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«Cuando probé el violín, su sonido me enamoró»

A los 68 años, Josep Lluís Puig, reputado violinista de Sabadell, sigue dando conciertos con un 'guarnerius' de 1740

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esala39075392 josep lluis puig bartolome violinista fue director del c170630142612 / NURIA PUENTES

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Menos famosos que los Stradivarius, los violines Guarnerius son igualmente valiosos y pocos tienen la oportunidad de disfrutar de su sonido. Josep Lluís Puig Bartolomé (Sabadell, 1948) es uno de estos privilegiados. Detrás del violín Guarnerius de 1740 que le acompaña en sus conciertos asoma la historia de un músico que antepone la discreción y la humildad a sus éxitos. A sus 68 años, se define como «un eterno aprendiz de violinista».

–¿Quién encontró a quién? ¿Usted al violín o el violín a usted?

–Fue un golpe de suerte. Yo iba a comprar unas cuerdas y en la tienda me dijeron que tenían un violín especial. Cuando lo probé, su sonido me enamoró. Era el año 1980 y yo me ganaba la vida bastante bien, pero aun así tuve que pedir un préstamo al banco para poder comprarlo.

–Un guarnerius 

–Lo llevé a un importante luthier de París, quien confirmó que, efectivamente, el violín salió del taller de Guarneri en Cremona (Italia) en 1740. Lo que no está confirmado es que lo hiciera todo él, pero nunca me he preocupado de obtener el certificado oficial.

–¿Cómo se inició en el instrumento?

–Mi padre era pianista. Un día fui a verle tocar con una orquestina de baile y escuché los violines. Yo tenía 4 o 5 años y aquel día decidí que quería tocar. ¿Ve este violín? [señala un pequeño violín colocado sobre el piano de la sala]. Fue con el que empecé.

–¡Aún lo conserva!

–En mi casa eran muy humildes. Me compraron este violín y al cabo de los años tuvieron que venderlo para poder comprarme uno más grande. Cuando yo ya tenía 30 años di un concierto en la parroquia del barrio y al acabar se me acercó un sacerdote. «Ven a la sacristía», me indicó. Allí había una funda de violín que reconocí enseguida. «Te regalo el violín que tus padres vendieron a los míos», dijo.

–Aprender música no es barato.

–No, supone un sacrificio enorme. A los 14 años entré a trabajar en un banco para poderme pagar los estudios de música.

–Un trabajo seguro frente a la incertidumbre del violín. ¿No pensó en dejarlo?

–En aquella época, si ibas con un violín te veían como un muerto de hambre, pero yo lo tenía muy claro y he tenido suerte. Como en el banco me conocían, me dieron un préstamo para estudiar en París con una profesora excelente, Dominique Hoppenot. No pasa un día sin que piense en ella.

–Le marcó.

–Antes más que ahora se afrontaba el estudio de un instrumento como una lucha que causaba mucho sufrimiento, en cambio ella pregonaba el placer de la sonoridad. Conocía la anatomía humana al dedillo y conseguía que los gestos fueran libres y naturales, como si el instrumento fuera una prolongación del cuerpo. Me reconcilió con el estudio y conmigo mismo.

–En 1995, un accidente casi acaba con su carrera.

–Íbamos en coche con mi mujer y nos rompimos la columna. Yo no tenía claro que pudiera volver a tocar, pero gracias a lo que aprendí con Dominique Hoppenot sigo tocando. Mi primera actuación después del accidente fue un concierto de Mozart con el director José Luis García Asensio. Los nervios se me pusieron en la herida, pero logré tocar hasta el final.

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–Se jubiló en el 2012 siendo director del conservatorio de Sabadell.

–Guardo un gran recuerdo de los años que estuve en el conservatorio y de los compañeros, que son grandes profesionales. Representa que estoy jubilado, pero sigo estudiando mucho. En un concierto reciente toqué por primera vez en público una de las obras más difíciles, la Sonata 3 de Bach para violín solo en do mayor. Tengo tanto que aprender...