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¿Prohibir la ciencia a los hombres?

La ONU estableció el 11 de febrero como una jornada para promover la participación femenina en el ámbito científico; pero no es que las mujeres no quieran hacer ciencia, es que los hombres se lo han impedido

Comadronas en acción en un grabado del siglo XIX.

Comadronas en acción en un grabado del siglo XIX.

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Durante mucho tiempo se ha oído la cantinela que si no había mujeres en el campo científico es porque no habían mostrado interés. Falso. Ahora sabemos que aún en el siglo XXI, muchas de las que trabajan en ese campo son invisibilizadas sistemáticamente. Hoy proponemos mirar atrás para descubrir las argucias masculinas para marginarlas a través de un sistema que se perpetuó durante siglos.

En la Edad Media, cuando las ciudades comenzaron a ganar importancia, los gremios se dieron cuenta que necesitaban una buena formación para regentar sus negocios. Esto explica, en parte, la aparición de los llamados Estudios Generales, que con el paso del tiempo se convertirían en las actuales universidades. El primer lugar que acogió uno de estos centros en Catalunya fue Lleida en el 1300. Y, ¡oh! ¡Sorpresa! Solo podían acceder hombres.

Medicina era uno de los títulos que se impartían, aunque tradicionalmente quien se había encargado de los temas de salud habían sido las mujeres. El problema es que a partir de ese momento solo estaban autorizados a atender enfermos quienes tenían el título otorgado por el Estudio General. En consecuencia las mujeres quedaban marginadas. Solo unas cuantas escogidas obtuvieron un permiso real especial para poder seguir trabajando. Juan I, por ejemplo, concedió a una mujer llamada Francesca que siguiera dedicándose a la obstetricia. Es decir, tenían que trabajar clandestinamente, hacerse un nombre y solo luego, si había suerte, conseguían el visto bueno de la corona. Y eso que incluso algunas trabajaban en la corte. La judía Reginó, hija de Santa Coloma de Queralt, fue la médico de confianza de la reina Sibila. Y es que las soberanas preferían ser atendidas por mujeres antes que por hombres.

Ni que decir tiene que esto ofendía mucho a los médicos titulados, que presionaban para expulsar las mujeres de la profesión. Las estudiosos del mundo medieval femenino, como la historiadora Teresa Vinyoles, señalan que aquella era una sociedad muy misógina. Por influencia de la religión se creía que las mujeres eran malas por naturaleza y esa mentalidad servía para interpretar como sospechosa cualquier actividad femenina. Veían brujas por todas partes. Como siempre se habían encargado de curar a los enfermos y atender a las parturientas, sabían curar con todo tipo de hierbas. Era un conocimiento transmitido oralmente de unas a otras, mientras compartían espacios domésticos y cotidianos. Desde la óptica masculina, todo aquello no eran más que pociones y filtros mágicos dictados por el diablo en reuniones clandestinas.

Persecución

Esta creencia fue arraigando tanto con el paso del tiempo que una acusación anónima podía significar la detención y el inicio de un proceso inquisitorial. Las procesadas eran sometidas a todo tipo de torturas y ellas, con la esperanza de detener el tormento, admitían los crímenes más inverosímiles que urdían las retorcidas mentes de los interrogadores. No servía de nada. El Santo Oficio consideraba la autoinculpación como una prueba definitiva de culpabilidad y las ejecutaba.

Los hombres lograron, pues, marginar las mujeres del conocimiento reglado. Solo les dejaron una parcela: la obstetricia. Consideraban que ayudar a parir criaturas no era tarea digna de un médico. En consecuencia todo lo relacionado con la salud y la anatomía femeninas no mereció ningún tipo de atención.

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Entonces, la medicina era la gran carrera científica. Después fueron apareciendo otras, pero había algo que se mantenía constante: la marginación de las mujeres. Durante mucho tiempo se hizo creer que no estaban preparadas para el mundo científico. Ahora bien, cuando se echa la mirada unos cuantos siglos atrás uno se da cuenta que era justo lo contrario. Lo estaban mucho más que los hombres, y precisamente por eso las excluyeron del sistema. Era la única manera que la inseguridad masculina no viera tambalear su ego.

Si hubiera justicia, los hombres deberíamos tener vetado el acceso a muchos trabajos durante muchos siglos para compensar y entender el agravio que han sufrido ellas. Y, sobre todo, darnos cuenta de la enorme estupidez que supone menospreciar el talento de la mitad de la especie humana sea cual sea su género.

Aledis, directora de hospital

En 1258 una mujer llamada Aledis fue nombrada gobernadora del hospital de La Seu d’Urgell, que acababa de entrar en funcionamiento. Normalmente la administración de los establecimientos iba a cargo de los hombres y las mujeres hacían tareas asistenciales, sobre todo a la hora de atender a los leprosos pobres, porque como no tenían dinero los médicos no se querían ni acercar.