Crisis en Asia

Corea del Sur clama «venganza» por el bombardeo norcoreano

La madre de uno de los militares muertos, con su foto, en el funeral

La madre de uno de los militares muertos, con su foto, en el funeral

ADRIÁN FONCILLAS / Incheón (Corea del Sur) / Enviado especial

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Las bravatas se escuchan en toda la península. La flemática Seúl se ha acabado contagiando de la jerga incendiaria de Pyongyang y el calibre del intercambio de amenazas dificulta ya una marcha atrás airosa. El entierro en Seúl de los dos militares muertos en el reciente bombardeo de la isla de Yeonpyeong confirmó la paciencia acabada. El jefe del Estado Mayor de la Marina, Yoo Nak-joon, prometió una venganza «mil veces mayor» que el golpe sufrido, en una emotiva ceremonia televisada en directo y a la que asistieron altas personalidades castrenses y políticas, sin que ninguna le corrigiera.

Kim Kwan-jin estrenó su cargo de ministro de Defensa, al que llegó por la tibieza del anterior, anunciando que responderían «rápida y firmemente». Soldados jubilados surcoreanos llamaron ayer a la venganza y quemaron retratos del tirano Kim Jong-Il y banderas norcoreanas.

Lo de Pyongyang es menos noticioso, aunque el comunicado diario de la agencia KCNA empezara con el elegante lamento por la muerte de dos civiles en el ataque (no habló de los militares). Después aclaró que la culpa era de Seúl por utilizarlos de escudos humanos frente a una base militar. También advirtió de «consecuencias imprevisibles» por las maniobras militares de Seúl y Washington que empiezan hoy en el mar Amarillo, escenario de varios incidentes. El presidente surcoreano, Lee Myung-bak, pidio atención a su Gobierno por la alta posibilidad de otra provocación norcoreana.

PATRIOTISMO / Ajenos a tanta palabrería, cientos de huidos de la isla de Yeonpyeong sumaban su quinto dia en un centro spa en la ciudad de Incheon. Su propietario lo cedió con todas sus plantas por patriotismo tras escuchar el bombardeo en las noticias y ayer sostenía que a muchos el miedo les impide regresar. Yeonpyeong, un pequeño islote donde alternan los militares de la base con pescadores y ganaderos, siempre había sido un paréntesis pacífico en las turbulentas aguas del mar Amarillo.

Aquí llegó Hwang Yeon-hoc con su marido 60 años atrás, cuando empezó la guerra. Ahí dejó a sus padres, pensó que por unas semanas, pero la división del país le impidió volver a verlos. Pensó que empezaba otra guerra cuando cayeron los obuses. Alcanzó uno de los 19 búnkeres y un día después se subió en el ferri sin siquiera coger una muda. «Volveré cuando se calme todo. Ahí he vivido feliz, pescando cangrejos y ostras con mi marido. Aún es un lugar precioso. La ciudad no me gusta», dice recostada en una esterilla.

REFUGIADOS / Los refugiados estan bien tratados. Las instalaciones son modernas y limpias, la comida es abundante, hay servicio médico, un cuarto para niños con juegos, pizzas y refrescos. En los corrillos se charla animadamente o se juega a cartas entre hatillos donde los mas afortunados metieron cuatro cosas. Algunos son ariscos con la prensa: dicen que la exposición de su vida en el centro ha hecho creer que su situación es menos trágica de lo real.

La fatalidad llevó a Choi Byung-soo a la isla el martes. Regresaba tras 10 años sin pisarla para enterrar a su padre. Oyó unas detonaciones lejanas. «Creímos que eran los mismos ensayos que oía de pequeño a menudo y seguimos comiendo, pero después de un minuto cayeron los proyectiles al lado de mi casa. Era fuego real sobre civiles», cuenta desde el Hospital Qil, donde se recupera de la asfixia. «Los norcoreanos son nuestros hermanos. El único culpable es el tipo que ordena los bombardeos. Ellos son tan víctimas como nosotros», concluye.