Análisis
Jugar en tiempos revueltos
Martí Perarnau
Periodista
MARTÍ PERARNAU
Cada día nace una duda más alrededor de este Barça, como si cada balón lanzado al larguero por sus atacantes volviera escupido al campo con forma de pregunta. En el fútbol, el tiempo se compra con victorias, pero la máquina expendedora parece burlarse de Luis Enrique tragándose sus monedas. Han transcurrido ya las semanas necesarias como para que los impacientes reclamen del entrenador algo más que una maqueta aproximada al diseño definitivo, pero no los suficientes meses como para exigirle que haya resuelto todos los interrogantes.
El club no ayuda. El neonuñismo sociológico que recobró el poder en 2010 (Rosell, Bartomeu, Faus) ha desmantelado una gran parte de lo construido. Bajo el argumento de que hacía falta nuevas respuestas a las preguntas del fútbol se hizo girar el transatlántico. Es sabido que un transatlántico tarda mucho en girar y su movimiento resulta imperceptible al principio hasta que un día se comprueba que el rumbo ya es otro. Hace tiempo que el Barça ha girado de rumbo. El eufemismo empleado para justificarlo fue que era un «juego previsible», aunque subyacía algo mucho más profundo: lo maté porque no era mío.
Como si los vientos turbulentos que azotan el palco alcanzaran al banquillo, Luis Enrique sube la cuesta cada semana con empeño y tenacidad para acabar a menudo en la casilla de salida con más enigmas que el día anterior. Ante las dudas todos los ojos regresan a Xavi, el único que parece conocer las respuestas. Esto es mucho más que un problema, y no por la edad de Xavi sino porque a estas alturas el capitán debería ser guardián de las esencias y no remedio de todos los males. Volver la vista a Xavi cada vez que se choca contra un iceberg es el símbolo de esa brújula que duda sobre dónde está el norte.
Las buenas noticias poseen carácter individual. Un día es Messi, otro el portero, ayer Luis Suárez, cuyos fantásticos movimientos y reversos solucionaron el, posiblemente, partido más pésimo del Barça en estos últimos tiempos. Mientras el entrenador busca esa nueva identidad, la vulgaridad se ha adueñado del colectivo, al que solo salvan ráfagas de un gran talento individual. Sin duda coexisten muchas causas: hay jugadores que fueron y ahora no son; hay innumerables lagunas tácticas, quizás fruto de la tensión, quizás de un trabajo que puede ser mejorable; hay un ideario de juego todavía por descifrar y que debe convivir con una planificación de fichajes trufada de incoherencias; y hay nervios.
Dos victorias consecutivas no atemperan dichos nervios institucionales dado que ni siquiera parecen servir para ganar tiempo. A la promesa de una nueva identidad todavía no se le advierten los contornos. El que fuera el equipo más reconocible de todos parece hoy necesitado de firmar las victorias sin importar , encomendado al aliento de cualquiera de sus genios, que van saltando de iceberg en iceberg, sorteando escollos y resolviendo problemas mientras sangran los ojos con la posición cada vez más retrasada de Messi.
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