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Genocidio, una historia incómoda

Entre 1915 y 1923 un millón de armenios murieron a manos de los otomanos. 106 años más tarde, el presidente de EEUU se ha atrevido a decir que aquello fue un genocidio.

Rafael Lemkin, creador de la palabra ’genocidio’, en 1944.

Rafael Lemkin, creador de la palabra ’genocidio’, en 1944.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Joe Biden es el primer presidente de Estados Unidos que ha definido como genocidio la masacre sufrida por el pueblo armenio durante la Primera Guerra Mundial a manos del Imperio otomano. Este episodio es motivo de controversia porque Turquía, sucesora del antiguo poder otomano, lo niega rotundamente. Como su posición geoestratégica es crucial, algunos países no quieren involucrarse en esta polémica para mantener la buena conexión con Ankara. Así pues, desde el punto de vista de la política internacional, el gesto de Washington es importante.

Un genocidio es la acción intencionada de destruir un pueblo, es decir un colectivo definido por su etnia, raza, religión o nacionalidad. Fue tipificado como crimen por la ONU en 1946 y, si bien es cierto que el Holocausto nazi fue determinante para que se adaptara este término, el caso armenio fue clave para su conceptualización.

La palabra genocidio se formó a partir del vocablo griego 'genos' (estirpe) y de la apofonía de la latina 'caedere' (matar). Su creador fue Rafael Lemkin, un jurista polaco de origen judío nacido en 1900. En teoría iba para lingüista, pero en 1921 una noticia leída en el periódico le cambiaría la vida: en Berlín el armenio Soghomon Tehlirian había asesinado a Talaat Pasha, uno de los principales dirigentes otomanos durante la Primera Guerra Mundial. Tehlirian había perdido toda la familia por culpa de la política de exterminio llevada a cabo por los Jóvenes Turcos desde 1915 bajo la dirección de Talaat. La policía detuvo al autor del crimen, que proclamaba que aquello no tenía nada que ver con Alemania. Lemkin no entendía cómo se podía encarcelar y condenar al asesino de una sola persona pero en cambio quien ordenara masacrar todo un pueblo podía salir indemne.

Aquel conflicto moral lo hizo saltar a la facultad de derecho y, desde entonces, no abandonó nunca más esta cuestión. Al terminar los estudios entró en el cuerpo de fiscales de Polonia, mientras que por su cuenta continuaba profundizando en el conocimiento de los sistemas legales para redactar una ley que impidiera la destrucción de grupos sociales, religiosos o étnicos.

En 1933 desobedeció la prohibición ordenada por el Gobierno polaco de participar en un congreso internacional de derecho penal donde quería presentar sus ideas. Varsovia no quería enemistarse con Hitler, que ya había abierto el primer campo de concentración.

Lemkin fue despedido pero no perdió de vista su propósito vital: que ninguna soberanía de un Estado permitiera la muerte de millones de personas. En 1939 tuvo las pruebas definitivas de que no era un visionario paranoico. Alemania invadió Polonia y una de las primeras medidas ordenadas por Hitler fue practicar la eutanasia a todos los judíos que estuvieran enfermos.

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Lemkin se exilió en Estados Unidos enseguida. Bajo el brazo llevaba una copia de los decretos que los nazis habían publicado en los países ocupados convencido de que, al leerlos, los americanos querrían frenar la barbarie, pero la respuesta fue decepcionante y no le hicieron caso. Sin embargo no desfalleció. En 1942, el Gobierno polaco en el exilio -refugiado en Londres- le publicó en inglés el libro 'El nuevo orden alemán en Polonia', que incluía un apéndice con todas las leyes nazis contra los judíos y el 1944, en EEUU editó 'La Europa bajo el poder del Eje' donde, por primera vez, se estampó la palabra 'genocidio'.

Después de la Segunda Guerra Mundial el mundo parecía haber aprendido la lección y se fundó la ONU para evitar futuros conflictos. Normalmente se destaca la aprobación la Declaración de los Derechos Humanos el 10 de diciembre de 1948, pero escasas veces se recuerda que el día antes se aprobó la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. Todo el mundo reconoció el mérito de Lemkin y fue propuesto para recibir el Premio Nobel de la Paz en varias ocasiones. Pero lejos de poder disfrutar del éxito, terminó condenado al ostracismo. La Guerra Fría dividió el mundo en bloques y, en aquellas circunstancias, una figura como la suya era demasiado molesta, porque era la voz de la conciencia que las grandes potencias no querían escuchar.

Samantha Power, persona clave

Lemkin murió en la indigencia en 1959. No fue hasta principios del siglo XXI que la jurista Samantha Power lo rescató en el libro 'Un problema desde el infierno. América en la era del Genocidio'. Power fue asesora de Obama y embajadora de EEUU en la ONU. Ahora Biden la ha nombrado directora de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID).