Guerra en Ucrania

¿Por qué han fracasado las sanciones a Rusia? La economía de guerra de Putin doblega la presión de Occidente

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La sede del Banco Central de Rusia en Moscú.

La sede del Banco Central de Rusia en Moscú. / MAXIM SHEMETOV / REUTERS

Ricardo Mir de Francia

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En los casi dos años transcurridos desde que Vladímir Putin ordenara la invasión de Ucrania, Rusia se ha convertido en el país más sancionado del mundo. Los países occidentales han impuesto cerca de 16.500 restricciones y medidas punitivas contra ciudadanos, instituciones y sectores de la economía rusa, según el recuento de la consultora Castellum.AI. Esas sanciones, que tantos costes y trastornos han provocado en Occidente, aspiraban a diezmar la capacidad del Kremlin para financiar su guerra y, por el camino, alienar a las élites rusas que apoyan al régimen con la esperanza de precipitar su caída. Pero nada de eso ha sucedido. Con la colaboración de un puñado de potencias del Sur Global y una economía de guerra dopada a base de estímulos, Moscú está capeando las sanciones con insospechada eficacia. Su economía creció el año pasado un 3%, más que las de EEUU, Alemania, Reino Unido o la propia Unión Europea.

“No hay que subestimar el efecto de las sanciones, pero es cierto que sus arquitectos esperaban un impacto mucho mayor en la economía rusa”, reconoce desde la capital ucraniana Yuliia Pavytska, economista de la Kyiv School of Economics. Los datos son ilustrativos. La inflación rusa ha comenzado a moderarse. El desempleo está bajo mínimos. El sector bancario ha batido récords de beneficios. Y el valor del rublo se ha estabilizado con una depreciación frente al dólar cercana al 20%, muy lejos de su desplome inicial. Una serie de tendencias que atestiguan la rápida adaptación rusa al shock inicial de las sanciones.

“El Kremlin llevaba mucho tiempo preparándose para la guerra, no solo en el terreno militar, sino también en el económico”, dice Pavytska. No solo impuso controles para prevenir la fuga de capitales o elevados tipos de interés para frenar la inflación, sino que después de muchos años de políticas fiscales restrictivas, llegó a la guerra con superávit en la cuentas públicas, una deuda muy inferior a las de sus rivales geopolíticos y las cuartas mayores reservas de moneda extranjera del mundo. La mitad de esas reservas --unos 300.000 millones de dólares-- han sido inmovilizadas, pero le sigue quedando la otra mitad. “Su banco central, particularmente, ha hecho un trabajo muy competente”, reconoce la especialista ucraniana.

Caída de los ingresos energéticos

Las sanciones afectan a casi todos los ámbitos de la economía rusa. El sector financiero, la industria militar, la tecnología, el comercio, la energía o los artículos de lujo. De todas ellas, según los expertos, son las energéticas las que más impacto han tenido. Esencialmente porque es la gallina de los huevos de oro para un país descrito por algunos como “una gigantesca gasolinera gobernada por la mafia”. Los ingresos por la venta de gas y petróleo, con los que se financia casi la mitad del presupuesto nacional, cayeron un 24% en 2023 respecto al año anterior, cuando batieron todos los registros por la explosión de los precios a causa de la guerra.

Pero aun así el golpe ha sido moderado. Sin sanciones todavía para el gas ruso en Europa, Moscú ha sabido circunvalar el tope al precio del petróleo impuesto por sus rivales mediante la creación de una flota de ‘petroleros fantasma’ y la predisposición de China e India a adquirir sus combustibles fósiles. Lo han hecho a precios descontados, pero poco a poco el mercado asiático está supliendo para Rusia el hueco dejado por el europeo. “Las sanciones, en gran medida, han fracasado. Han tenido algún efecto, pero no ha sido determinante”, asegura el economista Vasily Astrov desde el Vienna Institute for International Economic Studies. “Y políticamente algunas han sido contraproducentes porque han reforzado la victimización que pregona la propaganda de Putin”.

Sectores como la aviación comercial o la industria automovilística, dominada por las empresas extranjeras hasta que comenzara la invasión a gran escala, están sufriendo. Pero son casos excepcionales. Las exportaciones ahora prohibidas desde Occidente siguen entrando en territorio ruso a través de terceros países como Turquía, Emiratos, Grecia, Armenia o las repúblicas exsoviéticas de Asia Central. Un ejemplo: las exportaciones alemanas a Kirguistán de coches y componentes automovilísticos han aumentado más de un 5.000% desde el inicio de la guerra, lo que sugiere que buena parte de ellas acaban en Rusia. Más delicado es el tema de los semiconductores, chips y otros artículos punteros de doble uso, pero, en este caso, es China la que brinda a Moscú barra libre.

Keynesianismo militar

Las distintas estratagemas para evadir o minimizar las sanciones se han combinado con una economía de guerra volcada en la producción industrial de todo lo relacionado con la maquinaria bélica. Sectores como el transporte, la electrónica o los sistemas de navegación crecen desatados. Como hizo la Alemania nazi en su día, Putin ha recurrido al keynesianismo militar para dopar la economía, una ruptura radical con su tradicional política de contención fiscal. “Su esencia es estimular el abastecimiento militar con la producción de armas y la infraestructura militar, especialmente en el sur del país, en las provincias vecinas con Ucrania”. El banco central de Finlandia estima que el gasto militar ha contribuido un 60% al aumento de la producción industrial y un 40% al crecimiento del PIB.

Todo eso se refleja en presupuesto aprobado para 2024. El gasto en Defensa ha subido hasta el 6% del PIB, el nivel más alto desde la caída de la URSS, superando por primera vez al gasto social. Y nada parece que vaya a cambiar a corto plazo para desesperación de Ucrania y sus aliados occidentales, en los que cunde el desánimo. Como señalan los economistas, el problema para la economía rusa hoy no es la falta de crecimiento o las dificultades para financiar la guerra. Su principal riesgo estriba en el sobrecalentamiento, la amenaza que enfrentan las economías cuando crecen demasiado deprisa.

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