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Vacaciones pagadas | + Historia

El día 1 de agosto el país se detiene porque es cuando gran parte de la población empieza sus vacaciones de verano. Si se pueden hacer es porque durante muchas décadas los trabajadores reivindicaron su derecho al descanso remunerado.

Coches saliendo de la Diagonal en el verano de 1960 (AFB).

Coches saliendo de la Diagonal en el verano de 1960 (AFB).

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Este lunes no se para el mundo, pero casi. Es uno de los días más felices del año para todos aquellos afortunados que empiezan las vacaciones de verano. Después de semanas de cuenta atrás y de repetir frases como “necesito desconectar”, por fin ha llegado el momento de ir a la playa, a la montaña o a la Cochinchina.

Ahora nadie cuestiona que cualquier persona asalariada y con contrato laboral tenga unos días de descanso remunerado. Ahora bien, esto es un derecho que costó muchísimo conseguir y que no se ha consolidado hasta hace muy poco tiempo.

Las vacaciones pagadas van ligadas al mundo urbano y a la industrialización. Antes, con la economía de subsistencia del mundo rural, el ritmo de la vida estaba marcado por el ciclo de la naturaleza (labrar, sembrar, segar...) que, combinado con el calendario de festividades religiosas, decidía cuáles eran los momentos de descanso. Sin embargo, eran períodos más bien cortos y a menudo tan solo de unos pocos días, porque las tareas agrícolas no se pueden posponer.

Con la revolución industrial, la relación de los trabajadores con el trabajo cambió radicalmente. Ya no era cuestión de pasarse rompiéndose la espalda en el campo de sol a sol, sino permanecer toda la jornada laboral encerrado en las fábricas, siguiendo unos horarios estrictos. Sin embargo, inicialmente los asalariados no tenían ningún derecho, lo único que recibían era el sueldo (siempre miserable) por las horas realizadas y aún gracias, si gozaban de un día de descanso semanal.

Las vacaciones eran un privilegio solo al alcance de las élites y la burguesía. Por ejemplo, en Francia, en 1853, durante la época de Napoleón III, se aprobó un decreto que reconocía el derecho a tener unas jornadas de descanso pagadas solo para los funcionarios. En Inglaterra, en 1871, los trabajadores de la banca lograron tener cuatro días de vacaciones. Nada más.

A principios del siglo XX, otros países incorporaron ese derecho. En Alemania, en 1905, los sindicatos de los trabajadores de las cervecerías fueron de los primeros en conseguirlo; y poco después ocurrió lo mismo en Austria-Hungría y en la zona escandinava. En Francia, en 1936, el Frente Popular aprobó un permiso vacacional de quince días para todos los asalariados y poco después lo copió Bélgica.

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España iba algo más avanzada porque una de las primeras medidas del Gobierno de la Segunda República, en noviembre de 1931, fue la promulgación de la Ley de Contrato de Trabajo. El texto reconocía que las vacaciones eran un derecho laboral y fijaba el período de descanso en siete días, que ahora nos parecen poquísimo pero entonces eran una conquista. Ahora bien, no todo el mundo podía beneficiarse de esa medida, porque buena parte de la población seguía trabajando como jornalero en trabajos agrícolas en unas condiciones muy precarias. La dictadura franquista también reconoció el derecho a las vacaciones, pero sin fijar cuántos días se podían hacer ser hasta que, en 1965, explicitó que fueran quince. Mientras en Francia, en 1969, ya tenían cuatro semanas de vacaciones, que llegarían a cinco en 1982.

En Estados Unidos la situación es completamente distinta. Allí las vacaciones no están tan valoradas como aquí, en parte por sus raíces puritanas. El puritanismo era un movimiento religioso dentro del cristianismo protestante caracterizado por ser muy estricto. Una de las cosas que criticaba era el ocio, al considerar que podía contribuir a conductas pecaminosas. Así pues, los buenos puritanos solo dejaban de trabajar para ir a la iglesia. Esto, sumado a un sistema de derechos mucho menos garantista que el de los países europeos, ayuda a entender las larguísimas jornadas laborales de la población estadounidense y que muchos nunca hagan vacaciones.

El Viejo Continente se encuentra en las antípodas de estos planteamientos. Hasta el punto de que, por ejemplo, en España el articulado de la Constitución de 1978 reconoció el derecho al descanso remunerado. Pero una cosa son los textos y otra la realidad, porque no todos los trabajadores pueden realizar vacaciones y seguir percibiendo un salario. No hace falta que lo expliquemos demasiado, porque seguro que muchos de nuestros lectores lo saben por experiencia propia.


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