Contrapunto
Agresividad comercial o engaño
Salvador Sabrià
Periodista
SALVADOR SABRIÀ
La combinación de la crisis económica y la pérdida de poder adquisitivo con la necesidad de lograr nuevos clientes por parte de las empresas de servicios y de productos culturales crea un cóctel que puede llegar a ser muy dañino para los hipotéticos clientes que se intentan captar. Proliferan las quejas de particulares por un cambio de proveedor de electricidad sin haberlo solicitado o por la recepción de facturas por productos que no se han contratado. Así se constata en las cartas que se reciben en este periódico, por ejemplo.
Sin embargo, en muchas ocasiones estos problemas no pasan de ser unas molestias percibidas como cuestiones individuales. Y, además, no llegan a convertirse en denuncias, aunque en muchos casos rozan, si es que no lo son, la estafa o el engaño.
Hay auténticos especialistas en la materia. La tercera edad, a poder ser con evidentes problemas de memoria, es la principal víctima. En el apartado de servicios, hay comerciales, eufemísticamente hablando, que han logrado que casi un bloque entero de Barcelona, en el que viven mayoritariamente ancianos, haya cambiado de compañía de la luz. Una joven que vive de alquiler en ese bloque, en el piso de un pariente, reclamó a la nueva compañía para que dejase de enviarle recibos, ya que no le constaba que el propietario hubiese cambiado de suministrador. La compañía le informó de que tenía el contrato firmado por el propietario aceptando el cambio, una respuesta que le causó sorpresa y un profundo malestar porque se trata de una persona imposibilitada que vive en Palma y hace años que no sale de la isla. La indignación subió de tono cuando le mostraron el contrato: la firma resultó ser falsa. Pero a pesar de ello, la demostración de la verdad, la carga de la prueba, es responsabilidad del cliente.
Otro ejemplo real de este tipo de prácticas se puede encontrar en la venta de libros y enciclopedias. Clientes de toda la vida, que iban adquiriendo productos desde hace años con cuotas de 15 o 20 euros, en los últimos ejercicios se han convertido de pronto casi en compradores compulsivos. Abusando de su confianza, presuntos agentes comerciales utilizan, casi siempre con personas de edad avanzada, el gancho de un regalo por su fidelidad. En realidad, es una trampa para que firmen un recibo de recepción de un obsequio que esconde nuevos contratos.
En estos casos reales, los clientes en contra de su voluntad, o sus familiares si se trata de ancianos, se han encontrado con todo tipo de problemas para deshacer los contratos. Las empresas que se llenan la boca hablando de responsabilidad social corporativa deberían ser las primeras interesadas en evitar esas prácticas, ya que su prestigio es lo primero que queda en entredicho.
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