"Fueron 6 minutos de colapso"

Sao Paulo amaneció ayer en silencio. Con mayor motivo que otras ciudades brasileñas, unidas todas por la catástrofe de Belo Horizonte, cuya onda expansiva se extendió a todos los confines del mundo. La jornada de fiesta ciudadana, por albergar la otra semifinal, vació las calles. La conmoción del 1-7 impide calibrar aún las repercusiones que tendrá el resultado en la vida cotidiana. En la selección, serán inmediatas. Cuando acabe el Mundial.

Ese silencio reinaba en Granja Comary, la sede de concentración. «Llegamos de madrugada y no hemos hablado nada», explicó ayer Luiz Felipe Scolari, en una improvisada y necesaria rueda de prensa acompañado de Carlos Alberto Parreira, el responsable de la comisión técnica, que fue capaz de decir que «la evaluación es positiva» a pesar «del tsunami» que inundó Brasil. Ellos serán, o deberían ser, las primeras víctimas.

Huida hacia adelante

Scolari y Parreira mantuvieron la trayectoria seguida hasta ahora: la huida hacia adelante. Hasta el sábado, cuando acabe la participación de la selección en su Mundial. «El trabajo no fue del todo malo. Tuvimos una mala derrota. Fueron seis minutos de colapso general», dijo Scolari, eludiendo el análisis profundo de la dimensión histórica del resultado. «Si pudiera responder a conciencia de lo que pasó en aquellos seis minutos, respondería. Pero no lo sé».

En seis minutos (del 23 al 29) entraron cuatro goles en la portería de Julio César. Al final fueron siete, lo que cierra la carrera deportiva del meta e impide un futuro de comentarista al lado de las viejas glorias que no se han cansado de censurar el juego. Muy distante al de las mejores épocas. En las antípodas. Cafú, una de esas leyendas, fue expulsado del vestuario cuando se acercó a reconfortar a los futbolistas.

El futuro del meta es el de Scolari. Inviable su continuidad, ayer se trataba de aplazar la dimisión, preparar una despedida honrosa. Mucho más que la del equipo actual, que ni siquiera podrá reparar el disgusto consiguiendo el tercer puesto el sábado. «Si no jugamos bien y no ganamos, esto empeorará», afirmó, antes de destacar, en una observación casi grotesca: «Estamos entre los cuatro mejores del mundo».

Tres victorias de seis

Scolari se lo jugó todo a los resultados y replicó cada crítica blandiendo el marcador, sin caer en la cuenta, o disimulándolo, que solo ganó tres de los seis partidos: el debut ante Croacia, lo que encarriló el buen ambiente civil durante el Mundial, frente a Camerún y a Colombia, donde encajó la peor de las derrotas con la pérdida de Thiago Silva y Neymar. Los grandes y añorados ausentes salieron indemnes, pero su falta reveló que el equipo se sustentaba en su aportación individual.

Sin Neymar no se creó peligro delante y sin Thiago Silva se creó más peligro que nunca atrás, entre la inconsistencia de David Luiz (responsable directo de dos de siete goles) y la ausencia de un futbolista corrector. Felipao articuló el equipo en la base defensiva, y los siete goles le desacreditan totalmente. El técnico apostó por el doble pivote de contención siempre (ante Alemania fueron Fernandinho y Luiz Gustavo), claramente devorado por la pareja Khedira y Schweinsteiger. Eligió a Bernard para sustituir a Neymar y le achacaron que lo hizo por ser el favorito de las encuestas y el ídolo local de Belo Horizonte. Fue el más aplaudido. A Fred, en cambio, le silbaron y le cantaron «vete a tomar por el culo».

El último campeón

«Soy el último campeón del mundo con Brasil y lo seguiré siendo», dijo Scolari en una de esas ruedas de prensa para rebatir las críticas. «Es viejo, arrogante y ridículo», fue el mensaje que le envió Wagner Ribero, el exmánager de Neymar. Siendo verdad esa tesis, y lo habría sido si hubiera vencido en la final, para siempre será el entrenador del 1-7, la peor y más humillante derrota encajada por Brasil. Desde 1920 ante Uruguay, en Chile, la seleçao nunca había sufrido un resultado adverso de esta envergadura. Y ante su propio público. «Hubo un momento en que los jugadores brasileños me dieron un poco de pena porque son grandísimos jugadores y no merecían una derrota así», confesó Thömas Muller, el desencadenante de la goleada al abrir el marcador.

«Encajamos el gol a pelota parada», se lamentaba Scolari, en la línea de enmarcar el resultado en un accidente más del fútbol. Parreira, a su lado, apuntó:  «Funcionó, menos el resultado contra Alemania. Fue un desliz, un error». Imborrable e indeleble como un tatuaje.