ANÁLISIS

La vida pública necesita momentos confidenciales

Obama junto a la coronel de la Fuerza Aérea Van Ovost, ayer.

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Martin Schulz

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El torrente de revelaciones difundido por Wikileaks debería hacernos reflexionar sobre los efectos de esta nueva cultura global de filtraciones divulgadas por internet.

En nuestra sociedad, que es ya dependiente de internet, un chivatazo a escala industrial resulta tan sencillo como apretar el botón de nuestro ratón. Esto nunca habría sucedido en la época en que los documentos se entregaban en sobres cerrados. Pero lo que sorprende no es tanto la escala ni el modo en que se ha traicionado una relación de confianza, sino las consecuencias que comporta para nuestra sociedad. Puede decirse que el mundo es ahora un lugar más peligroso y que por eso necesitamos preguntarnos qué tipo de sociedad queremos o a qué tipo de sociedad nos están empujando algunos.

La red ha llevado libertad a buena parte del mundo, tanto para diseminar como para recibir conocimiento. Wikileaks utiliza esta libertad atribuyéndose a sí misma y a un puñado de directores de diario el derecho de publicar información que podría afectarnos a todos. Los filtradores, sin embargo, no ejercen la responsabilidad que siempre va de la mano con la libertad.

Un contexto privado

Los secretos forman parte de la vida, y todos tenemos alguno en nuestra vida privada. Ya sea en casa, en el trabajo o en el Gobierno, necesitamos poder discutir los problemas y las ideas en un contexto privado antes de tomar una decisión y hacerla pública. En cualquier reunión que transcurre en confianza, cada persona expresa con total libertad puntos de vista que no tienen por qué representar la conclusión oficial de un intercambio de impresiones.

Aunque me encantaría poder defender que todas las discusiones políticas se realizasen cara al público, esto sería caer en una ingenuidad, sobre todo en el contexto diplomático. La diplomacia es una profesión honorable con una distinguida historia. Los diplomáticos desempeñan un papel fundamental en la evolución de las políticas, porque ofrecen información y opiniones que de otra manera podrían ser inaccesibles para los ministros o las ministras.

Por supuesto, resulta inaceptable que cables de embajadas contengan comentarios ofensivos sobre dirigentes nacionales, pero los diplomáticos deben ser libres de cometer tales errores de juicio en aras del interés general que suponen unas decisiones políticas bien informadas. Describir al presidente de Francia como el emperador desnudo es una cuestión de disciplina interna, y no una fuente de preocupación global.

Lo que me preocupa ahora es que los diplomáticos se lo pensarán antes de escribir sus observaciones y temores por miedo a convertirse en una fuente de entretenimiento mundial en la próxima filtración. Si eso sucede, será una evolución peligrosa. Los cables diplomáticos pueden facilitar que los gobiernos actúen con celeridad ante potenciales amenazas: son un recurso de las relaciones internacionales que debemos salvaguardar y que se ha puesto en peligro.

Reducir la diplomacia a un ir y venir de chismes, como sucede con buena parte del material de Wikileaks, hace un flaco servicio a la sociedad. Socava la diplomacia y no responde a ninguna necesidad pública. Wikileaks no ha comprendido la diferencia entre qué es lo que interesa al público y qué es de interés público.

También me preocupa cómo se ha orquestado y escenificado la filtración. Al decidir qué se puede o no se puede publicar, Wikileaks asume el papel de legislador, y eso no me parece aceptable. Un puñado de diarios han sido los privilegiados receptores de las filtraciones, mientras que se ha excluido a los medios de comunicación de muchos países y hasta de continentes enteros. Los editores de Asia, América Latina, Australasia y África deben estar preguntándose qué nueva jerarquía quiere establecer Wikileaks en lo que respecta a la libertad de información.

Al final, todos estamos indefensos contra el filtrador del ratón. No existe una sanción claramente definida que se le pueda aplicar, y solo podemos alzar nuestra voz para expresar desacuerdo y preocupación. Creo que los editores que ahora salivan sobre sus jugosos cables diplomáticos no han pensado lo suficiente en el impacto de lo que hacen. Por eso les animo a que se lo vuelvan a pensar.