Proyecto comunitario y solidario

La primera cosecha de naranjas del Eixample ya es mermelada

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Carles Cols

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La primera cosecha de naranjas del Eixample, que no hace ni dos semanas que pendían bien hermosas ellas en pasajes como el de Mercader y el de Domingo, junto a la Rambla de Catalunya, ya es mermelada. Se ha sumado este año el distrito de Cerdà a un proyecto que nació hace cuatro años en Sant Andreu con un nombre que parecerá bucólico, ‘Barcelona espigola’ (Barcelona espiga, en traducción literal), un éxito si se miran las cifras, casi 600 voluntarios este año recolectando frutas, hasta hubo ‘overbooking’ de solicitudes, pero que en realidad, más allá de recordarnos que antaño todo esto era campo, tiene, como las mermeladas obtenidas, un sabor interesantemente amargo.

Hay en Barcelona unos 3.300 naranjos, muy pocos en el Eixample, unos 170. Hasta la creación de los ejes verdes, el ‘Citrus x sinensis’ era prácticamente el único frutal de las calles de la ciudad, vistoso cuando las naranjas alcanzan la madurez, un incordio, sin embargo, para los barrenderos. La idea es, si se resume, la cuadratura del círculo. En una ciudad en la que, quien más quien menos, tiene antepasados rurales, se organiza una recolecta de frutos. Es algo festivo. Si el proyecto crece (que lo hará, seguro), no habría que descartar que termine por ser una celebración en el calendario conocida por todos. No son, sin embargo, naranjas apetecibles. Apenas tienen pulpa y son muy amargas al mordisco, pero bien tratadas (lavadas, peladas y cocinadas) proporcionan una mermelada, por decirlo de algún modo, muy inglesa, perfecta para tostadas o para acompañar carnes. Se envasan con un nombre inmejorable, La Marga. Habría que felicitar a quien se le ocurrió. Cada distrito tiene su propio color identificativo. Al Eixample le ha tocado un tono granado.

La preceptiva foto de familia, tras la cosecha

La preceptiva foto de familia, tras la cosecha / .

Este febrero, los árboles cosechados en el Eixample han sido solo 44, que parecerán muy poco, pero que han proporcionado 320 kilos de naranjas, suficientes como para llenar unos 1.000 tarros. No son mermeladas que vayan a entrar en el circuito comercial. No es que no sean competitivas en gusto y calidad. La razón es otra. Su destino son proyectos sociales. Las de Gràcia van a una alacena solidaria y las de Ciutat Vella, por ejemplo, a proyectos vinculados con la inmigración.

El proyecto, visto así, con una perspectiva amplia, es precioso. En mitad de una ciudad de 1,7 millones de habitantes, densa como pocas, escasamente verde, sobre todo en el Eixample, se cosechan naranjas en un ambiente de camaradería. Pero es también una oportunidad para la reflexión. De parte de la coordinación de los y trabajos y, sobre todo, de la elaboración de las mermeladas se encarga una fundación con sede en El Prat de Llobregat y con un nombre, Espigoladors, que es una inexcusable invitación a viajar en el tiempo, a 1857, a París.

En aquel año y en aquella ciudad mostró en público por primera Jean-François Millet uno de sus cuadros más célebres y, a la par, que más problemas le acarreó. Es ‘Las espigadoras’. Tres mujeres recogen del campo restos que la siega del campo ha dejado atrás. Es un trabajo duro. Llevan en sus manos unos pobres ramilletes de espigas, pero es que, en el campo, las penurias son tremendas. No se puede tirar nada. Habían pasado 10 años de la publicación del ‘Manifiesto comunista’ y, claro, la burguesía parisina se tomó fatal aquel cuadro que, a su manera, les señalaba como culpables de que su enriquecimiento siempre era a costa de alguien.

'Las espigadoras', de Jean-François Millet.

'Las espigadoras', de Jean-François Millet. / ,

La Fundació Espigoladors nació en 2014, no con la vista puesta en los naranjos de Barcelona, sino con preocupaciones de mayor profundidad. La crisis de 2008 aún se dejaba sentir, en cifras de paro y en desahucios por semana, pero también en algo inimaginable hasta entonces, en un empobrecimiento de la dieta de una parte de la población y, en ocasiones, en casos de malnutrición. Las fundadoras de esta asociación comenzaron a estrechar lazos con el sector agrícola, donde los productores no solo son víctimas de los bajos precios a los que pretenden comprar los intermediarios, sino, también de algo que (nunca tan bien dicho) es la repera, los criterios estéticos de los consumidores. A las frutas y a las hortalizas se les exigen unos cánones de belleza que dejan fuera de los mercados importantes de cantidades de productos.

Tres tarros de mermelada de naranjas que hace dos semanas estaban en el árbol.

Tres tarros de mermelada de naranjas que hace dos semanas estaban en el árbol. / ELISENDA PONS

Fue así cómo nació esta fundación, por una parte con el trabajo de voluntarios dispuestos a (como las espigadoras de Millet) recolectar y, por otro, con la labor de personas en busca de una inserción laboral. Pasados 10 años, el proyecto ha crecido tanto y tan bien que el taller del que disponen en el barrio de Sant Cosme (El Prat de Llobregat) se les ha quedado pequeño y en pocos días se trasladarán a una nave mucho mayor. No es para menos. Con la asesoría de cocineras como Ada Parellada hasta le han dado un toque de calidad a las conservas que salen de su obrador con productos de descarte del Baix Llobregat, la cuenca del Tordera y de varias zonas de Tarragona. Mermelada de pimientos rojos, paté de zanahoria y comino, paté de calabacín y dátiles, paté de cebolla y manzana, mermelada de mandarina…

Con esa trayectoria, la recolección de naranjas del Eixample puede parecer una anécdota o incluso un entretenimiento de ociosos. Nada más lejos. Una quincena de personas en han trabajado estos días para que a esas frutas durante décadas inservibles se les dé una oportunidad. Como a ellas. No está nada mal.