Hasta el 2 de julio

La línea dura (aunque de buen corazón) de la arquitectura barcelonesa

La antigua sede de Editorial Gustavo Gili acoge una exposición rica en fondos que reescribe la historia del racionalismo arquitectónico local

Carles Cols

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En los años más sombríos de la historia contemporánea de Barcelona (años 40, hambre, represión, ajustes de cuentas, misas nacionalcatólicas a todas horas y esa luz mortecina que proporcionaba, cuando lo hacía, la corriente de 125, o sea, sombría) sucedió algo inesperadamente luminoso. El Colegio de Arquitectos de Catalunya y Baleares convocó un concurso de ideas para resolver con buen oficio la carencia de vivienda económica en Barcelona. Aquello fue como plantar una semilla de la que terminarían por brotar, tras diversos injertos, extraordinarios frutos: las viviendas del Congreso Eucarístico, el polígono de Montbau, las escuelas que entre 1956 y 1975 levantó el estudio MBM, los comedores de la Seat, que de tan hermosos que son hasta los enseñan a veces en el festival Open House, el Canódromo Meridiana, el edificio de ‘El Noticiero Universal’, Walden y hasta el Camp Nou. Parecerá todo esto muy inconexo, pero una exposición comisariada por el historiador del arte Valentín Roma ha conseguido ligar a la perfección esa salsa.

‘Líneas duras: edificios, diseño y urbanismo en Barcelona (1949-1974)’. Ese es el título de la muestra, muy recomendable, como se verá en próximos párrafos, por varias razones, la primera de ellas por el lugar elegido para recibir al público, la antigua sede de Editorial Gustavo Gili, un tesoro del racionalismo local que el Ayuntamiento de Barcelona compró en 2021 y que, a poco que se tenga querencia por el gremio de la arquitectura, siempre es un placer visitar. Se puede visitar la expo, el edificio y, como no hay dos sin tres, hasta una pequeña selección de fotos que Francesc Català-Roca realizó de aquel lugar cuando estaba en obras y cuando se inauguró. Es, sin duda, una segunda y poderosa razón, todo ello hasta el 2 de julio en el número 87 de la calle de Rosselló.

La sede de Editorial Gustavo Gili, tal y como la fotografió Francesc Català-Roca durante las obras de construcción del edificio.

La sede de Editorial Gustavo Gili, tal y como la fotografió Francesc Català-Roca durante las obras de construcción del edificio. / Francesc Català-Roca / Arxiu Històric COAC

El hilo narrativo es el esbozado sucintamente al principio. En Barcelona, una ciudad hasta entonces construida por y para la burguesía, con la vista de los ciudadanos acomodada a las nunca rectas formas del modernismo y con vecinos incluso resignados a disimular y dar por bueno que el barrio Gòtic era realmente gótico, sucedió lo insólito. Terminada la guerra pero no las penurias, seis arquitectos que después dejarían huella en la ciudad ganaron aquel concurso de ideas sobre cómo proporcionar vivienda asequible y meritoria a las clases populares. Eran Francesc Mitjans, Antoni de Moragas, Ramon Tort, Antoni Perpinyà, Josep Antoni Balcells y Josep Maria Sostres.

No era una iniciativa de las nuevas autoridades políticas. La dictadura restauró ese viejo orden que, por decirlo de algún modo, proporciona hielo por igual a todo el mundo, pero a los ricos en verano y los pobres en invierno. Era una iniciativa que surgía, podría decirse, desde la academia, desde la intelectualidad, un yacimiento entonces bastante seco tras tanto exilio forzado. Pues eso. De repente, ahí estaba el colegio de los arquitectos debatiendo sobre una arquitectura no burguesa.

El luminoso espacio central del edificio.

El luminoso espacio central del edificio. / MANU MITRU

La exposición no ocupa un inmenso espacio pero es inmensa en fondos documentales. Es fruto de una colaboración conjunta de la Virreina, por parte municipal, y del Col·legi Oficial d’Arquitectes de Catalunya (COAC), ya sin su apéndice balear de antaño. La mirada retrospectiva que propone, esa que es capaz de poner bajo un mismo paraguas narrativo las viviendas cooperativas de La Maquinista, de Coderch, y la reforma de las buhardillas de La Pedrera, de Barba Corsini, ha sido redactada por Valentín Roma, pero todo habría sido imposible sin ese celo con el que el archivo del COAC conserva planos, bocetos, cartas y documentos de todo cuanto ha hecho de Barcelona la ciudad que es.

Un tercera razón que por sí sola justifica la visita es justo esa, la posibilidad de intuir la mano de los arquitectos cuando hace varias décadas, sobre una hoja (a veces una cuartilla, otras, un gran plano) dibujaban las distintas perspectivas de su proyecto. A los visitantes de corazón más blaugrana seguro que les latirá con más pulsaciones cuando vean lo que, en cierto modo, es la partida de nacimiento del actual Camp Nou, una hoja no mucho más grande que el primer contrato de Leo Messi en la que Mitjans recibe el encargo de construir un nuevo estadio. Lleva la fecha del 22 de mayo de 1954. Alrededor de esa carta se muestran los primeros bocetos de aquel coliseo del que en realidad Manuel Vázquez Montalbán jamás defendió que fuera el cuartel de un “ejército simbólico desarmado de la catalanidad”. Eso lo pretendían otros. Para Vázquez Montalbán, “el Barça es su gente”.

Valentín Roma, director artístico de la Virreina, señala los primeros bocetos de Mitjans para el Camp Nou y, en mitad de ellos, la cuartilla con la que recibió el encargo de llevar adelante el proyecto.

Valentín Roma, director artístico de la Virreina, señala los primeros bocetos de Mitjans para el Camp Nou y, en mitad de ellos, la cuartilla con la que recibió el encargo de llevar adelante el proyecto. / MANU MITRU

Dentro de 50 años será imposible montar una exposición así sobre la arquitectura y el urbanismo actualmente en curso, porque es época de eso que llaman ‘renders’, todo digital, mucho menos emocionante que el trabajo a lápiz. La silueta del Canódromo Meridiana trazada por Bonet Castellana y Puig Torné es realmente para enmarcar. Ante los planos del conjunto de viviendas de los números número 2 y 4 de la calle de Johann Sebastian Bach no hay que olvidar que su autor, Ricardo Bofill, era entonces un veinteañero, que impresiona. Luego está el sello de los arquitectos de aquella primavera del Grupo R, que apenas duró como tal nueve años, pero muy fructíferos.

El proyecto del Canódromo Meridiana, tal y como Bonet y Puig lo concibieron en 1962.

El proyecto del Canódromo Meridiana, tal y como Bonet y Puig lo concibieron en 1962. / Archivo COAC

La facultad de Derecho (1958), la comercial Hispano Olivetti (1960-1964), el edificio de Banca Catalana (1965-1968), la tortillería Flash Flash (1969-1979), porque no solo se trata de arquitectura, también de diseño, el edificio Fregoli (1972-1975)…, en total son 29 los capítulos de este relato cosido por Roma, una ruta que incluye, como resulta obvio, obras que en absoluto pueden enmarcarse en la corriente de cubrir con calidad las necesidades de las clases populares, pero, según Roma, esa fue en parte la chispa inicial.

Mucho más podría escribirse sobre la exposición. Siempre es mejor ir, claro. Pero una última cuestión merece la pena ser mencionada. Es el título de la muestra, ‘Líneas duras’. Es un calificativo prestado. En 1985, los arquitectos Carles Martí y Xavier Monteys titularon así el último número de la revista ‘2C, Construcción de la ciudad’, que desde 1972 se había publicado bajo el amparo de la Escuela Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona (ETSAB). Era un texto de homenaje a un grupo de figuras internacionales de la arquitectura moderna que Martí y Monteys definieron con gran gancho como “el ala radical del racionalismo”. Lo de la línea dura se refería a eso, a la radicalidad de sus planteamientos, como si fuera el ala dura de tal o cual movimiento ideológico. Aquellos eran los años que en el mundo del comic en Barcelona se enfrentaban las corrientes de la tintinesca línea clara y la canalla línea chunga de ‘El Víbora’. Explica Monteys pasados casi 40 años que aquella no fue la inspiración. Lástima. Ya habría sido la repera.