parte de la libertad individual. Es un derecho absoluto alquilar el cuerpo si se desea. No veo en qué el Estado debe controlarlo», declaró.

A juicio de Batinter, el Gobierno se equivoca «cuando se apoya en la ley sueca para decir que funciona». «Penalizar a los clientes es tan idiota como ineficaz», opina esta feminista para quien el Ejecutivo socialista se erige en estandarte de una concepción moral que no duda en descalificar:  «Son los victorianos del siglo XXI».