El protagonismo

La llama del verdulero

Orgullo familiar 8 La madre de Buazizi (centro) con dos de sus hijas, mostrando una foto de Mohamed.

Orgullo familiar 8 La madre de Buazizi (centro) con dos de sus hijas, mostrando una foto de Mohamed.

BEATRIZ MESA
RABAT

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Mohamed Buazizi, de 27 años, no eligió haber nacido en una ciudad perdida en el mapa de Túnez. Tampoco eligió vender frutas y verduras, a lo que se dedicó durante toda su vida porque, como jefe de familia, tenía que sacar adelante a una madre, dos hermanos y cuatro hermanastros. Su padre falleció cuando solo tenía tres años. Y este joven desdichado tampoco eligió convertirse en la llama que incendió Túnez, la misma que se propagó por el resto de los países árabes, hartos de seguir bajo el yugo de las tiranías.

Desde muy pequeño compraba frutas y verduras y las arrastraba tirando de un carro desde su casa en el barrio de Hainur, donde las casas de adobe se levantan entre descampados de montañas de basuras acumuladas sobre las que hordas de moscas suelen señorear. Luego, su humilde carrito lo llevaba hasta la plaza de Sidi Bouzid, donde el destino lo escogió para convertirse en el héroe de la revolución tunecina. Era un 17 de diciembre, hace hoy un año.

Como cada día, pensaba ganar tres euros, con los que comían hasta ocho personas y con él, nueve. Todos malvivían en una casa de una sola planta con tres pequeñas habitaciones, baño y cocina. Ese día que permanece en el recuerdo de la población tunecina, Buazizi fue reprendido por una mujer policía que le pidió una comisión por autorizarle a colocar su balanza.

Buazizi se negó a pagarle, a diferencia de los otros días, y la agente no tardó en soltarle una bofetada y humillarlo públicamente. La frustración, el hartazgo por la corrupción, la falta de oportunidades, la precariedad, el malvivir, provocaron que el joven corriera a por un bidón de gasolina frente a la sede del gobierno de la localidad, se lo echara encima y se prendiera fuego. Y aquí terminó todo para él, pero empezó una nueva era en su país.

Estalló la revuelta popular que derrocó la dictadura de Ben Alí, confinándolo al exilio, y cambió la vida política de Túnez. ¿Y qué ha sido de la familia del joven suicida? Cuando hace unos meses El PERIÓDICO visitó a la familia del mártir, la madre vivía acostada y enlutada y entumecía sus lágrimas agarrada al sebhaa (rosario musulmán). Con odio en los ojos, clamaba por una venganza divina contra la agente que instigó la muerte de su hijo; proclamaba que deseaba escupirle en la cara.«Quiero que sufra un castigo».

Tanto la madre como el resto de los familiares han pedido sin resultados responsabilidades a la agente. Ni siquiera han recibido alguna ayuda especial por parte del Estado. Lo único que les consuela es que la muerte de su hijo no ha sido en vano. Su nombre ya figura en la historia.«Estamos muy apenadas por su muerte, pero nos consuela y nos enorgullece que sea un héroe de la revolución»,subrayó la madre.

Se cumple hoy un año de su inmolación y a Mohamed lo recuerdan a diario en casa por su bondad y sacrificio. Era un joven autodidacta que trabajaba y estudiaba a la vez, pero las responsabilidades laborales le impidieron acabar el bachillerato. Su vocación por la informática y los idiomas lo encerraban en casa cuando terminaba su jornada en la plaza del pueblo.

El dinero que ganaba lo invertía en el pan diario de su familia y los estudios de su hermana Leila, que asegura que se graduará en la Universidad por la memoria de Mohamed Buazizi. Aún no se ha decidido por el periodismo o la abogacía, pero sueña con cada una de esas dos carreras y terminar con el infierno en su casa de Hainur.

La indignación prende

La vida de esta familia, de momento, sigue sumida en la precariedad. La madre, Manubia, y los hermanos se quejan de que la incipiente democracia en Túnez aún no ha traído la justicia social y que en las localidades rurales la corrupción policial sigue rampante.

Los hermanastros de Buazizi están condenados a abandonar la escuela, ingresar en el Ejército o servirse de otro carrito de verduras si todo sigue igual y Túnez continúa negando el futuro y el pan a las nuevas generaciones.

En la localidad de Sidi Buzid hay miles de jóvenes como Mohamed, parados pero con estudios en quienes prendió también la indignación ante las desigualdades y las faltas de libertades. Muchos de ellos ven en el partido islamista de En Nahda, vencedor en las pasadas elecciones, las primeras democráticas, la esperanza del progreso para este pueblo y el resto del mundo rural. Todo esto se lo deben a Mohamed Buazizi, quien ya figura, en colores rojos, en la calle principal de Sidi Bouzid: Mohammed Bouazizi Street.