Exposición fotográfica entre copas

165 protagonistas de la Barcelona de los 80, mezclados, no agitados, en el Dry Martini

La fotógrafa María Espeus revive, 42 años después y en la coctelería de la calle de Aribau, la exposición con la que en 1982 retrató la efervescencia de un tiempo irrepetible

María Espeus expone 165 retratos de la Barcelona de los 80

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Pau Riba, Gato Pérez y Jaume Sisa

Pau Riba, Gato Pérez y Jaume Sisa / MARÍA ESPEUS

Carles Cols

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Probablemente existen tantas versiones de lo que fueron los años 80 en Barcelona (¿gamberramente creativos, preolímpicamente plomizos, acomplejados ante la movida madrileña, titánicos en términos transatlánticos, inolvidablemente divertidos…?)’ como leyendas hay del origen de ese cóctel centenario llamado ‘dry martini’ y, más aún, de cuál es su receta canónica. Viene al caso tan extraña comparación porque el Dry Martini (en este caso, la coctelería de la calle de Aribau) acaba de renacer como sala de exposiciones. En sus paredes se exhiben los 165 retratos que la fotógrafa María Espeus tomó a caballo de los 70 y los 80 a 165 barceloneses que (sin que ella tuviera entonces una bola de cristal, lo cual acrecienta el mérito) terminaron por ser personajes cruciales en la construcción de lo que podría considerarse parte del carácter colectivo de esta ciudad. Para bien y para mal.

Esos 165 retratos ya fueron en 1982 el cuerpo central de una exposición. Se mostraron entonces en el Instituto de Estudios Norteamericanos bajo el premonitorio título ‘HOLA! Barcelona’. Pasado 42 años, más que una reedición nostálgica de lo que supuso aquella muestra, la exposición, un empeño personal esta vez de Javier de la Muelas, que durante cuatro años ha seducido a Espeus para que volviera a revelar aquellos negativos, es, dicho sin exagerar, una lección de historia. Pero, lo primero es lo primero, ¿quién es María Espeus?

Nazario, Ocaña y Alejandro.

Nazario, Ocaña y Alejandro. / MARÍA ESPEUS

Nacida en 1949 en Suecia y tras un paso por París que incuestionablemente le formó profesionalmente, Espeus es una fotógrafa 100% barcelonesa desde que en 1977 se afincó en esta ciudad, o sea, que lo hizo en un momento quizá irrepetible, cuando el antiguo y casposo poder se desmoronaba a ojos vista y los partidos políticos que iban a tomar el testigo de esa carrera de relevos que fue la Transición aún no habían cerrado el puño ya penas comenzaban a tomar carrerilla. Todo cuanto sucedía, sobre todo alrededor del mundo de la cultura, era fruto de inquietudes personales, vamos, el resultado de una efervescencia muy difícil de definir salvo que se tuviera el olfato fotográfico que tuvo Espeus.

Ouka Leele, Lydia Delgado e Isa Albareda.

Ouka Leele, Lydia Delgado e Isa Albareda. / MARÍA ESPEUS

Dice ahora, pasados tantos años, que aquello no obedecía a ningún plan, que sencillamente conoció en Zeleste, en el Gimlet y en otros bares, o en esos pisos gigantes del Eixample que entonces era tan fácil alquilar, a gente que le parecía la repera (Cesc Gelabert, Toni Miró, Ouka Leele, Mariscal, Toni Miró, Sisa, Ramon Parellada, Isa Albareda, Peret, Nazario, Federico Giménez antes de que se transformara en Federico Gimñenez Losantos, Miguel Ángel Gallardo, Fernando ‘Vinçon’ Amat, Javier de las Muelas, Gato Pérez…), y que solo por ese motivo, porque le parecían interesantes, uno a uno les fue retratando durante casi dos años y medio. Lo hizo, además, si así puede decirse, muy suecamente, con una Hasselblad, cómo no, y con una fotografía sobria como la de una película nórdica. No hay ‘atrezzo’. Todos los modelos miran a la cámara o, si prefieren decirlo así, les miran a ustedes que observan las fotos. Quizá el resumen perfecto de lo que Espeus buscaba es el retrato que le hizo a Ocaña, atípico en él, sin extravagancias, mostrando exclusivamente lo que en realidad era, un buen chico.

Jamás pensó, cuando reveló por primera vez cada uno de aquellos negativos de gran formato, que se expondrían todas las copias juntas en 1982 y mucho menos que en 2024 esas fotos serían nuevamente reivindicadas, en parte con un cierto dolor, porque 45 de los protagonistas han muerto (un porcentaje altísimo, sintomático) y otro grupo ha puesto fin a su trayectoria profesional. También hay que preguntarle a Espeus por la enorme desproporción entre hombre y mujeres. “Es lo que había entonces”, responde con transparente honestidad. Si hoy se propusiera una idéntica misión, da por hecho que las mujeres serían muchas más, quizá más de la mitad de los personajes, pero no por corrección política, sino porque ellas son hoy (en la moda, en el escenario, en la ilustración…) las que pilotan los tiempos.

Javier de las Muelas, Ramon Parellada y Toni Miró

Javier de las Muelas, Ramon Parellada y Toni Miró / MARÍA ESPEUS

Por favor, sálvense las distancias, pero esas 165 fotos son como la sesentena de ‘homenots’ sobre los que escribió Josep Pla o como esa veintena de protagonistas de las noches de Bocaccio que en su día entrevistó Toni Vall para escribir un libro fenomenal, es decir, un conjunto coherente que, a fin de cuentas, sirve para entender un poco mejor de dónde venimos.

Gallardo, Peret y Àngel Casas.

Gallardo, Peret y Àngel Casas. / MARÍA ESPEUS

Fue María Espeus, tiempo después, la fotógrafa oficial de los Juegos Olímpicos, aquella suerte de ‘big bang’ que hizo que la fama de Barcelona pasara a ser planetaria, un explosión de luz que, lo que son las cosas, dejó en una cierta penumbra la etapa anterior, la que tanto le había hecho vibrar. Entonces, muy a principios de los 80, Dry Martini no era todavía un local de la constelación nocturna de Javier de las Muelas. Era un negocio de Pedro Carbonell, un local de maderas nobles, muy inglés (bueno, eso aún perdura), cuyo nombre, el del establecimiento, daría para entretenidísimas crónicas, porque toma prestado el nombre de un cóctel que en realidad nunca toma James Bond en las películas, que tanto le encantaba a Roosevelt que se lo dio a probar a Stalin y a este le pareció agua, que Churchill reinterpretó a su manera, condenando al ostracismo el vermut y ensalzando solo a la ginebra y que a Hemingway le parecía el clímax de la civilización. Esto último nunca queda claro como debería ser tomado. Está la anécdota famosa de aquel náufrago que tras meses de penurias y de sobrevivir a tribus salvajes llegó a las costas de su natal Inglaterra y lo primero que vio fue un cadalso con una soga. “¡Por fin!, un lugar civilizado”, exclamó.

El cóctel, ese maridaje de siete partes de ginebra y una de vermut seco, se supone que es un símbolo de civilidad igual que la Barcelona que dejó atrás los 70 y se asomó a los 80 se supone que lo fue de creatividad. Es cuestión de gustos. Pero de la exposición no cabe discusión. Es fascinante.