EIXAMPLE

Vivir en la Pedrera

Carmen Burgos reside en un piso de la Casa Milà, «un edificio que la gente odiaba por no tener líneas rectas» La vivienda, una de las cuatro habitadas, mide 300 metros

Tercer piso 8 Carmen Burgos, viuda del notario Lluís Roca-Sastre, en el salón de su vivienda.

Tercer piso 8 Carmen Burgos, viuda del notario Lluís Roca-Sastre, en el salón de su vivienda.

CARME ESCALES
BARCELONA

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Cuando, en 1910, se dio por acabado el inmueble que Pere Milà y Roser Segimon habían encargado a Antoni Gaudí en el número 92 del paseo de Gràcia, la ciudad no parecía enorgullecerse de lo que hoy es una visita indispensable. La Pedrera, el nombre que identifica popularmente a la Casa Milà, define bastante el concepto que los barceloneses tuvieron de aquella última obra civil del arquitecto modernista antes de embarcarse en la Sagrada Família. «Mucha gente odiaba el edificio. Era oscuro, tenebroso y se saltaba las normas de las líneas rectas», recuerda Carmen Burgos.

Esta mujer sabe de lo que habla. Conoce la Pedrera por fuera y, sobre todo, por dentro, porque es una de los cuatro inquilinos que todavía hoy se acuestan y se despiertan en una de las viviendas particulares que, además de espacios abiertos al turista, también alberga el monumento que la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad en 1984.

Despacho y piso juntos

Cuatro décadas antes, en 1944, los suegros de Carmen Burgos, el notario Ramon Maria Roca-Sastre y su esposa Montserrat, hija del arquitecto de Terrassa Lluís Muncunill, alquilaron un piso en la primera planta de la Pedrera. «En aquel tiempo, todos querían colocar el despacho y la vivienda juntos, para no perder tiempo», afirma la nuera de aquella acomodada pareja. Tenía 18 años cuando entró a vivir con ellos. «Solo el despacho de mi suegro ocupaba 300 metros cuadrados, la mitad de todo el piso», señala.

Un despacho y un suegro a los que les debemos la compilación del derecho civil de Catalunya, que este año celebra su 50 aniversario, y el tratado sobre derecho hipotecario o la separación de bienes.

Carmen Burgos y su marido, el también notario Lluís Roca-Sastre Muncunill, alquilaron años después el segundo piso como despacho y el tercero como vivienda. «A medida que bajabas, los pisos eran más importante, más grandes y con techos más altos. El mío tiene 300 metros cuadrados», especifica. Desde que su marido falleció, en julio del 2000, sigue viviendo en él, donde el ingenio de Gaudí hizo maravillas para dejar entrar la luz y lograr para espacios como un pasillo la comodidad de estancias como la sala de estar. «Todavía hoy descubro detalles de su inteligente distribución. Aunque sus formas recuerden a una cueva, el sol es un habitante más de la casa. Da todo el día», explica Burgos.

4.800 pesetas al trimestre

La Pedrera tenía 16 viviendas, cuatro por planta. Cuando en 1986 Caixa Catalunya compró el edificio respetó los contratos de los alquileres. «Guardo uno de los primeros recibos del piso de mis suegros, de 1945: 4.800 pesetas el trimestre, firmado por Rosario Segimon», dice. Pero las generaciones posteriores a los actuales inquilinos, como la hija de Carmen Burgos, ya no podrán alojarse en la finca habitada más visitada de la ciudad.

«De los turistas, yo no me entero que están», asegura. «Eso sí, hay mucha vigilancia. Además de guardias de seguridad, hay cámaras en cada rincón». En la cuarta planta del inmueble, se puede visitar el piso que Caixa Catalunya ambientó como un hogar burgués de principios del XIX. Para algunos detalles, como la cocina, se inspiraron en el piso de Burgos.

Otros elementos, sin embargo, son exclusivos de su vivienda. Como la firma de Gaudí, o los fundamentos de los Juegos Florales (Fe, patria y amor) que, junto a las cuatro barras catalanas, permanecen intactos en el techo de su salón.