HORTA-GUINARDÓ

Un balcón en la historia

IMMA SANTOS HERRERA
BARCELONA

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3 de marzo de 1938. Cuatro cañones Vickers de 105mm recién instalados en la batería antiaérea del Carmel, que empezó a funcionar en mayo de 1937, disparan al aire en un intento de proteger Barcelona de los ataques de los aviones fascistas.

El eco de los bombardeos retumba casi 75 años después, en el punto más alto del Turó de la Rovira, en Horta-Guinardó, convertido en un espacio patrimonial ymuseizadode gran valor histórico.«El tío de mi marido trajo esos cañones hasta aquí» afirma Ana Maria Torroella señalando a su marido, Ramon Raich. La afirmación aporta un testimonio improvisado al grupo que sigue la visita guiada que organiza el Museu d'Historia de Barcelona (Muhba. Reservas: 93 256 21 21).«Este es un espacio más del museo, integrado en la ciudad y abierto al público», explica Joan Roca, director del Muhba, quien destaca la importancia del enclave, no solo para explicar el impacto de la guerra civil, sino sobre todo el fenómeno del barraquismo en la posguerra.«Es una experiencia única en el mundo de incorporación de la ciudad informal al patrimonio», zanja.

Crear un barrio

Con la retirada del Ejército republicano entre el 25 y 26 de enero de 1939, la batería decía adiós a su pasado militar. Las cuatro plataformas de tiro, la comandancia, el pabellón de la tropa y todos los elementos en desuso, no tardaron en ser reutilizados para crear un improvisado barrio: Los Cañones.

Entre los años 40 y hasta su desmantelamiento en los 90, el núcleo llegó a albergar unas 110 barracas y unos 600 habitantes. La ciudad informal crecía.«Se instalaban como podían. Una señora contaba que cada día robaba un ladrillo en una obra para levantar su casa», dice Pilar Llop, una vecina.

La visita guiada continúa. Los curiosos se mezclan con los antiguos vecinos. Pilar y Carmen Galbí llegaron al barrio con 9 y 3 años respectivamente.«Me da pena verlo así -comenta Carmen--recuerdo una infancia bonita». «Yo a los niños con los pies sucios y las caras churretosas y los piojos»,replica Pilar. Sobre la verja que rodea lo que fue el pabellón de la tropa, se apoya Pilar Funes.«Esta era mi casa»,dice. Nació y vivió en las barracas hasta 1984.«No teníamos para comer, pero si pudiera, cerraría los ojos y volvería», apunta. Son recuerdos de otra guerra, la de la gente de Los Cañones, que lucharon por una vida digna. La batería y el núcleo barraquista se asoman al balcón del Turó de la Rovira con el orgullo de haber sido parte activa en la historia de la ciudad.