LA RAÍZ DEL PROBLEMA

El casino de hielo

P. ALLENDESALAZAR
MADRID

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Como si de un nuevo rico se tratara, la economía islandesa vivió en apenas 25 años una ascensión desde la nada, el delirio de la opulencia y su propia caída de los dioses. Un proceso del que se beneficiaron unos pocos, lo cual es mucho decir en un país de apenas 320.000 habitantes. Ello explica la indignación que se ha apoderado de la inmensa mayoría de la población desde el otoño del 2008.

Pero la historia arranca antes. Islandia no alcanzó su independencia total hasta 1944, merced a un referendo en el que el 97% de los votantes apoyaron deshacer su relación con el rey danés. En aquel momento, las exportaciones pesqueras suponían el principal sustento de la economía de uno de los países más pobres de Europa Occidental.

La situación se mantuvo sin demasiados avances hasta los 80, como lo prueba que la bolsa del país no se crease hasta 1985. La clave del cambio sucedió a finales de esa década. El Gobierno decidió privatizar el lucrativo negocio de la pesca. Dividió las capturas en cuotas, las repartió entre unos pocos y creó una nueva clase social de multimillonarios.

Fue un primer paso. El Ejecutivo decidió en los años siguientes aplicar a rajatabla la biblia del liberalismo con privatizaciones, desregulación y bajos impuestos (el de sociedades se situó en el 18%, uno de los más bajos del mundo).

El culmen de este proceso fue la privatización de la banca a finales de los 90. Las entidades financieras, dirigidas por esa casta de nuevos ricos, se lanzaron a una descontrolada carrera de expansión internacional. Y no solo por sus mercados naturales (los países escandinavos y del norte de Europa), sino también en paraísos fiscales (Isla de Man, Luxemburgo) y por las naciones productoras de petróleo (Catar, Dubái).

Tal fue su voracidad que sus activos llegaron a multiplicar por 12 el PIB del país, una proporción a todas luces malsana e insostenible. Sobre todo teniendo en cuenta que habían empleado prácticas especulativas y de innovación financiera que están en la raíz de la actual crisis global.

Hasta que se vino abajo, el castillo de naipes dio sus frutos. La renta por habitante se situó entre las primeras del mundo, la ONU declaró al país islandés como el mejor para vivir, el paro se estabilizó en el 1%, la bolsa se multiplicó por nueve entre el 2003 y el 2009,... El estallido de las hipotecassubprime, sin embargo, demostró que lo que parecía un paraíso de hielo era en realidad un casino financiero.

Los bancos islandeses acumulaban riesgos y activos fuera de balance y tenían una estructura de financiación insostenible (escasos depósitos minoristas, excesiva apelación a los mercados mayoristas). La oleada de desconfianza que drenó de liquidez el mercado financiero global, especialmente tras la caída de Lehman Brothers, provocó rápidamente la quiebra y nacionalización en octubre del 2008 de sus tres grandes bancos: el Kaupthing, el Landsbanki, y el Glitnir. La quiebra del país fue el paso siguiente.

Conflicto transfronterizo

Por si fuera poco, la actuación de la banca causó al país una crisis internacional. El Landsbanki creó una filial por internet, Icesave, que ofrecía productos con sustanciosos intereses y sedujo a miles de británicos y holandeses. La entidad comenzó a repatriar capitales y las autoridades británicas le aplicaron la ley antiterrorista para impedirlo.

El Reino Unido y Holanda devolvieron a sus ciudadanos el 100% de sus depósitos, cerca de 4.000 millones, y luego se lo reclamaron al Gobierno islandés. Este aceptó pagarlo en 15 años y con un elevado interés (5,5%), pero el presidente del país se negó a sancionar la ley y los ciudadanos derrumbaron al Ejecutivo y han rechazado en dos referendos afrontar el pago, una decisión que ha puesto en peligro la ayuda del FMI y su petición de entrada en la Unión Europea.