Limón & vinagre | Artículo de Josep Cuní Opinión Basado en interpretaciones y juicios del autor sobre hechos, datos y eventos

La reina y el peluquero

Sería de agradecer escuchar a Pascual Iranzo observando la pompa y circunstancia de un evento que va a elevar a la reina de Inglaterra a toda la gloria

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PASCUAL IRANZO Terraza del restaurante José Luis.

PASCUAL IRANZO Terraza del restaurante José Luis. / ARNAU DALMASES

Isabel II entró en muchas vidas a través de las revistas de sociedad. Coloreado aire fresco imposible de alcanzar en una España en blanco y negro con tendencia al luto permanentemente. Pasó a ser alguien cercano cuando su imagen real proyectaba distancia y lejanía. El tiempo y la televisión se encargaron de revelarnos otros detalles mucho más importantes que su corona y su elegancia hasta que 'The Crown' nos la aproximó en su totalidad. Es aquella historia ficcionada la que prevalecerá en el imaginario colectivo mucho más allá de lo que duren las ceremonias fúnebres.

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Es probable que el extenso protocolo de las exequias se detallara en el mismo momento de su coronación. 70 años y 216 días atrás. Habrá pasado por muchos retoques, por supuesto, pero la precisión inglesa va pareja a una previsión tan concreta como su exigente desarrollo y su extrema puntualidad. Y las imágenes que se nos han empezado a proyectar nos obligarán a fijar los ojos en las pantallas mucho más de lo que los escépticos resistentes puedan pensar. Ya sucedió con el funeral de la nuera díscola y el golpe de timón que Isabel le dio a su reinado sin perder la compostura para evitar que la distancia con su pueblo se agrandara y su propio corazón se helara.

“La belleza es rotunda cuando va acompañada de la inteligencia” repetía Pascual Iranzo Oliete (Barcelona, 1930-2022). Sería de agradecer escucharle estos días observando la pompa y circunstancia de un evento a escala mundial que va a reunir a todo el poder para elevar a la reina de Inglaterra a toda la gloria.

Pero no podrá ser. El etiquetado "peluquero del rey" colgó las tijeras dos días antes dejando un legado de pensamiento estético y un caudal de reflexiones inabarcables porque su interés era mucho más extenso que su melena y su inquietud mucho más amplia que su discurso.

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Acudir a las peluquerías donde actuaba y recorría semanalmente era entrar en una sala de sorpresas. Allí se podía coincidir con el peso específico de una sociedad en desarrollo que departía valor y conocimiento, ascendencia y alguna desfachatez. El Pascual anarquista que nunca dejó de ser les atendía a todos por igual. Con la misma cordialidad y prudencia que desplegaba ante el desconocido que acudía por primera vez para pedirle opinión y requerirle consejo ante sus preocupaciones capilares. Escuchaba, observaba, removía el cabello y sugería. Y en la segunda cita, la conversación se retomaba en el punto que la había dejado, preguntando por el efecto de los cambios producidos. A partir de entonces pasaba a interesarse por otras facetas del cliente, indispensables para que el diseñador de cabezas fuera desarrollando su filosofía estética. La que le consagró como asesor de imagen personal y expresividad corporal. Así le gustaba presentarse y así lo soltaba, como de carrerilla, mientras sus notas verbales iban tejiendo un discurso que elaboraba a golpe de lecturas incesantes e insertado de inquietudes científicas que acababan traduciéndose en textos y conferencias.

Iranzo. Un torrente desbocado de empuje y decisión, que atendía a distintos clientes a la vez saltando de cabina en cabina y acumulando un listado tan notable como el de la reina y sus ilustres saludados. Otro manantial que dejó de manar en tiempo de sequía.