Novedad editorial

El 'Patinsky' de Barcelona, la gentrificación como una de las bellas artes

De la crisis bancaria como una de las bellas artes

Robert Neville estuvo en la Modelo

El piso de Margarita, vacío tras la mudanza forzada, con los cuadros de su padre aún colgados de las paredes.

El piso de Margarita, vacío tras la mudanza forzada, con los cuadros de su padre aún colgados de las paredes. / JOSEP MARIA DE LLOBET

Carles Cols

Carles Cols

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Son tantos los burofaxes que se han enviado a los inquilinos de Barcelona para que en tal o cual fecha desalojen el piso, tantas las subidas de alquiler inasumibles que han obligado a hacer las maletas, tantas las maniobras sucias para echar a lo que algunas inmobiliarias, entre risas y en privado, llaman los ‘bichos’ de una vivienda, que era inevitable que en alguna ocasión, por simple probabilidad estadística, ese traumático proceso diese pie a una obra poética. Ha sucedido. Ediciones Posibles publica este fin de semana ‘Pastinsky’, el último trabajo de uno de los fotógrafos más singulares de la ciudad, Josep Maria de Llobet, quien durante cuatro meses de 2014 retrató la lenta mudanza de un piso de la calle de París hasta que, en el instante final, antes de devolverle las llaves al dueño de la finca, aquella vivienda se había convertido en una galería de arte.

Antes de revelar quién era Pastinsky, tal vez es necesarios quién es De Llobet, un fotógrafo que ha inmortalizado con su cámara tres instantes históricos e íntimos de esta ciudad. Cuando el antiguo Hospital de Sant Pau trasladó al último paciente a su nueva y modernísima  sede, obtuvo un salvoconducto para transitar por todas y cada una de las estancias de aquella joya del modernismo perturbadoramente vacías. Decir que aquello fue una autopsia inmobiliaria es quedarse corto. Cuando La Modelo trasladó a su último preso, otro salvoconducto le abrió las puertas de aquella cárcel para que totalmente a solas pudiera retratarla.

El piso de Margarita, en la primera visita cámara en mano de De Llobet.

El piso de Margarita, en la primera visita cámara en mano de De Llobet. / JOSEP MARIA DE LLOBET

Para el tercer instante histórico no necesitó ningún permiso especial. Lo interesante estaba a la vista de todos, en la calle, pero solo él supo verlo. Fue a raíz de la crisis económica de 2008, aquella en la que el lobo vigilaba a las ovejas. En menos de ocho años, la mitad de las oficinas bancarias, o sea, los ‘canis lupus’ de Barcelona, cerraron y lo hicieron, he aquí la gracia de la cosa, como si existiera un protocolo secreto sobre cómo hacerlo. Pintaban los cristales de blanco, como si hubiera algo que ocultar. Esa vergüenza es lo que fotografió y que Ediciones Posibles convirtió en un majestuoso libro.

El piso, en la última expedición.

El piso, en la última expedición. / JOSEP MARIA DE LLOBET

‘Pastinsky’ es otro género. Ese era el sobrenombre con el que firmaba los cuadros su tío abuelo Joaquín, un hombre que descubrió su pasión pictórica con 78 años, aunque con el problema de que esa edad descubrió también que no hay en la mitología clásica ninguna musa de la pintura que le pudiera echar una mano. La familia bromeaba mientras Joaquín se enfrentó, no a decenas, sino a cientos de lienzos. Le preguntaban qué tal el último pastiche, y él, con gran sentido del humor, comenzó a firmar sus cuadros como Pastinsky.

Murió Joaquín y parte de aquella obra, porque toda, por volumen, habría sido imposible, decoraba las paredes del piso de la calle de París, casi esquina con Enrique Granados, en el que vivía su única hija, Margarita. Sucedió entonces lo que De Llobet describe con una acertadísima expresión, Margarita fue una nueva víctima de esa “corriente migratoria centrífuga” que aqueja a Barcelona y a tantas otras ciudades, eso que más académicamente y con un anglicismo se define como la gentrificación. “No podía asumir otro aumento del alquiler y se disponía a organizar la mudanza”, explica el fotógrafo. Para él fue como el fogonazo de un flash que alumbró un nuevo proyecto.

Dos 'patinskys', en un dormitorio del piso.

Dos 'patinskys', en un dormitorio del piso. / JOSEP MARIA DE LLOBET

De común acuerdo con el resto de la familia, el piso fue vaciado poco a poco, a lo largo de cuatro meses, con una única condición. Podían salir de ahí los muebles, la nevera, la ropa de los armarios, la vajilla, las lámparas de techo y los apliques de pared, pero no podía descolgarse de las paredes ninguno de los cuadros de Joaquín. Con el mismo espíritu explorador con el que en su día entró en la Modelo y en el Hospital de Sant Pau, visitó en cuatro ocasiones aquella vivienda que, claro, progresivamente iba transformándose en una exposición pictórica. Era, además, uno de aquellos maravillosos pisos del Eixample que se construyen alrededor de una galería central, uno de esos que es posible circunvalar como si uno fuera Juan Sebastián Elcano.

‘Pastinsky’, el libro, es la crónica en imágenes de ese proceso, una gentrificación más de la ciudad, sí, pero también una manera de contarla con los mimbres del arte. Sálvense las distancias, pero si Rodrigo Sorogoyen convirtió el desahucio de un piso de Madrid en una magistral serie, ¿por qué no hacer lo mismo en Barcelona y con otro formato? Tanto es así que la mudanza de Margarita y ese instante final en el que en el piso de la calle de París solo quedaban cuadros fue comisariado por la familia como si fuera el catálogo de una galería de arte, en el que de Pastinsky se destacó que “creó un lenguaje pictórico que oscila entre los confines de la figuración naïf y la abstracción, entre literalidad y los códigos secretos”.