Novedad editorial

Giuliano da Empoli: “¡Cuidado! La amenaza del nacional-populismo no ha desaparecido”

  • Tras la apariencia desenfrenada del carnaval populista se oculta el trabajo de docenas de 'spin doctors' y expertos en 'Big Data' sin los cuales líderes como Donald Trump, Matteo Salvini, Boris Johnson o Jair Bolsonaro no habrían alcanzado el poder. Reinventan la propaganda adaptándola a la era de los selfies, y al hacerlo transforman la naturaleza del juego democrático. Su objetivo es aglutinar los extremos para conquistar a una mayoría.

  • Giuliano da Empoli (París, 1973), ex asesor político de Matteo Renzi y profesor de comunicación política en Sciences Po, dibuja su retrato en ‘Los ingenieros del caos’ (Oberon, 2020) 

Giuliano da Empoli

Giuliano da Empoli / Brigitte Baudesson

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Eva Cantón
Eva Cantón

Periodista

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-¿Quiénes son los ingenieros del caos?

Son líderes o consejeros que han exportado al mundo de la política la lógica de las grandes plataformas de internet. Estas plataformas tienen un solo criterio de funcionamiento: el compromiso. No les interesa la coherencia del discurso, ni si es verdad o mentira, ni si está bien o está mal. Proponen a los usuarios mensajes que van a generar una adhesión inmediata. Los ingenieros del caos actúan de forma diferente a los políticos tradicionales, que tenían un programa coherente con un solo mensaje. 

-No son ideólogos, entonces

No. Son productores de mensajes y de ideas políticas, no portadores de una ideología. Luego, la ingeniería del caos puede ponerse al servicio de proyectos políticos que pueden ser ideológicos. Eso puede pasar. Pero hablamos sobre todo de una técnica de comunicación política.

-Y esos ingenieros, ¿son visibles?

A esas figuras no les interesa ser demasiado visibles. Lo que pasa es que a veces lo son.  Lo fue Steve Bannon en Estados Unidos o Dominic Cummings en el Reino Unido pero, en principio, cuanto menos se conozca el mecanismo, mejor.

-Si sabemos cómo funcionan, ¿se puede hacer algo para neutralizarlos?

Es difícil, porque no han inventado nada. Se limitan a beneficiarse de la estructura de funcionamiento y los incentivos que rigen las plataformas de internet: segmentar al público y sobreexcitarlo. Es una dinámica centrífuga. Ocurre en Facebook y en otras redes sociales. Si las reglas de estas plataformas no se modifican será difícil neutralizar a los ingenieros del caos.

-Habla usted de ‘política newtoniana’ y de ‘política cuántica’. ¿En qué se diferencian?

La política newtoniana está representada por una frase muy famosa de Daniel Patrick Moynihan: “Todo el mundo tiene derecho a sus propias opiniones pero no a sus propios hechos”. Es decir, los hechos son objetivos. La cuántica dice que todos tenemos derecho a nuestras propias opiniones y a nuestra propia realidad. La información está tan fragmentada que cada uno puede vivir en una realidad diferente. 

-¿Y eso qué implicaciones tiene?

En una realidad de este tipo los conflictos se multiplican y es mucho más difícil alcanzar consensos. Incluso cuando se hayan regulado las plataformas de internet, algo que sucederá tarde o temprano, no se modificará sustancialmente la dinámica de la política cuántica, porque la información será cada vez más personalizada. Puedo estar todo el día leyendo solo información especializada en hockey, sin manipulación ni fake news, pero se trata de una burbuja con pocas pasarelas hacia otras.

-¿Y qué reto plantea para los políticos y para la propia democracia?

El desafío es adaptar los mensajes a este nuevo mundo. Cuando apareció la radio en los años 30 del pasado siglo se vio enseguida que podía ponerse al servicio de proyectos autoritarios. En Alemania, Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, lo hizo poniendo una radio en cada casa. En cambio Roosevelt, en Estados Unidos, usó ese mismo instrumento a favor de la democracia. No creo que haya forzosamente un determinismo. 

"Necesitamos políticos que pongan las redes sociales al servicio de proyectos democráticos"

-Si no hay determinismo, entonces se puede actuar. ¿Cómo?

Por un lado, con regulación y por otro, con dirigentes políticos capaces de poner las redes al servicio de proyectos democráticos. No hay ninguna razón para que los mensajes extremistas sean los que más lleguen.

Recordemos que el primer uso sistemático de las redes en política fue en la campaña de Barack Obama en 2008. Luego ha habido pocos ejemplos de líderes democráticos que usaran esas herramientas de manera eficaz. Pero se puede hacer. Hay ejemplos como el de Taiwán, donde se usan para reforzar la democracia y no para debilitarla.

-¿Por qué tienen éxito muchas de las ideas peregrinas de los populistas?

Porque el rol de los extremistas ha cambiado. En el sistema mediático anterior las fuerzas marginales eran eliminadas, no funcionaban en la lógica de los medios tradicionales porque estaban alejadas de sus seguidores. Pero en la lógica de las redes sociales sucede justo lo contrario. Se lanzan mensajes para inflamar las pasiones del mayor número posible de grupúsculos y luego sumarlos, como hizo Trump con los supremacistas blancos. No eran el grueso de sus seguidores pero generaban adhesiones que después llegaban a grupos más amplios. 

“Para Vox es más importante cabalgar sobre la emoción que la coherencia ideológica”

-¿Hemos aprendido las lecciones de la era Trump?

Con Biden por un lado y el plan de recuperación europeo por otro, las cosas se han calmado un poco. Los movimientos más extremos han retrocedido, como ha pasado en las elecciones alemanas o en las municipales italianas. Pero hay que usar bien este momento de cierta anestesia. Sería ingenuo pensar que la amenaza del nacional-populismo ha desaparecido. Volverá en otro contexto, y si no estamos preparados podría tener consecuencias lamentables. Hay que tener cuidado. 

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-En 2019 España vio entrar en el Congreso por primera vez a un partido de ultraderecha. ¿Sigue Vox el mismo patrón que otros partidos populistas que usted ha analizado? 

Hay puntos en común, por supuesto. Retoma técnicas e incluso eslóganes de otras formaciones populistas. Lo interesante es que, en un partido como Vox, igual que en La Liga en Italia, aunque haya todavía un discurso ideológico de extrema derecha, es más importante la adhesión y cabalgar sobre lo que provoque emoción, incluso sin ser coherente ideológicamente. 

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