LOS VÁNDALOS DE LOS ESTADIOS

La intolerable tolerancia

Pancarta en recuerdo de Francisco 'Jimmy' Romero, en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán

Pancarta en recuerdo de Francisco 'Jimmy' Romero, en el estadio Ramón Sánchez Pizjuán / periodico

ROGER PASCUAL / BARCELONA

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"Si en el fondo no es un chico malo, aunque a veces se le va la mano". Con este verso de la canción Enrique el UltrasurLos Nikis captaron perfectamente la condescendencia con la que el fútbol español trató durante décadas las andanzas de los violentos en los estadios, corriente importada en los 80 del movimiento 'hooligan' inglés. Eran los tiempos en que los skinheads estaban de moda, en los que Ramón Mendoza botaba con los Ultrasur y en los que Joan Gaspart se sentía uno más de los Boixos Nois. "Cuando deje de ser presidente me iré seis meses con los Boixos Nois", decía en el 2003 el mandatario azulgrana, que tenía el carnet número uno de este grupo ultra desde 1996.

La gran mayoría de clubs toleraban e incluso financiaban y jaleaban la presencia de los violentos, que imponían su ley en estadios y desplazamientos. Las palizas a aficionados rivales y a otros seguidores del mismo club eran habituales, pero se prefería mirar hacia otro lado, considerándolo un exceso de pasión por los colores, chiquilladas, pecadillos de juventud.

Gil contra el Frente Atlético

La percepción social empezó a cambiar con la muerte en 1998 de Aitor Zabaleta, seguidor de la Real Sociedad, a manos de un miembro deBastión, la sección más dura del ya radical Frente Atlético. "Yo voy a terminar en el Atlético con estos grupos que no representan a nada ni a nadie", aseguró Jesús Gil en el 2001. Pero pese a las palabras del presidente del Atlético, los radicales del Frente Atlético siguieron campando a sus anchas, lanzando bengalas, botes, petardos y botellas al campo y protagonizando agresiones e incidentes racistas. El primero que se atrevió a dar el paso y aplicar una política de tolerancia cero con la violencia fue Joan Laporta a su llegada a la presidencia del Barça en el 2003. Primero les prohibió a los Boixos Nois tener un cuarto para guardar sus cosas en los bajos del Camp Nou. Pese a sufrir un intento de agresión y pintadas en su casa no se amilanó. Expulsó del club a varios boixos (como uno de los cuatro que había participado en el asesinato de Fréderic Rouquier, un seguidor perico tras un Espanyol-Sporting de Gijón) y les prohibió la entrada a la gran mayoría de radicales.

Las tornas cambiaron con el triunfo de Sandro Rosell en el 2010, que se había reunido con ellos en precampaña para buscar la fórmula para que pudieran regresar al Camp Nou. Bajo el amparo de la Grada de Animación les intentó volver a abrir la puerta a los Boixos Nois, pese las advertencias de los Mossos ante el riesgo de dejar entrar a vándalos. A espaldas de los cuerpos de seguridad, en enero del año pasado el club empezó a dar a los grupos de animación 110 entradas a 10 euros cada semana. "'Son nanos molt macos'conozco a algunos, son gente de lo más normal", defendió Rosell, cuando esta práctica salió a la luz, provocando que se terminara el intento de retorno encubierto de los Boixos.

Florentino veta a Ultrasur

Mientras Rosell buscaba cómo cumplir su compromiso electoral con los Boixos, Florentino Pérez planificaba el adiós a los Ultrasur. "Soy del Atlético, me gusta el Madrid y piso las gradas del Bernabéu. Al que no le guste ya sabe. Heil Hitler. Así se definía Antonio El Niño, nuevo líder de los ultras, dejando claro que para estos grupos el fútbol es lo de menos. El presidente usó la creación de una grada joven en el fondo sur para echar en enero a los violentos, pero solo tardaron mes y medio en volver a campo. Desde entonces tienen una guerra abierta con Florentino: pintaron la tumba de su esposa Pitina e intentaron reventar la última asamblea.

En el Power8 no se ven banderas de las Brigadas Blanquiazules. Con el traslado a Cornellà-El Prat desaparecieron las banderas y emblemas de este grupo perico de extrema derecha, pero sus miembros acuden al nuevo hogar en la Curva Jove. Durante demasiados años los clubs fueron condescendiente con los ultras; las directivas que toleran a los violentos son cómplices de sus actos.