BARRACA Y TANGANA

Unos dilemas habituales

Aceptar el mal menor (que no gane yo, pero que tampoco ganen los que odio) o asumir el riesgo de aspirar al premio gordo

Una existencia tranquila

Un ecosistema enfermo

¡Eureka!

Barraça y tangana de Enrique Ballester.

Barraça y tangana de Enrique Ballester. / El Periódico

Enrique Ballester

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Un dilema asalta a las mejores mentes a estas alturas de la temporada. El miércoles, mientras estaba en el periódico viendo el PSG-Real Sociedad, me escribió Manel. Resulta que tenía una duda, extensiva también al Lazio-Bayern de Múnich, que requería de mi respuesta inmediata. Manel me preguntó qué le convenía más en estos partidos, como aficionado del Barcelona: ¿Que pasaran las eliminatorias los equipos supuestamente débiles o que avanzaran los supuestamente mejores? Mi amigo desarrolló su pregunta porque yo no articulaba respuesta, ni ganas. Si pasaban Real Sociedad y Lazio, me explicó, quizá el Barça tuviera más opciones de ganar la Champions este año, pero a la vez, y ahí radicaba la gigantesca duda, también el Real Madrid estaría más cerca de ganarla.

La verdad es que contesté con un emoji fronterizo, uno de esos que significan todo y a la vez significan nada, y que cada cual puede interpretar como le dé la gana, porque no sé qué le conviene más al aficionado del Barcelona. Sí sé qué le conviene a Manel: buscar un oráculo más cualificado y otro amigo al que dar la vara. En todo caso, y en realidad, este dilema y la consiguiente elección nos enseñan bastante bien qué tipo de hinchas y de personas somos. Si aceptamos el mal menor (que no gane yo, pero que tampoco ganen aquellos que odio) o asumimos el riesgo que conlleva aspirar al premio gordo. La postura se puede extender a numerosas cuestiones vitales. Yo ya avanzo que vivo cansado, estoy mayor y me vale el empate en casi todo.

Mbappé celebra su gol de este miércoles contra la Real.

Mbappé celebra su gol de este miércoles contra la Real. / PSG

Por ejemplo, nunca arriesgaría bautizando a mis hijos con un nombre relacionado con mi equipo. Es un consejo que lanzo: por mucho que admires a un futbolista, siempre se te puede complicar la maniobra y estropearlo. Si el futbolista aún está en activo, puede marcar un gol en propia puerta crucial, hacer un penalti fatal o fallar el último en la tanda de un partido decisivo. Y si el futbolista se ha retirado, puede hacerse entrenador y estropear la memoria, o puede debutar otro con ese mismo nombre y convertirse en tu mayor enemigo. Y entonces, cada vez que veas a tu hijo o escuches su nombre irá calando en ti un sentimiento negativo. Acabarás cogiendo manía a tu propio hijo, entonando cánticos en su contra y sacando los codos para proteger la posición al cruzártelo en el pasillo. Algo que, por lo que tengo entendido, no suele estar bien visto ni comprenderse demasiado.

Una esperanza

En las últimas horas, eso sí, me he alegrado un poco por aquellos madridistas que hace unos años llamaron a sus hijos Kylian por Kylian Mbappé (existen, hay datos) y que en las últimas noticias que llegan desde París han encontrado una esperanza. Me he alegrado también por los niños, sobre todo. Ellos no tienen la culpa de nada.

Lo raro es que no me hubiera escrito antes Manel para preguntar qué era mejor para el aficionado del Barcelona: que Mbappé decidiera renovar otra vez o salir del PSG a final de esta temporada. Porque si se marcha, quizá pudiera ficharlo de alguna manera el Barcelona, pero a la vez, y ahí asomaría el dilema, también el Real Madrid estaría más cerca de contratarlo. Como sea, estimado amigo, intuyo que aquí el empate también sería para celebrarlo.

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