Novedad editorial

La historia de Sant Antoni antes de ser una 'superilla', en 175 fotos

La azarosa historia de Fort Pienc y Sagrada Família, en 182 fotos

La Horchatería Sirvent, un referente del barrio y de toda Barcelona, en los años 40.

La Horchatería Sirvent, un referente del barrio y de toda Barcelona, en los años 40. / ARXIU L'ABANS

Carles Cols

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El charlestón, el baile que mejor representa la chispeante pero breve alegría que vivió el mundo entre las dos guerras mundiales, entró en Barcelona a través de Sant Antoni. Fue en 1926. La popularidad de Joséphine Baker en el Folies Bergère de París traspasaba fronteras, así que en el Teatre Circ Olympia, gigante sala de fiestas de la ronda de Sant Pau, un lugar con capacidad para 6.000 espectadores si era necesario, se programó en enero de 1926 un ‘show’ a cargo de Chocolat Kiddies, “un espectáculo de negros norteamericanos, el más exótico, más original y de más éxito que se ha presentado en Barcelona”. Aquel Olympia (no confundir con otro anterior, el del Parl·lel) fue toda una institución y hoy, qué lástima, solo es un recuerdo difuminado que, afortunadamente, quiere recuperar ahora, entre decenas más de historias de ese barrio, la editorial Efadós. Acaba de publicar ‘Sant Antoni Desaparegut, una más de sus eficaces pastillas contra la amnesia. Como suele suceder con los libros de esta colección, entrar en él es una irresistible invitación a tirar de los hilos narrativos que se ofrecen en sus páginas.

Con aún olor a imprenta de las dos publicaciones anteriores de Efadós, dedicadas a la Sagrada Família, Fort Pienc y el Born desapecidos, el historiador Josep Fabra i Llahí presenta ahora, a dos semanas de Sant Jordi, un viaje al Sant Antoni (por decirlo de algún modo) de mucho antes de que fuera conocido como ‘superilla’, una excursión en el tiempo al que quizá sea el más singular barrio del Eixample, perimetrado por las rondas, el Paral·lel y la Gran Via, como si fuera un estado de aquellos de EEUU de fronteras rectas, pero sobre todo condicionado por su vecindad con el Raval y por la imponente presencia del Mercat de Sant Antoni.

La ronda de Sant Antoni, hoy en obras, a principios del siglo XX.

La ronda de Sant Antoni, hoy en obras, a principios del siglo XX. / HAUSER Y MENET

El Olympia, lo dicho, solo son cuatro fotos y tres impecables textos en el libro, pero suficientes para recordar, por ejemplo, que allí se llevó una fenomenal tunda Giacomo Bergomas a puños de Paulino Uzcudun, un boxeador vasco que fue toda una celebridad, un tipo que solo sufrió un K.O. en todas su carrera, en el Madison Square Garden y, lo que le disculpa, en un combate que le enfrentó nada menos que a Joe Louis.

Paulino Uzcudum, segundo por la derecha, en el Olympia, antes de derrotar a Giacomo Bergomas.

Paulino Uzcudum, segundo por la derecha, en el Olympia, antes de derrotar a Giacomo Bergomas. / CARLOS PEREZ DE ROZAS AFB

Hay más nombre célebres en este viaje al Sant Antoni de antes, como el Louis Moritz, el alsaciano que durante la segunda mitad del siglo XIX, con solo 21 años, llegó al barrio y que terminó por dar de beber cerveza a media ciudad, afirmación nada exagerada si se mira la foto que recupera el autor del libro, con una decena de vehículos aparcados en la calle de Casanovas, algunos a motor, otros tirados por caballos, y todos, eso sí, con barricas repletas de aquello que muchos años más tarde Steve Huxley definiría como poesía líquida.

El cortejo fúnebre de los hermanos Badía, en la ronda de Sant Antoni.

El cortejo fúnebre de los hermanos Badía, en la ronda de Sant Antoni. / CARLOS PEREZ DE ROZAS AFB

También historia en mayúsculas de esta ciudad es el cortejo fúnebre de los hermanos Badía, ¡uf!,  por la ronda de Sant Antoni, una estampa que aún quita el hipo, y no menos historia es la olvidada cárcel de Reina Amàlia, la única Bastilla que demolieron los anarquistas de Barcelona, pero si por algo despunta esta nueva entrega de los viajes de Efadós al pasado local es por el homenaje a quienes verdaderamente eran los protagonistas del día a día en el barrio, los serenos, los carboneros, los conductores del 29 (ese tranvía que realmente no hacía más que dar vueltas), los vecinos y, por supuesto, los tenderos, a los que Fabra i Llahí dedica una buena parte del libro. Sant Antoni fue célebre por un tejido comercial extraordinariamente rico, más que el actual, y quizá hasta sea posible ponerle nombre y apellidos a ese fertilidad.

La prisión de la Reina Amàlia, demolida por los anarquistas en 1936.

La prisión de la Reina Amàlia, demolida por los anarquistas en 1936. / DOMINGUEZ AFB

Antoni Rovira i Trias, como sabe cualquier apasionado por las crónicas de esta ciudad, es una que dar una cierta pena. Con lo convencido que estaba él de que su propuesta de urbanización del Eixample se iba a imponer a las demás en el concurso de ideas convocado por el Ayuntamiento de Barcelona, y justo antes de llegar a la meta vio que le adelantaba por la izquierda (en todos los sentidos) Ildefons Cerdà. Rovira i Trias concursaba con un diseño de ciudad radial, en el que un conjunto de grandes avenidas confluían en lo que hoy es la plaza de Catalunya. Era aquel, según se mire, un urbanismo panóptico, que al fin y al cabo es lo que años después terminaría por hacer, a mucha más pequeña escala, con el mercado de Sant Antoni, su obra cumbre, con cuatro brazos que señalan hacia los cuatro puntos cardinales y que, en cierto modo, extendieron su influencia en el resto de las calles. El repaso que el libro hace de los establecimientos que fueron referenciales en el barrio es un obsequio impagable. Muchos no han sobrevivido. Otros, como la Sirvent, ahí continúan. Como homenaje a unos y otros, a los que aún están y a los que se fueron, ‘Sant Antoni Desaparegut’ es insuperable.

Botoners Pepito, una tienda que si no tenía un modelo era porque no existía.

J. M. PEÑALVER / ARXIU L'ABANS

Hay barrios en Barcelona que son, sin que sea una tontería decirlo así, solo de los vecinos del barrio, es decir, que apenas son lugar de destino de los barceloneses de unas cuantas calles más allá. No ha sido ese nunca el caso de Sant Antoni, porque, lo que son las cosas, ha sido el hogar de ‘instituciones’ únicas, como el mercado de libros viejos, o el intercambio de cromos, o el canódromo (aunque en este último ejemplo tenía competencia en el otro extremo de la ciudad, en la Meridiana). Fue también un barrio de cines célebres, y de cabarets, y, en una estupenda aportación de Fabra i Llahí, incluso de unos baños turcos ‘comme il faut’. El autor había oído hablar vagamente de su existencia. Un día encontró un viejo folleto que acreditaba que no eran una leyenda. Estaban en el número 79 de la calle de Calàbria. Tienen ahora su merecido rincón en el libro. Son otro hilo del que tirar. Según Fabra i Llahí, a poco que alguien se ponga en ello, hace un ovillo.