LA COPA LIBERTADORES
El diluvio ahoga la gran final
Abel Gilbert
Corresponsal en Buenos Aires
Especialista en América Latina y doctor en comunicación. Ha cubierto los principales acontecimientos políticos regionales durante las últimas dos décadas para El Periódico. Es autor de ocho libros, tres de ellos en colaboración, y se apresta a publicar otros dos.
Abel Gilbert
Isamu Kato aterrizó en Buenos Aires con un grito que no se demoró en liberar. “Ya vas a ver, no somos como los putos de River Plate”, canto en un español rústico. Había volado 33 horas. Pero no importaba. A los 31 años, iba a cumplir el sueño de ver a Boca Juniors, en la misma Bombonera.
Imaginaba un triunfo inapelable ante el rival de siempre y gritos embriagados de victoria. Cuando abandonó el aeropuerto internacional de Ezeiza vestido con la camiseta y el gorrito azul y oro de sus amores, encontró un cielo tan plomizo que solo escupía agua. Mal presagio. Kato no siquiera pudo llegar a la cancha. En el camino se enteró que la primera final de la Copa Libertadores se había suspendido.
El campo de juego era una piscina. El choque que esperaba todo el planeta quedaba en el aire. “¿Cuándo se jugará?”, debió preguntar. Y debieron decirle que este domingo, a las 16 horas, siempre que la lluvia lo permita. Pero a esa hora estaría emprendiendo su regreso a Tokio. Había venido solo para ver el partido recién suspendido.
Kato no estaba solo en su desconsuelo. Un país entero aguardó hasta último minuto una señal milagrosa desde lo alto que detenga el temporal. Amigos y familias se habían reunido delante de un televisor sin hacerle caso a los truenos y relámpagos. El diluvio había sido anunciado por el Servicio Meteorológico Nacional desde comienzo de la semana. Pero ni la Federación Argentina (AFA) ni la Confederación Sudamericana (Conmebol) parecieron haber prestado atención a las advertencias. Durante las primeras horas del sábado se desató el temporal tan augurado. La zona aledaña al estadio, lindante con un riacho pestilente, no tardó en sentir los efectos de la tempestad. Aunque a estas alturas no prolifera el hedor en tiempos de lluvia, se confirmaba cierta vigencia de aquel antiguo canto malicioso de los riverplatenses para dirigirse a su rival histórico: “la Boca se inundó y a todos los de Boca la mierda los tapó”.
Toda la lluvia de un año
Pasado el mediodía, los planteles se dirigieron no obstante hacia la Bomboner” a sabiendas de que se trataba de un viaje tan inútil como el del turista niipón. La Conmebol se mantenía en silencio. Christian Gribaudo, un directivo boquense, trató de explicar lo inexplicable sobre la demora en comunicar lo evidente. “Ya cayeron 95 milímetros sobre la cancha. Es más que en todo el año, que fueron 90”. Pero Gribaudo no tenía autorización para decir que “la final del fin del mundo” no iba.
El campo de juego estaba completamente anegado. Las tribunas vacías. “¿Cuánto tiempo necesitan para darse cuenta que el partido no hay que jugarlo? Por más drenaje de la cancha, ¿y los accesos? ¿Y la gente? ¿Y el juego?”, se preguntó el diario deportivo 'Olé'. La Bombonera suele ser pintoresca. Un paso obligado de los turistas. Su acústica es también peculiar. Los partidos “suenan” de otra manera. Los rivales se intimidan. Los locales se agrandan ante los bramidos. Pero desde hace años se sabe que el césped no soporta mucho más que un chaparrón. Su sistema de desagüe es precario.
Los organizadores tomaron en ese sentido la peor de las decisiones: ignorar ese historial. ¿Solo por impericia? La expectativa global no tenía precedentes y se materializaba en el ingente dinero recibido por derechos televisivos. Los periodistas deportivos locales coincidían: de haberse tratado de un partido de la liga lo habrían suspendido en la misma mañana del sábado. Pero este desenlace de la Libertadores ponía en juego otra cosa. Otro negocio.
Otro escándalo
El escándalo no hizo otra cosa que estar en sintonía con lo sucedido con esta Copa Libertadores: a lo largo del certamen hubo jugadores que entraron a la cancha a pesar de que estaban impedidos, equipos sancionados con pérdida de puntos, castigos muy discutibles, una pésima utilización del VAR y, como colofón, el diluvio del sábado.
Los jugadores fueron enviados a sus hoteles, pero a los cientos de hinchas pasados por agua durante una vigilia inútil nadie les avisó que debían volver el domingo. En su primer parte, la Conmebol erró la puntería y dijo que el primer partido de la final se disputaría el 25 de noviembre, es decir, después del segundo, previsto para un día antes. Corrigió la errata de inmediato, pero dejó en el aire la sensación de que todo puede cambiar de una hora para otra.
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