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El uso tóxico de la palabra 'buenismo'

Ada Colau en el Saló Gòtic del ayuntamiento cuado presentó su acuerdo de gobierno con el PSC, en julio. 

Ada Colau en el Saló Gòtic del ayuntamiento cuado presentó su acuerdo de gobierno con el PSC, en julio.  / DANNY CAMINAL

Hace un par de años, la RAE aprobó buenismo como vocabulario del español. Al normalizar este vulgarismo de connotaciones sarcásticas, lo que se hizo fue dar una patada al diccionario. El que inventó el término utilizó el apócope de bueno seguido del sufijo -ismo, cuyo sentido es sarcástico, pues no se desprende la ideología de bueno, sino más bien la de debilidad mental, pues según la RAE es una "actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia" (por cierto, para esto ya existe la palabra pusilánime), y que indica que se usa de manera despectiva, es decir, es un sarcasmo en toda regla, una "burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a alguien o algo". 

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La palabra buenismo tiene connotaciones tóxicas: como todos los sarcasmos, desprecia posiciones ideológicas favorables a cuestiones de integración social o de carácter humanitario, pero ¿existe algún término que defina posiciones contrarias al buenismo? Un antónimo de esta palabra, digamos la "actitud de quien ante los conflictos exagera su gravedad, se exaspera con malevolencia o actúa con excesiva intolerancia" (también existen palabras para esto).

Lo que se persigue con este término es rechazar las políticas sociales como algo bobalicón y naíf, como si actitudes intransigentes ante situaciones complejas no fuesen justamente algo bobalicón y naíf. Tomar una posición u otra ante conflictos sociales tiene consecuencias futuras; integrar socialmente a las personas no es algo estúpido. Medir las capacidades de las instituciones públicas y actuar o implementar esa capacidad no es algo pueril ni de posiciones poco inteligentes que no vislumbren objetivos posibilistas.

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