Opinión | Apunte
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Entre silbidos y aplausos, por Jordi Puntí
La felicidad, ja, ja, ja, ja
Corazón tan loco
A la pena de tener que jugar en el Lluís Companys, ayer se añadió un nuevo inconveniente: en Montjuïc los silbidos de los aficionados se escuchan más alto. No sé si era la acústica abierta del estadio, o simplemente porque las gradas no estaban llenas, pero su eco era más agudo. Para ser justos, tampoco fueron unos silbidos uniformes y además se manifestaron con distintas intenciones. Primero se silbó la actitud defensiva del Almería y luego fueron algunas decisiones del árbitro y del VAR, tirando líneas para eliminar un fuera de juego que era el empate visitante. Acto seguido la afición empezó a silbar erráticamente y contra algo inconcreto. La sensación era que se silbaba contra la angustia de ver, una semana más, que dar varios pases seguidos y acertar a portería —contra el colista— se había convertido en una quimera. Se silbaba contra el miedo.
Al empezar la segunda parte vimos que Xavi interpretó esa inquietud como la fragilidad defensiva de Christensen y la indolencia de Joâo Félix, y con su cambio entendimos que en el fondo siempre se silba a alguien en concreto. Pronto las quejas se cambiaron por aplausos, cuando Sergi Roberto pidió que nos acordáramos de él, y el 2-1 me alegró especialmente por Gündogan: un partido enorme como el suyo no se merecía la mancha de un empate. Luego Araújo e Iñaki Peña jugaron al Amigo Invisible y dieron su regalo al Almería, nuevo empate, más silbidos dispersos, y una diablura de Lewandowski sirvió para que otra vez Sergi Roberto consiguiera la ventaja definitiva. Quedaban siete minutos y las últimas experiencias ante Valencia y Amberes invitaban a sufrir y temer lo peor.
Al final los amantes del tópico pudieron decir que el Barça había salvado los muebles. Algo es algo, pero esta victoria no disfraza el bloqueo mental y físico que sufre el equipo. Es cierto que silbar no es el mejor tranquilizante, pero me acordé de Raphinha al celebrar el primer gol, tapándose los oídos como si no quisiera escuchar el ruido, y pensé que hay algo peor que los silbidos: la indiferencia. Y a veces da la sensación de que estamos a un paso.
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