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Cuando la derecha se pelea

Las elecciones del 4 de mayo en Madrid son la prueba de las luchas de poder que se está produciendo en los sectores más derechistas de la política española. Nada nuevo.

Francisco Romero Robledo, ministro de la Gobernación.

Francisco Romero Robledo, ministro de la Gobernación.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Con la clase política pasa lo mismo que con la materia. Ni se crea ni se destruye. Solo se transforma. Estos días de movimientos sísmicos en la derecha española asistimos a la recolocación de las diferentes placas tectónicas. Seguramente llama la atención porque estábamos acostumbrados a ver este tipo de fenómeno en el ala izquierda, de quien siempre se ha señalado, como punto débil, una obsesión paralizante por la ortodoxia ideológica que impide el pragmatismo necesario para conseguir el poder y convertir en políticas concretas sus postulados.

Ahora, atónitos, vemos cómo en el otro lado, PP, Ciudadanos y Vox se enmarañan en una batalla como no se había visto ninguna como mínimo desde la Transición. Ciertamente tiene poco que ver con la ideología y mucho con el control de un espacio político y, por tanto, de las cuotas de poder que van asociadas.

La Restauración monárquica

Sin decirlo, el régimen surgido de la Constitución de 1978 se basó en una alternancia entre PSOE y PP (antes Alianza Popular), que podía recordar vagamente lo sucedido en 1875 con la Restauración monárquica en la figura de Alfonso XII. Entonces se instauró el "turnismo", un sistema diseñado por Antonio Cánovas del Castillo, líder del partido conservador, en colaboración con Práxedes Mateo Sagasta, que encabezaría las filas liberales.

La formación de Cánovas, como la materia, no nació la nada. Se construyó a partir de sedimentos previos procedentes del antiguo Partido Moderado, de la Unión Liberal, del Centro Parlamentario... y también se le sumaron algunos políticos implicados en el Sexenio Democrático de 1868 pero que no eran republicanos, como Francisco Romero Robledo, nacido en Antequera en 1838.

La estabilidad de los conservadores solo duró tres años ya que, a partir de entonces, comenzaron a encadenarse escisiones y fusiones a un ritmo vertiginoso. Muchos de estos movimientos tuvieron como protagonista al político andaluz que, en 1885, creó el Partido Reformista. El proyecto fue un fracaso y al cabo de seis años ya volvía al redil junto a Cánovas. Ahora bien, esto provocó la deserción de otro factótum de la formación, Francisco Silvela, que fundó la Unión Conservadora. Lo hizo por despecho más que por ninguna otra cosa. La rivalidad entre él y Romero Robledo era uno de los grandes temas en los mentideros políticos de la época, y todo el mundo tomaba posición en favor de uno u otro.

Cacique de caciques

Cánovas había preferido el de Antequera seguramente porque su habilidad en la política subterránea y su capacidad de tejer complicidades a cambio de favores aseguraban buenos resultados electorales a la derecha. Romero Robledo no se avergonzaba de ello: "Esos que me interrumpen son los que me venían a pedir destinos cuando yo era ministro de la Gobernación", espetó un día durante una sesión en el Congreso para acallar sus adversarios. Y es que aquella cartera ministerial era la encargada de nombrar y controlar los gobernadores civiles. Estos, a su vez, dirigían los resortes políticos de la provincia en favor del partido que ocupaba el Consejo de Ministros. No es extraño, pues, que algunos historiadores hayan definido a Romero Robledo como un cacique de caciques.

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Cuando Cánovas fue asesinado por un anarquista en 1897, Silvela maniobró para hacerse con el control del partido conservador en las narices de Romero Robledo, que también aspiraba al liderazgo. Empujado por su temperamento impulsivo, creó su propia facción de seguidores, llamados 'romeristas'. Era algo frecuente en aquella época, donde la política se basaba mucho más en los personalismos que en la ideología.

De hecho, si nos fijamos en el caso de Romero Robledo -que murió en marzo de 1906- se puede decir que redujo su pensamiento político a dos grandes conceptos: oposición al sufragio universal y al socialismo. Sin embargo, lo que realmente le interesaba era tocar poder y siempre buscaba el espacio desde donde hacerlo, sin importarle demasiado si era bajo unas siglas u otras. Aquello de la transformación de la materia que decíamos al empezar…

Arquetipo

'El Pollo de Antequera' o 'El Gran Elector' eran dos de los apodos con que se conocía a Romero Robledo en el Madrid de la época, donde se movía como pez en el agua. Su planta de dandi y su barba rubia no pasaban desapercibidas. Tanto se le podía ver en las tertulias, como en los bailes de sociedad como en las corridas de toros, siempre de buen humor.