LUTO POR UN ENTRENADOR ÚNICO

Retrato de Menotti, un técnico de izquierdas de retórica seductora que se coronó en la dictadura argentina

Muere César Luis Menotti, exentrenador del Barça, campeón del mundo en 1978 y mito del fútbol argentino

De flaco a flaco. Menotti y Cruyff, juntos en el Camp Nou

De flaco a flaco. Menotti y Cruyff, juntos en el Camp Nou / JORDI COTRINA

Abel Gilbert

Abel Gilbert

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

César Luis Menotti, el Flaco, como lo han conocido generaciones, para alabarlo o constituirlo en el centro de sus aversiones, ha muerto en Buenos Aires a los 85 años. La historia del fútbol argentino de los útimos 50 años se cierra alrededor de su figura. "Fue un amigo y un mentor invaluable para mí. Su pasión por el juego, su sabiduría táctica y su humildad inspiraron a generaciones enteras de jugadores y entrenadores, incluyéndome a mí. Guardo con cariño los momentos compartidos y las enseñanzas que me brindó. Su legado perdurará en cada gol, en cada partido y en cada corazón que ama este deporte", dijo Mario Alberto Kempes, acaso su principal emblema en 1978.

Durante décadas, el país se dividió en menottistas y bilardistas, es decir, seguidores de Carlos Bilardo. Unos y otros se odiaron apasionadamente. Solo el paso del tiempo curó los rencores al punto de volver a juntar a los antagonistas. Menotti fue piadoso con la enfermedad senil de su rival quien, con desdén, había llegado a apodarlo "rabanito": rojo por fuera, blanco por dentro. Sin embargo, fue el primero de los dos grandes contendientes en abandonar el mundo. Lo hizo cuando era secretario de selección en la Asociación del Fútbol Argentino (AFA), un cargo simbólico pero no ajeno a la última consagración del conjunto blanquiceleste en Qatar. De las tres copas que engalanan la vitrina de la AFA, dos están ligadas, de una manera diferente, al nombre de Menotti.

Antes de ser una figura dominante y permitirse hablar en público no solo del balón sino del tango y la política, el Flaco fue jugador. Brilló en Rosario Central, el club que forjó a Ángel Di María. Era un mediocentro elegante, de desplazamientos lentos pero refinados. Boca Juniors y Racing Club pusieron los ojos en él. Destacó a mediados de los 60 en el equipo más popular de este país.

Los grandes años de Menotti tuvieron lugar después de que se descalzara las botas. Tuvo una centralidad casi absoluta entre 1973 y 1982. Primero, como director técnico de Huracán, equipo que instaló en Argentina la jerarquización del “buen fútbol”, la primacía del disfrute por encima del resultado, el virtuosismo con el cuero antes que el despliegue físico.

Josep Lluís Núñez y Jordi Pujol hablan con Quini en presencia de César Menotti, Diego Maradona y Àngel Pichi Alonso.

Josep Lluís Núñez y Jordi Pujol hablan con Quini en presencia de César Menotti, Diego Maradona y Àngel Pichi Alonso. / XAVIER VALLS

Ganó la liga local con números de envidia y un elenco de jugadores notables. Ese fue el pasaporte para hacerse cargo de la selección argentina, en 1974. Pero, por sobre todo, Menotti instaló la idea de que la selección debía ser una prioridad deportiva nacional. No alcanzaba con imponerse en los torneos regionales. Había que dar el salto.

Las opacidades

Ganó la Copa del Mundo que se disputó en su propio país (1978). Había formado un equipo con futbolistas desequilibrantes, entre ellos Kempes. Pero esa victoria siempre tuvo una legitimidad de origen: la dictadura militar, que había organizado el certamen y que, siempre se dijo, movió cielo y tierra para que el trofeo se quedara en Buenos Aires.

Los imágenes amigables de Menotti, un hombre que nunca había negado su condición de hombre de izquierdas, con los dictadores Jorge Videla y Leopoldo Galtieri, fueron objeto de señalamientos que nunca encontraron respuestas convincentes. Apenas la revista Humor se atrevió a criticarlo en momentos que parecía intocable. Menotti fue, a pesar de esas opacidades, el único personaje del fútbol que pidió por los detenidos-desaparecidos durante aquel régimen militar. Con la transición democrática, en 1984, comenzaron a cobrarle facturas de sus días de absoluto predominio. El cómico Mario Sapag lo imitó en la pantalla televisiva con una cuota de saña. Ese Menotti imaginario era un fumador más que empedernido: tenía varios cigarrillos en la boca.

Lo sustituyó el Narigón Bilardo, después del fiasco del Mundial en España. Menotti, que había dejado de lado a Diego Maradona en el equipo que ganaría el certamen de 1978 -algo de lo que se arrepentiría-, creyó que al reunir a la joven estrella con Kempes, Argentina sería prácticamente imbatible. No fue asi. La selección era un equipo de jugadores cansados. Bilardo los limpió a casi todos, de manera gradual, y convirtió a Diego en su estandarte. La hazaña de 1986 le dio la razón. Menotti, por entonces, ya no era dueño de la verdad futbolística. Su libro Fútbol sin trampas, con prólogo de Joan Manuel Serrat, devino una serie de frases altisonantes. Había, para él, un "fútbol de izquierdas", cuya bandera levantaba, y otro, naturalmente de "derechas". Esa línea divisoria no encontró su comprobación en el Barcelona que dirigió con jugadores como Maradona y Bernd Schuster. Su suerte como entrenador en la liga argentina, española o italiana fue a partir de los ochenta una serie interminable de fiascos. Lo mismo daba estar en Boca Juniors, River Plate, Independiente o Atlético de Madrid. El final siempre fue previsible: se iba dando un portazo o echado por no poder reducir la distancia entre su retórica seductora y lo que sucedía en los partidos de fútbol.

César Luis Menotti, durante un México-Argentina del 2007.

César Luis Menotti, durante un México-Argentina del 2007. / EFE

A los menottistas y bilardistas le saldría una tercera opción con Marcelo Bielsa. El paso de los años volvió inocuas las querellas del pasado. La prédica de Menotti fue envejeciendo. Pero, de vez en cuando, recuperaba el brío del gran polemista. Para el Flaco el mejor de la historia nunca fue un argentino. Ni Alfredo Di Stefano ni Maradona. Tampoco Leo Messi. El cetro era de Pelé y, a sus ojos, que lo vio jugar y fue un efímero compañero, Edson Arantes do Nascimento era de otro planeta. Ni el Mundial ganado por Messi lo hizo cambiar de opinión. "Nos dejó uno de los grandes referentes de nuestro fútbol. Condolencias a su familia y seres queridos. Que en paz descanse", dijo La Pulga". Cuando se conocieron, recordó Menotti, hablaron más del Bacelona que del seleccionado. "Lo noté muy dolido. Y muy consciente de la compleja situación que atraviesa el club por no haber conseguido el objetivo de ganar la Champions".  Lionel Scaloni, el entrenador consagrado en Qatar, también tuvo expresiones sentidas frente al deceso. "Se nos fue un maestro del fútbol. Gracias por esas charlas entrañables en las que nos dejaste huella. Hasta siempre Flaco querido".

En contra de la privatización del fútbol

Amó, se peleó con Maradona y volvió a reconciliarse. Una y otra vez. Lo hizo debutar en el seleccionado a los 16 años. Su muerte le provocó un fuerte impacto. "Conozco a su familia, conocí a su papá, a su mamá. He estado en su casa. No lo puedo creer, lo dieron como una noticia en la que parecía que estaban exagerando y es terrible. Una sorpresa trágica. He estado con él en todos los lugares, en las cosas graves que le pasó".

A los 80 años, ya había perdido el aura de personaje frente al que se está a favor o en contra por motivos hasta irracionales. Pasó sus últimos años en su despacho en la AFA. En una de sus últimas intervenciones públicas, expresó su rechazo a la privatización de los clubes de fútbol. "Me duele mucho". El presidente de ultraderecha, Javier Milei, es el principal promotor, junto con Mauricio Macri, de la conversión de esos clubes en sociedades anónimas. Para Menotti, el fútbol es "un hecho cultural que en Argentina se fabricó a través de las esquinas de los barrios, no es que vinieron grandes poderes económicos y dijeron: 'Vamos a crear clubes'. El club lo crea el barrio, el vecino y los sueños de las nuevas generaciones que los siguen defendiendo". Las nuevas generaciones de jugadores marchan rápido a Europa y quizá no saben la frondosa historia de ese hombre de casi dos metros de altura, melena, hasta los cuarenta años y un habla cansina que tenía aires de predicador y moralista, cuando ganaba y también perdía, incluso por goleada.