ANÁLISIS

¿Por qué no empieza la reconstrucción de Haití?

LOURDES BENAVIDES

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Ha pasado un año desde el terremoto. En Haití perdieron la vida más de 230.000 personas y resultaron heridas alrededor de 300.000. Después de un año, más de un millón de personas sigue viviendo en condiciones muy precarias en campos de desplazados improvisados. Al colosal impacto del terremoto se sumaron graves inundaciones durante el periodo de lluvias y una epidemia de cólera.

Hasta ahora, la respuesta ha venido de los propios haitianos y de las organizaciones humanitarias y los donantes en una generosísima operación que ha consistido en asistir y proteger a las víctimas del terremoto. Esta ayuda ha permitido cubrir las necesidades de millones de personas y salvar incontables vidas, en condiciones difíciles. Un año después, muchas organizaciones hacen balance y todas concuerdan en un punto: esta respuesta es insuficiente y no es sostenible en el tiempo. Los haitianos siguen esperando poder construir un futuro y no siempre son escuchados.

En una encuesta realizada por Oxfam en marzo a 1.700 haitianos, la mayoría destacaba la vivienda y la recuperación económica como sus necesidades primeras. ¿Cuáles son los frenos? ¿Por qué Haití no avanza en la senda de la reconstrucción?

En primer lugar, lo acontecido no es una mera sucesión de desgracias casuales. Las dictaduras, la violencia instrumentalizada políticamente, las menguantes posibilidades de producir en el campo con una distribución injusta de la tierra y los activos, un régimen comercial impuesto desde fuera que estranguló la agricultura de la isla y la llevó a la dependencia alimentaria y a una exagerada deforestación, la pobreza endémica y la ausencia de acceso a agua potable, saneamiento o sanidad. Todos esos factores fueron una combinación del mal hacer de gobernantes y de grupos de poder domésticos, y de la búsqueda del interés propio de potencias que, como EEUU o Francia, vieron en Haití una oportunidad para su propio enriquecimiento y no para promover el bienestar de los haitianos.

Fragilidad del Estado

En segundo lugar, el Estado haitiano, ya frágil, fue otra víctima más del terremoto. Detrás de desconcertantes cifras de destrucción física, se percibe la descapitalización de un Estado, afectado también por las pérdidas humanas. La desaparición de registros agudiza la ineficacia y la crisis de gobernabilidad. Si a esto le sumamos finalmente la agitación política generada por unas elecciones celebradas en noviembre con pocas garantías, y que está generando un gran vacío político, los desafíos parecen insuperables. Y Haití necesita cuanto antes el liderazgo de un Gobierno soberano.

En tercer y último lugar, de la generosidad inicial de los donantes se pasó a un largo periodo de apatía. Los gobiernos que prometieron miles de millones de euros después del terremoto deben cumplir sus promesas, pues el nivel de desembolso apenas ha superado el 40% de los fondos comprometidos para el 2010. La Comisión Interina de Reconstrucción de Haití, fundada en abril para liderar y coordinar la reconstrucción, debía acelerar su inicio y apoyar al Gobierno haitiano, pero nueve meses después de su creación (bajo el liderazgo de Bill Clinton y el primer ministro haitiano, Jean-Max Bellerive) no ha cumplido su mandato.

Un Gobierno legítimo, con el apoyo de los donantes y las organizaciones sociales, debe tomar decisiones urgentes para crear empleo, retirar escombros y reasentar a los desplazados en terrenos públicos. Los donantes deben coordinarse en el seno de la comisión interina, cumplir sus promesas a largo plazo, y fortalecer las instituciones públicas. Solo así se puede dejar atrás la ayuda humanitaria. Ni una "república de oenegés", ni un Gobierno "en la sombra" compuesto por los donantes y por las instituciones financieras internacionales podrán ofrecer soluciones sostenibles al pueblo haitiano.