Marsella, el Chicago francés

Intervención de las fuerzas especiales en Marsella, el 19 de marzo.

Intervención de las fuerzas especiales en Marsella, el 19 de marzo.

ELIANNE ROS / París

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Si la inmensa mayoría de las películas francesas sobre la mafia están ambientadas en Marsella no es por azar. La segunda ciudad de Francia ha sido tradicionalmente el feudo de los capos, pero en los últimos años la delincuencia organizada se ha extendido por los barrios desfavorecidos, básicamente ocupados por inmigrantes, y los ajustes de cuentas entre bandas de traficantes se han convertido en una auténtica plaga. La violencia -24 asesinatos en el 2012 y cinco en lo que va de año- ha desbordado al Estado.

Pese al envío de refuerzos policiales, los tiroteos, en la calle y a pleno día, se suceden haciendo de Marsella el escenario de una versión moderna del Chicago de los años 20. Una imagen desastrosa para la capital cultural europea del 2013, acontecimiento que debía marcar el renacimiento de la ciudad.

De hecho, la operación de rehabilitación y dinamización del viejo puerto empezó bien. A principios de año la escalada sanguinaria parecía haber remitido. Solo era una tregua. En las últimas semanas el crimen a punta de kalashnikov vuelve a invadir la vida cotidiana de los marselleses. Las armas no son difíciles de conseguir. Según la policía, el fusil de asalto ruso se encuentra en el mercado negro por 1.000 o 1.500 euros.

«GUERRA A LA BARBARIE» / «Esta es una guerra del Estado de derecho contra la barbarie», sostiene el ministro del Interior, Manuel Valls, que ha cambiado a todos los responsables policiales y enviado 225 agentes suplementarios, que se añaden a los 8.000 efectivos en plaza. Al día siguiente de anunciar un nuevo despliegue de antidisturbios, como una provocación, apareció un nuevo cadáver, carbonizado, en un coche. Valls, el ministro más popular del Gobierno de François Hollande ha hecho de la batalla de Marsella un «reto personal». Su credibilidad, y posiblemente su futuro político, se juegan en esta ciudad del sur más incluso que en Córcega, donde el crimen organizado también causa estragos.

«El tráfico prospera a lomos de la pobreza», constata Valls en Le Journal du Dimanche. La ampliación del fenómeno va asociada a la crisis, que azota a los barrios pobres. En algunos de ellos, el paro juvenil alcanza el 70%. Para los jóvenes, la tentación de convertirse en traficante es enorme. «En un día puedes ganar centenares de euros», confiesa un adolescente de una cité (guetto) del norte. Con 900.000 habitantes, Marsella tiene censados 40 barrios conflictivos, llamados zonas sensibles, en las que residen 500.000 personas. A diferencia de París u otras ciudades, estos territorios donde las bandas imponen su ley no están todos en la periferia, sino en el centro también.

«Algunos delincuentes rechazan salir de la prisión porque temen ser liquidados en cuanto pongan los pies en la calle», sostiene un magistrado. Esto fue lo que le ocurrió a un joven de 23 años, condenado por tráfico de droga, el pasado 27 de febrero. Poco tiempo después de abandonar la cárcel falleció al ser tiroteado por un motorista. A un año de las municipales, la espiral de violencia centra el debate. Y una voz se ha alzado por encima del lamento del alcalde conservador Jean-Claude Gaudin. La senadora socialista Samia Ghali, que como alcaldesa del distrio 8 está en contacto con la realidad, advierte: «Las autoridades no miden la gravedad de la situación. Propongo recurrir al Ejército para bloquear los accesos, como en tiempos de guerra, con barreras».

GRAVE DETERIOROHollande ha descartado la intervención militar, pero el hecho de que se haya planteado demuestra hasta qué punto se ha deteriorado la seguridad. La droga, que apareció en los barrios del norte a finales de los años 1980, se ha convertido en la principal actividad económica de algunos vecindarios, donde incluso niños y jubilados participan en el engranaje.

El nacimiento de nuevas bandas ha generado lo que el fiscal de Marsella, Jacques Dallest, denomina «neobanditismo» para diferenciarlo del hampa tradicional de la ciudad, también muy violento y dedicado a negocios criminales más sofisticados. La suma de ambos focos de delincuencia criminal convierte a la población de Marsella en una verdadera olla a presión.