EPISODIO OSCURO EN COLOMBIA

Andrés Escobar: 25 años del asesinato de un defensa por un autogol

El colombiano William Tesillo recibe amenazas de muerte tras fallar un penalti en la Copa América cuando aún perdura el recuerdo del infame crimen de su compatriota tras el Mundial 94

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Mauricio Bernal

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Nunca se demostró realmente (ni judicialmente) que la muerte a balazos de Andrés Escobar en el estacionamiento de una discoteca de Medellín, el 2 de julio de 1994, estuviera relacionada con el gol que había hecho en propia puerta 10 días antes, en el Colombia-EEUU de la fase eliminatoria del Mundial de Fútbol de aquel año; pero acaso es una de esas verdades que no precisan demostración. En un país descompuesto por la violencia y una ciudad que era el paradigma de la descomposición, el jugador que había hecho de la elegancia bandera fue abatido por los disparos del chófer de dos narcotraficantes vinculados al paramilitarismo, puede que una de las combinaciones más macabras de aquellos tiempos. En Colombia, la muerte de Escobar supuso una muestra más de que el país estaba enfermo de violencia, y en el extranjero fue vista con el estupor del que tiene una ventana para asomarse a la barbarie. Tampoco es que las cosas hayan cambiado demasiado: el también defensa de la selección colombiana William Tesillo ha recibido en los últimos días amenazas de muerte en sus redes sociales por fallar el penalti que supuso la eliminación de Colombia de la actual Copa América.

"Espero que te pase como a Escobar", dice uno de los mensajes, consciente su responsable de la coyuntura histórica.

120.000 dolientes

Aquel 2 de julio de hace 25 años, Escobar cayó abatido por los disparos de Humberto Muñoz Castro. Llegó con vida al hospital pero fue declarado muerto al cabo de 45 minutos. Más de 120.000 personas acompañaron el desfile fúnebre hasta el cementerio, entre ellas el presidente, César Gaviria Trujillo. La investigación posterior vinculó el asesinato con las apuestas ilegales, que en un país corrompido por el dinero del narco eran sinónimo de desmesura. La sociedad colombiana no podía hacer otra cosa que llevarse las manos a la cabeza y llorar la muerte del futbolista, pero para nadie era un secreto que el mundo del fútbol y el mundo del narco hacía tiempo que habían unido sus destinos, con casos probados de clubs que habían prosperado y vivido épocas de esplendor deportivo gracias a las ganancias de la coca. Paradigmático fue el caso del América de Cali, cuyos años dorados coincidieron con la época en que el capo Miguel Rodríguez Orejuela fue su máximo accionista: el equipo ganó ocho veces el campeonato nacional y llegó en cuatro ocasiones a la final de la Copa Libertadores. Se dice que el jefe del cartel de Cali a punto estuvo de fichar a Maradona antes de que lo hiciera el Barça.

"Espero que te pase como a Escobar", dice una de las amenazas que ha recibido Tesillo

A las apuestas las mueve la reputación, y Colombia llegaba al Mundial del 94 con el baúl lleno de prestigio; para algunos, como Johan Cruyff, era una de las selecciones favoritas. A su brillante fase de clasificación le había puesto el broche con una victoria que los medios colombianos tacharon sin ambages de histórica, 0-5 contra Argentina en un estadio Monumental transformado para la ocasión en territorio enemigo. En términos prácticos, estaba en juego la clasificación directa al Mundial, que la selección de Francisco Maturana consiguió con merecimiento al tiempo que enviaba a Argentina a jugar la repesca contra Australia. Visto con perspectiva, la cifra absurda de muertos que dejaron las celebraciones en las calles colombianas tras la victoria puede ser considerada no tanto un augurio de la suerte que correría meses más tarde Escobar, sino la expresión nefanda del marco mental y social que rodeaba al fútbol en Colombia: solo en Bogotá murieron 82 personas, 67 de ellas asesinadas.

La muerte y el futbolista

Ni la muerte de un futbolista en circunstancias extrañas era algo nuevo ni sería proscrito por la ola de indignación popular que recorrió el país a raíz de la muerte de Escobar. No estaba muy lejos en el tiempo el asesinato de Omar Cañas, 'El Torito', futbolista del Atlético Nacional muerto a tiros en febrero de 1993 en las afueras de Medellín cuando estaba en compañía del hermano de un jefe de sicarios del cartel de Medellín. Tenía 23 años. También murió asesinado el tío del hoy famoso James Rodríguez, Arley Antonio Rodríguez, entonces jugador del otro equipo de la ciudad, el Deportivo Independiente Medellín. Sicarios, motocicletas y plomo: era el 10 de julio de 1995. Cuatro años más tarde, en 1999, en Medellín también, Juan Guillermo Villa, del Atlético Nacional; 25 años y 15 disparos en el cuerpo. Más tarde, en el 2004, fue el turno de Albeiro Usuriaga, 'El Palomo', internacional colombiano conocido en España por su pasado en el Málaga: lo mató el jefe de una banda criminal de Cali, la banda 'Molina', porque salía con su exnovia. A veces las circunstancias extrañas eran eso: una exnovia, celos, un revólver a la mano. En el caso de Villa, parece que simplemente querían robarle el coche.

Las pesquisas tras la muerte de Escobar establecieron vínculos con el mundo de las apuestas ilegales

Mundial del 94. La selección iba a hacer más millonarios a los millonarios, pero nada salió como estaba previsto, y en el primer partido, el 16 de junio, Colombia perdió 3-1 con Rumanía. Nadie entendió nada: era el mismo equipo que había aplastado a Argentina, los Valderrama, los Rincón; Asprilla y 'El Tren' Valencia. Nadie entendió nada y los enloquecidos narcos menos que nadie. Como volvió a contar hace poco Faustino Asprilla en una entrevista con la emisora colombiana 'Blu Radio', la selección jugó bajo amenaza el segundo partido de la eliminatoria, el que lo enfrentaba con la anfitriona, EEUU. A la charla técnica previa, Maturana, según Asprilla, entró llorando y lo primero que dijo fue: "'Barrabás', usted no puede jugar. Si usted juega me matan a mí, a 'Bolillo', a su familia y lo matan a usted. No puede jugar". Gabriel Jaime Gómez, 'Barrabás', centrocampista de confianza del míster colombiano y hermano del asistente técnico Hernán Darío 'Bolillo' Gómez, era el culpable de la primera derrota según las amenazas, que por supuesto eran anónimas. Maturana no tuvo más remedio que sentarlo y poner en su lugar a otro centrocampista, Herman Gaviria, 'Carepa': que moriría ocho años después víctima de un rayo que cayó en el campo mientras entrenaba con su equipo, el Deportivo Cali.

Bajo amenaza

"Vayan y hablen con sus familias para que se protejan, porque estamos amenazados si no ganamos hoy", terminó Maturana la charla. Asprilla, como los demás, llamó a sus parientes a Colombia. Dos coches de policía acababan de estacionarse frente a la casa familiar y por el teléfono le preguntaron qué pasaba. "No vayan a salir porque está dura la vaina", les respondió 'El Tino'. En ese estado de ánimo y con esa tensión agregada jugó Colombia el partido crucial, que cuando menos debía empatar para tener alguna opción de pasar a la siguiente ronda. Pero lo perdió, 2-1, con el gol en propia puerta de Escobar incluido. La selección ganó el tercer partido contra Suiza, pero ya no servía de nada. De modo que había llegado la hora de regresar a Colombia. Solo es posible imaginar la atmósfera en el vuelo de vuelta. Los jugadores tenían miedo. 'Barrabás', el principal amenazado, volvió a Medellín con una escolta de ocho policías, y los demás se conjuraron para ser prudentes. "No vas a salir, estamos amenazados, prometémelo", recuerda Asprilla que le dijo Escobar en el avión.

A la charla técnica previa al partido, Maturana entró llorando y dijo que jugarían amenazados

Escobar tenía 27 años. Salvo un breve paso de ocho meses por el suizo Young Boys, su equipo fue siempre el Atlético Nacional. Le conocían como "el caballero del fútbol". Estaba a punto de casarse con Pamela Cascardo, su novia durante cinco años, y de firmar el traspaso al AC Milan. Solo marcó un autogol en toda su vida. Humberto Muñoz Castro fue condenado a 43 años de cárcel pero solo cumplió 11, y en el 2005 fue puesto en libertad. Sus jefes, los hermanos narcotraficantes Pedro David y Juan Santiago Gallón Henao, fueron acusados de encubrimiento y apenas pasaron unos meses en prisión. El fiscal del caso le confesó años después a 'El Espectador' que tendrían que haber sido procesados como "cómplices o determinadores del homicidio", pero que no había sido así porque tenían amigos en el poder.