Una democracia que tiene miedo a la opinión de la población

A medida que los ciudadanos vamos conformando una idea, clara y precisa, del concepto de democracia que los llamados políticos profesionales nos muestran en su discurso, y lo que es mucho más evidente, sus actuaciones concretas, no quedan apenas dudas de su pobrísimo nivel de intensidad democrática destinada al uso ciudadano, un nivel tan y tan precario que podría ser asimilable al modelo de empleo al que nos tienen destinados.

Ahora políticos, pesos pesados empresariales, banqueros, medios de comunicación y todos aquellos que crean opinión pública, nos machacan con un discurso 'a lo Orwell', que quiere meternos el miedo en el cuerpo al convertir otras elecciones en la madre de todos los desastres. O sea, ¿consultar la opinión de la población en una democracia es una suerte de plaga bíblica? 

Esta democracia de baja intensidad, este sucedáneo, le tiene miedo a la opinión de la población. Esa es su lógica; lo ha demostrado de forma reiterada y vergonzantemente cansina. Todavía esperamos la consulta popular sobre monarquía y república, hurtada una y otra vez, la consulta sobre el futuro de Euzkadi, Catalunya, una nueva consulta sobre el papel mojado que las condiciones del referéndum de la OTAN fueron, el destino de nuestros impuestos...

No. No podemos creer en esta gran mascarada que todo lo pervierte, que los conceptos primarios de lo que es una democracia, son convertidos en humo. Esto no es un modelo por el que luchar sino por el contrario, llama a la denuncia pública. Aunque a este paso, cuando el pueblo soberano despierte de sus brumas conceptuales, ya no quedaran ni los muebles la casa común llamada democracia.