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Por qué la moción de Sánchez no fue "la ira de Dios"

Pedro Sánchez, en junio pasado, durante la recepción al presidente de Ucrania.

Pedro Sánchez, en junio pasado, durante la recepción al presidente de Ucrania. / BALLESTEROS (EFE)

Jesús Pichel

En 1818, una jovencísima Mary Godwin Wollstonecraft (de casada Mary Shelley), con apenas 20 años, publicó su Frankenstein, o el nuevo Prometeo (Frankenstein; or, The Modern Prometheus). En la interpretación convencional, la ambición científica sin límites del doctor Víctor Frankenstein le lleva a dar vida a un enorme monstruo de piel amarillenta que apenas le cubría el entramado de músculos y arterias, fabricado con despojos humanos, sustituyendo así el papel de Dios.

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Si Prometeo robó el fuego a los dioses (y las artes de Hefesto y Atenea, según el Protágoras de Platón) para devolvérselo a los hombres, Víctor Frankenstein descubre el poder de dar vida, exclusivo de Dios, para dárselo igualmente a los humanos. Pero en ambos casos el final es trágico. Ese es el paralelismo entre ambos: retar a Dios queriendo igualarse a él trae desgracias.

Gobierno Frankenstein ha sido uno de los tropos utilizados por la prensa afín al PP para describir el resultado de la moción de censura. Aparentemente, una forma pueril de augurar las calamidades que provocará el deforme monstruo fruto de ella. Pero hay algo más revelador y sutil, más perverso, escondido en esa metáfora: siguiendo el mito, el monstruo sería la moción de censura construida cosiendo partes (partidos) sin vida (fuera del gobierno); el PP encarnaría el papel del Dios, al que arrebatan lo que naturalmente le pertenece, y el doctor Frankenstein, el poder de la Constitución.

Sánchez, en el debate de la moción, acertó al decir que el PP tiene una visión patrimonial del poder, porque la derecha parece estar convencida de que el poder (político, económico e ideológico) es suyo por naturaleza; que un gobierno de izquierdas es una anomalía, una apropiación dolosa de lo que no es suyo. Rajoy y Hernando, su portavoz parlamentario, materializaron la ira del Dios retado al decir que Sánchez llegaba al gobierno con procedimientos tramposos, como si ejercer el derecho legítimo a la moción de censura que garantiza la Constitución fuera una trampa.

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