ÉXITO SIN PRECEDENTES DEL DEPORTE ESPAÑOL
"Todavía no me lo creo"
«Estaba centrado. Sabía que iba bien preparado. Pero nos ha pillado un poco por sorpresa, también a él, porque en este deporte puedes tener un mal día y Yuzuru es un crack», explicaba por la tarde Antonio, el padre de Javier Fernández, que, en su puesto de trabajo y por la diferencia horaria, apenas pudo hablar unos minutos con su hijo. «Allí es de madrugada. Me ha dicho que está feliz pero que aún no ha aterrizado, que no es consciente de que es el mejor del mundo. Se lo merece. Por el esfuerzo principalmente, pero también por su humildad y compañerismo, que al final es de lo que más orgullosos nos sentimos. Los éxitos no le han cambiado», añadió.
Porque si algo cabe destacar del Superjavi Superjavies que «sigue siendo el mismo». Tras colgarse la medalla de oro, le llovieron calificativos como «auténtico héroe», «símbolo del deporte español», «orgullo para su país», «referente para los jóvenes»... Pero todos sus allegados, entre ellos el también patinador Javier Raya, prefirieron subrayar que «la humildad es su principal característica». El madrileño lleva años en la élite, desde que decidió probar en el extranjero sin saber apenas inglés, primero en Nueva Jersey de la mano de Nikolai Morozov y más tarde en Toronto para ponerse a las órdenes del doble subcampeón olímpico Brian Orser. Y con su palmarés (un oro y dos bronces mundialistas, tres oros europeos, un diploma olímpico), sería fácil presumir, pero solo quiere «hacer disfrutar a la gente patinando».
Hasta sus principales rivales lo consideran un amigo: ayer, el campeón olímpico, Yuzuru Hanyu, con el que comparte entrenador, incluso lo animó antes de que pisara el hielo del Centro Deportivo Shanghái Oriental. «Vamos, Javi», gritó el japonés mientras esperaba su nota en la zona de descanso, pese a que sabía que con sus fallos había dejado el título en bandeja al madrileño.
Centrado y preparado
Y Superjavi salió como un huracán para meterse en el bolsillo a los jueces. Solo falló en uno de los tres cuádruples programados, por lo que al salir de la pista su rostro era una mezcla de cansancio y alegría contenida. Hasta que vio la nota final en la pantalla del pabellón: 273,90. Se llevó las manos a la cara. No podía creérselo. El hijo de Antonio, un mecánico del Ejército, y Enri, una empleada de Correos, que dan por buenos todos los sacrificios que han hecho, el «chico sencillo» que un buen día emigró «para hacerse un nombre con esfuerzo, trabajo y dedicación», como recordó Miguel Cardenal, presidente del Consejo Superior de Deportes, lo había logrado.
«Ha sido muy duro, todos están en un grandísimo nivel. He trabajado mucho, pero no creí que sería capaz. Aún no me lo creo», reconoció a pie de pista el flamante campeón, que aún emocionado tuvo unas palabras para su amigo Hanyu, esta vez solo segundo: «Está muy contento por mí, es un gran amigo y un estupendo patinador. Espero que sigamos entrenando juntos muchos años porque aprendemos mucho uno del otro».
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