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Àngel Sahún: «Era pistero en invierno y vaquero en verano»

Fotógrafo de publicidad desde los 14 años. Con los 'boy scouts' aprendió a esquiar y hoy a los 67 es embajador de Cerler

Àngel Sahún

Àngel Sahún / CRISTIAN CASAL

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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En los años 70, Àngel Sahún se compró el libro Tornem a viure. El arte de sembrar patatas, de hacer mermelada, más de 300 ideas para la vida orgánica, en armonía y consonancia con la naturaleza, ilustradas por el publicista francés Jacques Massacrier fueron parte del impulso que llevaría a este barcelonés del 52 a dejar la ciudad. Cuando tenía 14 años, el fotógrafo y publicista Leopoldo Pomés (Premio Nacional de Fotografía 2018) había visto en él cualidades para trabajar a su lado. Era el tiempo en que la fotografía hacía crecer y menguar las letras. Imprescindible. Solo la mili –en un refugio en Candanchú– ausentó un tiempo a aquel chaval talentoso de la agencia Tiempo, en la calle de Tuset. En las montañas fue el fotógrafo de su compañía. La nieve lo sedujo.

-¿Ya sabía esquiar?

-Sí, aprendí en la Molina con los boy scouts. Y después de la mili esquiando quise ser freelance en publicidad y pistero en invierno. Pero nadie me daba trabajo en la nieve.

-¿Cómo lo halló finalmente?

-Mi padre tenía una cordelería en la calle Botella, en el Raval donde vivíamos, en la misma calle que Vázquez Montalbán. Un día entró a comprar cordel alguien que venía de Cerler. Mi padre, que era muy preguntón, quiso saber para qué quería el cordel, y cuando le dijo que era para la estación de esquí, le dijo que yo quería trabajar en pistas.

-Bajar por cordel y regresar con un pistero.

-Era el año 76, y en invierno del 77 me rompí el menisco. Me ayudó mucho una buena amiga enfermera, Montse. El invierno siguiente subimos juntos a las montañas y ya nos quedamos. Tuvimos dos hijos. Ella tuvo trabajo enseguida. Terminó Enfermería y las plazas rurales no las quería nadie. Trabajó 15 años en Laspaúles y luego en Benasque.

-¿Y su trabajo cuál fue?

-Era pistero en invierno y vaquero en verano. Con un burro, subía a la montaña con 350 vacas. Aprendí el oficio madrugando, y de sol a sol, vigilando si alguna vaca estaba con el toro o tenía que parir e informaba al dueño. Y hacía queso. Durante tres años combiné el trabajo de pistero y vaquero. Pero yo lo que sabía hacer eran fotos.

-¿Cómo recuperó la fotografía?

-No perdí nunca mis contactos en la ciudad. La primavera del 77, el PSC me contrató para su campaña en las primeras elecciones de la democracia. Le hice las primeras fotos oficiales a Ernest Lluch, en Girona. Hice la Titan Desert varias veces. Y en Cerler me convertí en el fotógrafo de la estación. Carreras de niños, familias, la gente no llevaba cámara. De 100 fotos que hacía, vendía 95. Hoy se hacen 1000 y se venden 30 o 40. Yo en el hotel las vendía todas. Si me quedaban 5, era porque alguien se había tenido que ir antes de revelarlas. Fue aparecer el smartphone y el negocio de la foto se acabó. Y me retiré.

-No de las pistas. Ahora es uno de los embajadores de la estación de Cerler.

-Sí, la figura se creó en el 2007 para enseñar las pistas y acompañar a quienes llegan a esquiar a Cerler y no conocen la estación. Este es mi cuarto invierno como embajador. Es un servicio gratuito, lo hacemos voluntariamente. Y la gente que lo pide solo es necesario que, menos por las negras, se pueda mover bien por el resto de pistas.

-¿Qué les explican?

-Yo les hablo del origen glacial y la historia geológica de las montañas, tenemos la mayor concentración de 3.000 del Pirineo, hay 63 picos de esta altura, con el Aneto en cabeza. Les explico la tradición de brujería y la quema de brujas en el siglo XVIII y recuerdo la aventura de los chicos de Plan.

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-El esquí ha contribuido a repoblar.

-Sí, las administraciones saben que una estación es vida para un valle. En la Ribagorza tenemos escuela de música, biblioteca y entorno de aventura. Me enriquece poder mostrar lo que tanto he disfrutado.