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La soledad, manual de uso

Poetas, narradores y ensayistas han escrito profusamente sobre un fenómeno que muchos han redescubierto en mayor o menor medida en estos tiempos de pandemia

Algunos de los libros seleccionados.

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Mauricio Bernal
Mauricio Bernal

Periodista

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Digamos que una pandemia se cierne sobre todos y sobre todo, y digamos que de un día para otro los gobiernos confinan a los ciudadanos, y digamos que uno de los resultados es el redescubrimiento de la soledad. Digamos que la gente ve menos a sus queridos de siempre, que escasean las citas, las reuniones, las palabras y el contacto; y digamos que, acaso cenando en compañía de su televisor, una parte de esos ciudadanos experimentan el deseo de comprender mejor ese fenómeno, la soledad. ¿Dónde están las palabras para asomarse con conocimiento de causa, pero también de consecuencia, a ese vacío, a esa ausencia del otro?

Están por todas partes. Es probable que después del amor, la muerte y el paso del tiempo, la soledad sea uno de los temas más profusamente diseccionado en los libros, sin distinción de género. La literatura lo ha hecho con asiduidad y profundidad, y no hay que olvidar a Gilles Deleuze diciendo que un personaje bien construido no es otra cosa que un concepto filosófico. Acaso estaría de acuerdo en que el náufrago solitario de ‘Robinson Crusoe’ es una suerte de epítome de la soledad, el concepto de la soledad en sí. Defoe escribió una novela de aventuras que mira al interior de un alma devastada por el aislamiento y la incomunicación.

No hay soledad en la Vía Láctea

“Nunca he encontrado a un compañero que fuera tan sociable como la soledad”, escribió Henry Thoreau en su famosa ‘Walden’, la crónica de los dos años, dos meses y dos días que pasó en una cabaña cerca del lago del mismo nombre, en Massachusetts. No fue, a priori, una forma de experimentar con la soledad, y de hecho, el autor no renunció a una vida social mínimamente digna de ese nombre (recibía visitas), pero no quita que vivió en una cabaña aislada durante una larga temporada, y que le dedicó un capítulo de la obra a su aislamiento. “¿Por qué debería sentirme solo? –escribió–. ¿No está nuestro planeta en la Vía Láctea?”

Pero cualquiera sabe que no hay que buscar la soledad para encontrarla. Son magníficas las páginas que Antoine de Saint-Exupéry le dedica a la pequeñez del piloto aeropostal enfrentado a la inmensidad sideral –ciertamente una forma de soledad– en su famosa ‘Vuelo nocturno’, como magníficos son algunos pasajes evocadores del progresivo aislamiento espiritual en ‘El desierto de los tártaros’, la gran novela de Dino Buzzati, o fragmentos de la muy recomendable ‘Una soledad demasiado ruidosa’, de Bohumil Hrabal. Naturalmente, la poesía tiene mucho que decir al respecto: desgarradoras líneas sobre la soledad recorren ‘La balada de la cárcel de Reading’, de Oscar Wilde, o los ‘Poemas de amor’ que Idea Vilariño le dedicó a Juan Carlos Onetti, por poner dos ejemplos casi se puede decir que elegidos al azar. “Retirado en la paz de estos desiertos / con pocos, pero doctos libros juntos / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos”, escribe Quevedo en su célebre soneto.

Un tratado

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En el terreno del ensayo hay una obra que debe necesariamente ser citada antes que las otras, a pesar de que no ha sido traducida: ‘Histoire de la solitude et des solitaires’, la historia de la soledad y los solitarios del francés Georges Minois que es seguramente lo más cercano a un tratado que se ha escrito sobre el tema. Minois explora la soledad física y la mental, la voluntaria y la impuesta, desde los griegos hasta la modernidad. Atiende el historiador francés a la ambigüedad del fenómeno, que produce repulsión y fascinación a la vez: es romántico, pero nadie quiere estar solo. “Sufrir de soledad, mala señal: jamás he sufrido de nada más que de la multitud”, es la cita de ‘Así habló Zaratustra’ que encabeza el libro, a cuento porque la obra de Nietzsche también debería formar parte de la lista del hipotético lector interesado.

La psicóloga Silvia Congost publicó hace poco más de un año su ‘A solas’ (Zenith), sobre la aceptación de la soledad como fuente de riqueza y señal de madurez. En la misma dirección, quienes tengan conocimientos de inglés suficientes deberían echar un vistazo a las páginas de ‘How to be alone’, de la británica Sara Maitland, y su pariente, ‘A book of silence’, sobre la naturaleza y el sentido cultural del silencio. Porque todo está unido: la soledad, el silencio, el aislamiento, la incomunicación. Muchos lo están experimentando en carne propia desde el inicio de la pandemia. Los libros enseñan que forma parte del ser. Y que se puede aprender de ello.