LA OTRA GRAN PASIÓN DEL 'PELUSA'

Maradona, un dios hasta en los hipódromos

El hipódromo de Meydan, en Dubai, uno de los escenarios que más pisó Diego Armando Maradona cuando disfrutaba de su pasión por los purasangres.

El hipódromo de Meydan, en Dubai, uno de los escenarios que más pisó Diego Armando Maradona cuando disfrutaba de su pasión por los purasangres. / periodico

JOSÉ I. CASTELLÓ

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No ganó la Triple Corona, ni el Royal Ascot y menos el Grand National. Pero solo con su presencia, su estrella, su fama, dio siempre la sensación, cuando se asomó a cualquier hipódromo, de que hubiese vencido en alguno de estos grandes premios hípicos. Y es que Diego Armando Maradona, además de ser el mejor futbolista de todos los tiempos, fue en la década de los noventa un afamado dueño de caballos de carreras, que llegó a ganar una de las pruebas más importantes de su país con su purasangre más querido: Diegol, nombre puesto por el Pelusa y al que profesó el mismo amor eterno que siempre tuvo por el balón.

El 10 argentino logró el triunfo con este ejemplar, el 18 de noviembre de 1997, en el Gran Premio Joaquín V. González, una de las carreras más importantes de su país, y que todavía se celebran en el hipódromo bonarense de San Isidro. Por aquel entonces, Maradona ya se había retirado y comenzaba a frecuentar el mundo hípico al que desde bien pequeño siempre había sentido una especial atracción al ver pasear a jinetes y caballos desde su hogar en Villa Fiorito.

Regalo de bodas

El purasangre Diegol fue uno de los cinco hermanos que nacieron de su primer caballo de carreras, un alazán de nombre Dalma Nerea, como su primogénita, que le regaló un buen amigo suyo en su boda con Claudia Villafañe en 1989. El diario La Nación, en un reportaje, lo recordaba ahora hace casi un año, como “la potranca que insertó a Diego en el mundo hípico”. Un ejemplar con muy buen pedigrí, pero que no le dio al 10 argentino ninguna alegría en la pista.

Pero eso poco le importó a Maradona. Mantuvo la fe con su potranca y la llevó a los pocos años a la cría, donde parió cinco potros, uno de ellos Diegol, que se convirtió en la estrella de su cuadra, denominada La Bombonera y cuya chaqueta era el azul y amarillo, todo en homenaje a Boca Juniors, y en la que destacó otro ejemplar de nombre Nob, otra referencia al fútbol, pero esta vez por su paso por Newell's en 1993.

En poco tiempo, Maradona demostró que no solo había sido un 10 en la cancha. En los hipódromos de su país logró ser un ídolo del mundo de los purasangres, sobre todo a través de otro de sus grandes ejemplares: Madri. En cada uno de los recintos hípicos que visitó, con las mismas caricias con los que había tratado el balón, demostró su pasión hacia los caballos, “el animal más lindo que existe”, como siempre manifestó hacia ellos. También entabló una amistad de por vida con el jockey Jorge Valdivieso, el mejor jinete argentino de todos los tiempos, que consiguió más de 4.600 triunfos y que hoy llora la muerte de su gran amigo.

Un aficionado más

Maradona abandonó su cuadra en 2001, cuando ya había iniciado su camino de excentricidades y excesos. Aun así, nunca dejó de visitar los hipódromos, por ejemplo en los Emiratos, en la que frecuentó con su blanca chilaba el majestuoso hipódromo de Meydan. Allá, rodeado de jeques, príncipes y sultanes, mostró su pasión hípica siguiendo atentamente cada una de las carreras de la multimillonaria jornada de la Dubái World Cup.

Ahora, se había propuesto volver algún día a los hipódromos porque el destino había unido sus dos pasiones deportivas: desde la cancha de Gimnasia y Esgrima, equipo que entrenaba, veía a lo lejos los focos del hipódromo de La Plata. Todo a muy poca distancia. A tocar: balones y purasangres. Sus dos amores.