Nazis en Israel

RICARDO MIR DE FRANCIA / JERUSALEM

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El odio racista le ha perseguido durante toda su vida. Arie Berger perdió a casi toda su familia en el Holocausto. Su padre se salvó, pero fue ajusticiado más tarde en las purgas del tirano comunista Yosef Stalin. El desmembramiento de la URSS trajo un nuevo auge del antisemitismo en Lituania, donde este hombre de 73 años y aspecto bonachón residió durante tres décadas. Arie aprovechó para cumplir el sueño de su vida: "Venir a Israel para ser y sentirme judío sin tener que vivir asustado nunca más".

Dispuesto a profundizar en su conocimiento del judaísmo, se enroló en una yeshiva (centro de estudios) para nuevos emigrantes de la Unión Soviética en Jerusalén. Entre los estudiantes había un tipo violento de unos 30 años que interrumpía las explicaciones del rabino y se mofaba sobre las regulaciones de la alimentación kósher. Arie se le acercó un día y le preguntó si realmente era judío. "Según vuestras leyes, soy judío", respondió antes de espetarle, "eres un marrano", y abatirlo de un puñetazo. "Me sentí muy decepcionado, nunca imaginé que esto podría ocurrir en la única patria segura para los judíos", expone Arie con un halo de profunda tristeza.

Al denunciar lo ocurrido, se dio cuenta de que el suyo no era un caso aislado. El Centro de Información y Asistencia a las Víctimas del Antisemitismo en Israel (Dmir), una pequeña oenegé privada, recibe dos denuncias cada tres días sobre agresiones, pintadas y vandalismo de corte nazi. Incluida la profanación de sinagogas y cementerios.

El Día del Holocausto de hace dos años, por ejemplo, las calles de Berseba aparecieron cubiertas de grafitos en ruso ensalzando a Hitler, las cámaras de gas y clamando la "muerte a los judíos". Más recientemente, la sinagoga de Petah Tikva fue asaltada, sus libros sagrados profanados y sus bancos marcados con esvásticas. Casos semejantes se repiten periódicamente por todo Israel.

"Los responsables son varios centenares de jóvenes de origen ruso, diseminados por el país y cuya principal conexión con el judaísmo es el antisemitismo", explica el rabino Zalman Gilichinsky, director de Dmir y también emigrante de la antigua Unión Soviética. "Muchos de ellos están en el Ejército o a punto de ir", añade.

Gilinchinsky muestra en su despacho fotografías de soldados israelís haciendo el saludo fascista o presumiendo de tatuajes con esvásticas y retratos de Hitler. Muchas las sacó de la web en ruso La Unión Blanca Israelí. Sus miembros se presentaban como "gente con orgullo cansada de vivir entre los sucios bastardos". A sus seguidores les recomendaban alistarse en el Ejército para poseer armas libremente. Antes de cerrar la página, las autoridades descubrieron que su cerebro era Ilia Zolotov, soldado de una de las prestigiosas unidades de combate del Tzahal. Como castigo fue enviado a Auswitch para ser aleccionado sobre los horrores del Holocausto pero pudo seguir en el Ejército.

Tras la caída del telón de acero más de un millón de rusos emigraron a Israel amparados por la ley del retorno, que garantiza la ciudadanía a cualquier persona con un abuelo judío. Esta norma contradice la ley hebraica según la cual solo es judío el hijo de madre israelí. Muchos de estos rusos, afirma Gilinchinsky, falsificaron su genealogía o emigraron solo para huir de la penuria. Cerca de 300.000 eran cristianos. "La culpa es de la Agencia Judía, descuidaron el proceso de selección empeñados en mantener una demografía con más judíos que árabes".

Minimizar el fenómeno

Desde la agencia, el organismo encargado de fomentar la emigración a Israel, se rechazan las acusaciones y se trata de minimizar el fenómeno nazi. "Son una minoría de gente muy frustrada por las dificultades de integración, pero no deben empañar la imagen de esos miles de extraordinarios emigrantes", asegura el director del departamento de Educación, Amos Hermon. La agencia, añade, no tiene los mecanismos para estudiar el historial de cada uno de los casos.

Tanto Gilichincky, que perdió a sus abuelos en el Holocausto como Arie, han escrito decenas de cartas a las autoridades, desde ministros a diputados, en busca de la cooperación necesaria para atajar de raíz el fenómeno. Pero se han topado con un muro de indiferencia y escasa voluntad política. "Las autoridades saben lo que está ocurriendo pero tratan de esconderlo para no arruinar la imagen de Israel como el único refugio seguro para los judíos", acusa Gilichinsky.

En su mente tiene clavado un caso que no deja de perturbarle. Un niño de Kyriat Gat, hostigado por sus compañeros rusos de clase, llegó un día a casa y les dijo a sus padres: "Ya no quiero ser judío, quiero ser cristiano".