El lenguaje de los perdedores

La amargura de los vencidos, ¿tristeza o postureo?

Los jugadores de la selección de Egipto cayeron en la final de la Copa de África y se apuntaron al gesto de descolgarse con fastidio la medalla. ¿Es tanta la pena o hay que cumplir con el tópico?

Los jugadores de Egipto, cariacontecidos y con las medallas de plata en la mano, el domingo pasado tras perder la final de la Copa de África.

Los jugadores de Egipto, cariacontecidos y con las medallas de plata en la mano, el domingo pasado tras perder la final de la Copa de África. / CHARLY TRIBALLEAU / AFP

Eloy Carrasco

Eloy Carrasco

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Altísimas dosis de emotividad se pudieron ver el domingo tras la final de la Copa de África en Yaundé, la capital de Camerún. Lágrimas desatadas de los vencedores, Senegal; llanto inconsolable de los vencidos, Egipto, esa Alemania del continente vecino que por una vez no ganó. Y luego se volvió a dar esa imagen que cotiza al alza en el fútbol y mucho menos en otros deportes: por una mezcla de fastidio, tristeza y postureo, los derrotados se quitan la medalla de plata inmediatamente después de que la autoridad de turno se la haya colgado; que no quede rastro de ese metal que señala a los perdedores, que nadie dude del hondo duelo interior de ese deportista que acaba de caer y, por lo tanto, de frustrar a millones de aficionados igualmente llorosos en sus casas.

El atleta siempre es el más afligido en la derrota, mucho más que el seguidor, pero se siente obligado a demostrarlo, a menudo con una sobreactuación plañidera como esa de desprenderse de la medalla: aparta de mi corazón ese brillo opaco. Otros subcampeones son menos dramáticos. Veamos a la selección española de balonmano, que hace un par de semanas tuvo que ceder el trono europeo ante Suecia por un penalti dudoso ya con el reloj parado. Pocas maneras de perder más dolorosas existen, y sin embargo, con el amargo bolo a media deglución, los jugadores dejaron para la posteridad la foto de sus resplandecientes sonrisas en el podio, por supuesto con la plata colgada con honor.

La Selección Española de Balonmano

La selección española de balonmano celebra la medalla de plata tras perder la final ante Suecia en el último segundo. / BERNADETT SZABO

En el fútbol, en tiempos recientes solo Pep Guardiola ha exhibido una cierta excelencia ante el segundo metal más valioso en el deporte. El año pasado su equipo, el Manchester City, perdió la final de la Champions ante el Chelsea. Ocurrió en contra del pronóstico mayoritario y por lo tanto el resultado fue más decepcionante, pero en el desfile ante el podio recibió el trofeo con una media sonrisa protocolariamente fingida, lo besó y luego se sumió en sus pensamientos negros.

La procesión iba por dentro, por supuesto, y ahí debe quedar. Guardiola, un hombre que lo ha ganado todo varias veces, y además aplicando unas formas deslumbrantes, supo valorar ese instante en el que quien cantaba y bailaba era el rival. Aunque no faltaron los que criticaron el gesto por considerarlo impostado y demagógico, esa forma de afrontar la derrota también fue una forma de ganar.

Avergonzarse de una plata hasta el punto de quitársela escenifica el berrinche de un carácter pendiente de madurar, gesto que no obstante los futbolistas han asimilado como la actitud más digna y aconsejable. El domingo en Yaundé lloraba una superestrella mundial como Salah, y junto a él varios de sus compañeros. No había manera de sacarlos de ese abatimiento, incuestionablemente sincero, previo a la ceremonia mecánica y un poco tontorrona de arriarse del cuello la medalla; no lo consiguió Sadio Mané, que apartó su alegría de ganador por un momento para acudir a confortar a Salah, su colega en la delantera del Liverpool, que ni siquiera le miró a la cara. Salah, de cuya pesadumbre nadie puede dudar, quizá exageraba la estampa porque era muy consciente de que todo su país lo estaba viendo y no era buen momento para aceptar palabras de alivio justamente de quien había arruinado la noche.

Como es poco probable que los egipcios tiren a la basura esa cosa plateada que les entregaron tras un partido meritorio, un esfuerzo intachable y un torneo sobresaliente, algún día la verán en un cajón o enmarcada en la pared y se darán cuenta de lo mucho que vale, y tal vez alguno lamentará no conservar una imagen que no sea funesta de aquella lejana noche en Camerún que fue triste pero con el tiempo ya no lo es tanto. Y no habrá una foto feliz con aquellos compañeros de tantos grandes momentos y tantos sudores por la simple y paticorta razón de que perdieron un partido por penaltis.