Campo de batallitas

El renacer de Luca Vialli, una sonrisa pegada a un drama

Gianluca Vialli

Gianluca Vialli / Alain de Martignac

Eloy Carrasco

Eloy Carrasco

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Hay delanteros que cogen del armario una chaqueta olvidada desde hace un par de inviernos, meten la mano en el bolsillo y, de repente, de la nada apolillada, “¡anda, un gol!”, y luego hay otros que ya pueden buscar con encomiables orden y denuedo y poner la casa patas arriba (pensemos en Braithwaite), que la cosa no aparece, dónde se habrá metido esa red.

Aunque lejos de ser una máquina perforadora del tipo Messi, Ronaldo, Romário o Puskas, Gianluca Vialli (Cremona, 1964) siempre supo hurgar en el sitio necesario hasta dar con unas cifras más que decentes y llegar a la jubilación con casi 300 goles, a beneficio de Cremonese, Sampdoria, Juventus, Chelsea e Italia. La suya fue, es, una trayectoria casi siempre paralela a la de Roberto Mancini, el seleccionador de esta enérgica y dinámica Italia, con quien le unen vínculos más fuertes que la sangre, que por algo se les conoce como ‘los gemelos del gol’. Daba gusto ver el abrazo que se dieron cuando los ‘azzurri’ eliminaron en octavos a Austria. Ha sufrido lo suyo Luca Vialli, y por eso cada alegría es un renacer.

Vialli forma parte del cuerpo técnico italiano en la Eurocopa como director de la delegación después de haber superado un cáncer de páncreas al que ha vencido no una, sino dos veces, 17 meses de quimioterapia y pavor. Él prefiere decir que lo ha “aburrido”, porque lo considera un enemigo demasiado imbatible. “Si peleo contra él, perderé. Yo no me rendiré y solo espero que al final se canse de mi”, dijo hace unos meses.

Con la tenacidad por delante, junto a su compadre Mancini se las ha visto a menudo con los españoles. La primera vez, en la final del Europeo sub-21 de 1986, cuando el gijonés Ablanedo les amargó la existencia con sus paradas en la tanda de penaltis que dio el título a los rojitos que entrenaba Luis Suárez. Dos años después, ‘vendetta’. Ya con los mayores de la ‘nazionale’, echaron de la Eurocopa de Alemania-88 a la España de Zubizarreta, Bakero, Tomás Reñones y la ‘Quinta’: 1-0, gol de Vialli.

Pero, aun siendo uno de los atacantes más populares del país en los 90, nunca acabó de cuajar en la selección. En el Mundial-90 el rey del baile fue Schillaci, quien con su estado de gracia le birló el puesto. Y luego llegó el desencuentro con Arrigo Sacchi, que no tuvo compasión de su mala racha (un gol en 28 partidos) y nunca lo convocó. Jugó por última vez de azul con 28 años, así que se perdió el Italia-España que todos tenemos en la cabeza, el de Boston de 1994.

En medio, el sueño roto en el viejo Wembley con el Sampdoria en la gran noche del Barça. Fue la despedida de Vialli con el equipo de Génova después de 8 temporadas. Mancini estuvo 14. Juntos se hicieron grandes en un club de provincias con muy poco que contar antes de su llegada y que con ellos se sublevó ante los jerarcas habituales, Milán, Juve, Inter, y hasta les levantó una liga y varias copas.

Al cabo de tres décadas, en este reencuentro de los ‘gemelos’, y sin que el jefe sea un hueso, a Vialli le corresponde el papel de poli bueno. Es el veterano experto, la oreja atenta a los estados de ánimo, a lo que necesita cada uno y tal vez le da apuro comentar con el entrenador. Y aunque el viernes cumpla 57 años, no se salvó del ritual de los novatos: en su primera concentración a su vuelta con la selección, tuvo que cantar para todos. Se arrancó con una de Lucio Battisti, ‘Canzone del sole’, la historia de un amorío de verano. Le puso más voluntad que acierto, pero todos jalearon y aplaudieron a ese hombre en cuyo rostro demacrado aún resplandecía más la sonrisa. Luca ya era, de nuevo, ‘uno di noi’.

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