LA SEMANA MÁS LITERARIA DEL AÑO: DOS DÉCADAS FABRICANDO LECTORES

Care Santos: el reto de los más difíciles

La autora catalana, ganadora del último Premio Edebé de Literatura Juvenil, explica en este texto por qué le gusta tanto escribir para niños y adolescentes

Care Santos

Care Santos / periodico

CARE SANTOS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Me hice lectora durante la adolescencia, ese momento tan importante en el que empiezas a ser lo que serás el resto de tu vida. Tal vez todo venía de un poco antes, del descubrimiento de algunos autores que me acompañaron –¡y mucho!—durante aquellos años: Mercè Rodoreda, Edgar Allan Poe, Wilkie Collins, Gabriel García Márquez, Charles Dickens, Lord Byron… No tenían nada que ver los unos con los otros, pero eso lo hacía aún más interesante. Los leía a todas horas, con deleite. Leía unos cuantos libros a la semana. Leía bajo las sábanas, porque mi padre se enfadaba si no apagaba la luz a la hora que tocaba y yo no podía parar. Una vez se me hizo de día leyendo y a la mañana siguiente me dormía en clase. A saber lo que se debieron de imaginar mis maestras. Lo recuerdo como una verdadera experiencia. No me extraña: son años apasionados y apasionantes, los que van de los 12 a los 18 años. No hay otros como estos. La adolescencia, lo dice el psicólogo David Bainbridge, es una etapa que merece ser explicada. Y eso es lo que yo intento hacer, precisamente.

Cuando escribo para jóvenes, me gusta recordar qué tipo de lectora fui. Me gusta pensar que hay lectores como yo, lectores mucho mejores que yo. Me gusta imaginar que alguno de estos lectores sentirá por mis libros aquel entusiasmo que me hizo leer a mí. Sé que no son un público fácil, ni complaciente. Sé que no tienen demasiada paciencia, que no se conforman con cualquier cosa (¡y bien que hacen!). Sé que tienen mucho, muchísimo trabajo. Mucho más que yo: ellos se tienen que enamorar, tienen que forjar amistades, tienen que forjarse a sí mismos, tienen que elegir entre mil opciones posibles, tienen que construir los fundamentos de su vida. Por eso y por otras razones, la lectura no forma, a menudo, parte de sus prioridades. O sea: los adolescentes son, de largo, el lector más difícil que te puedes buscar. Seguramente por eso me gustan tanto. Son todo un reto. Si logras atraparlos en la lectura, atraparás a quien quieras, me dice alguna intuición. Apetece probarlo.

La segunda razón son ellos mismos. Me gusta la gente joven. Comparto con ellos algunas filias y fobias. Me divierto cuando hablo con ellos, cuando les visito en los institutos donde me leen. Quiero explicarles las historias que tienen ganas de leer, y estoy segura de que a mí me gustará escribirlas. Por supuesto, no lo haría nunca desde la perspectiva del adulto sabio que quiere que le escuchen, nunca desde la superioridad. Ningún lector tolera que le den lecciones, o que quieran hacerlo; los adolescentes, todavía menos. Huelen la demagogia a distancia. Son listos.

Verbos odiosos y verbos esenciales

En la literatura para jóvenes hay un verbo que se oye demasiado, y que es odioso: inculcar. Es un verbo equivocado. También me parece odiosa la pregunta: "¿Qué valores quieres transmitir cuando escribes para jóvenes?". Ninguno, contesto. Cuando escribo no pienso en qué valores tocan ese día. Lo que no quiere decir que mis libros no tengan valores. Tienen los míos, los que marcan mi vida, como madre, como ciudadana, como profesional. Todo el mundo escribe desde aquello que es, obviamente. Pero decir a los jóvenes que han de leer para tener valores, o para aprender vocabulario, o para mejorar en comprensión lectora es como decirle a alguien que tiene que comer jamón de Jabugo porque tiene más de un 55% de ácido oleico monoinsaturado. Quita las ganas.

Creo que se debería hablar más de otras cosas. Hay algunos verbos esenciales. Por ejemplo, el más importante: emocionar. No quiero ser perfecta, quiero ser emocionante. Cuando leo, lo perdono casi todo, excepto que no me emocionen. Otro de los verbos importantes es sorprender. Un escritor no tiene que aburrir nunca, no se lo puede permitir. Mi mayor responsabilidad cuando escribo para jóvenes es engancharlos a la lectura, convertirlos en lectores. Asumo plenamente esta responsabilidad: quiero que cuando cierren un libro mío tengan ganas de ir a buscar otro. Que necesiten leer, seguir recorriendo esta casa enorme llena de habitaciones y puertas que se llama Literatura. Hay un tercer verbo, que es pensar. Me gustaría que mis historias invitaran a reflexionar un momento, aunque fueran cinco minutos, a replantearse algunas cosas, a ver la vida desde otro punto de vista. Al fin y al cabo, todo en el mundo es cuestión de punto de vista. Y para eso sirve leer: para saber cómo son las cosas desde el ángulo contrario.

Una vida extra

La literatura se dirige a lo más profundo de nosotros mismos. Nos ordena la cabeza y el corazón, nos ayuda a forjarnos, nos delimita. Sin libros, no seríamos lo que somos. Lo decía Montserrat Roig cuando le preguntaron qué había aprendido de los libros. Dijo que la mitad de lo que sabía. La otra mitad la había aprendido en la vida, añadió. Estoy de acuerdo: los libros son media vida. No, mejor todavía: los libros son una vida extra. Quien no lee solo tiene una existencia, y la existencia que te toca suele ser bastante aburrida. Quien lee tiene la ocasión de huir de sí mismo, o de sumergirse en sus pozos más negros. Quienes leemos sabemos que eso no es solo un entretenimiento. "La literatura –lo decía Michel Petit— pone palabras donde más duele". Necesitamos ese bálsamo, necesitamos que nos expliquen lo que no entendemos y queremos entender, necesitamos que la emoción nos haga abrir los ojos. Desde que empezamos a entender qué tipo de sitio es el mundo. Es decir, desde la adolescencia. 

SU SEGUNDO PREMIO EDEBÉ

En el 2007, las imágenes de un joven golpeando a una chica ecuatoriana en un vagón de los Ferrocarrils de la Generalitat sacudieron a la opinión pública. Care Santos se indignó como tantos, pero cuando supo que el agresor era un menor que había sido abandonado por su madre y criado por un familiar ausente, quiso ir más allá de esa primera reacción y plantearse por qué el chico había actuado de esa manera.

De esa indagación nació 'Mentira', la novela con la que ha ganado por segunda vez el Premio Edebé de Literatura JuvenilPremio Edebé de Literatura Juvenil, el mejor dotado de la categoría, con 30.000 euros. En ella, Santos explica la historia de Xenia, una estudiante de bachillerato que se enamora de un chico que ha conocido en internet, con el que comparte la pasión por una novela: 'El guardián entre el centeno'. La ilusión del primer amor se esfumará cuando descubra que ese chico perfecto no es más que un perfil falso.

Edebé otorga, además, un premio a la mejor novela infantil, dotado con 25.000 euros, que en la edición del 2015 ha ganado (por tercera vez) el madrileño Rodrigo Muñoz Avia con 'El signo prohibido', un texto cuyo planteamiento homenajea a Georges Perec. – Imma Muñoz