Sexualidad femenina

Historia (clandestina) de la vagina

La obra ‘Los monólogos de la vagina’ echó luz sobre la sexualidad femenina y las violencias machistas.

En su 25º aniversario, exploramos la historia cultural del órgano sexual femenino.

Historia (clandestina) de la vagina

Historia (clandestina) de la vagina

Núria Marrón

Núria Marrón

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Entre el control y la vergüenza, el órgano sexual femenino ha tenido una problemática historia en la que hoy abundan desde museos y exposiciones hasta cuentas de Instagram y talleres de educación sexoafectiva que desmontan milenios de mitos y tabús. Contribuimos a excavar en un legado aún en disputa. 

Al principio, la vulva era sagrada

A pesar del estigma de perfidia, vergüenza y suciedad que aún hoy planea sobre la vagina, la historia comenzó de forma bastante amistosa para la sexualidad femenina. En las paredes de los primeros asentamientos, así como en las figuras y objetos primigenios, proliferaron vulvas, a menudo de dimensiones exageradas (en la imagen, la primera encontrada, de 35.000 años), a las que los historiadores vinculan ahora con a/ la hipótesis de "un estado primitivo de matriarcado" y b/ la certeza de que "la sexualidad y la fertilidad femeninas se consideraban sagradas", explica la divulgadora, politóloga y crítica cultural Naomi Wolf en 'Vagina. Una nueva biografía de la sexualidad femenina'. "La vulva era un elemento espiritual y existencial –añade Liv Strömquist en 'El fruto prohibido', el cómic que ha socializado con descargas de humor a una nueva generación de jóvenes– y no se sentía hacia ella el pánico que se desarrollaría más tarde". 

La 'Venus' de Hohle Fels, que tiene una antigüedad de 35.000 años.

La 'Venus' de Hohle Fels, que tiene una antigüedad de 35.000 años. / ARCHIVO

Por ejemplo, la vulva de la diosa sumeria Inanna –que copulaba "en sagrado matrimonio" con el dios-pastor Tamuz– era reverenciada, hace 5.000 años, con adjetivos entusiastas –"mágica", "maravillosa"– y se consideraba que de ella emanaba "sabiduría". Incluso en numerosas culturas –de las primitivas a la griega y de la egipcia a la celta, con sus "brujas sagradas"–, enseñar el pubis era un gesto "humorístico y vigorizante", explica Strömquist.

La cosa, sin embargo, empezó a cambiar con la Grecia clásica. Al tiempo que Safo de Lesbos conjuraba las primeras metáforas vibrantes de la poética occidental sobre la excitación femenina, las mujeres pasaron a ser consideradas meros agentes reproductores. Y el médico Galeno, inspirado por el espíritu de los tiempos, dejó dicho que la vagina era en realidad un pene vuelto del revés. Los griegos, además, creían que el útero era flotante y que el carácter nervioso de las mujeres estaba causado por esa tozudería errante de la matriz. De hecho, la raíz de histeria –'hyster'– proviene de la palabra griega que significa útero.

Y luego llegó el odio

Un nuevo orden también se había ido fraguando en la otra esquina del Mediterráneo. Los hebreos desarrollaron el monoteísmo en un contexto en el que "las religiones en torno a una diosa habían establecido un sistema de sacerdotisas sagradas que, puntualmente, copulaban con los adeptos con el fin de llevar orden y bondad a la comunidad", explica Wolf. Así, el nuevo culto a un dios único (y masculino) abominó de estas prácticas, aunque siguió considerando sagrado el sexo dentro del matrimonio.

Pero entonces llegó Pablo y, junto al cristianismo, proclamó el advenimiento de un puritanismo inflamado: la sexualidad pasaba a ser mala y vergonzante, y el erotismo femenino, "un cebo venenoso que lleva a la perdición", glosa Wolf. De hecho, el padre de la Iglesia Tertuliano llevó esta idea hasta el paroxismo y más allá: en adelante, el único fin de las relaciones sexuales sería la procreación. ¿Y la metáfora más ajustada para la vagina? "Un templo construido sobre una cloaca", "la puerta de entrada del diablo". 

El padre de la Iglesia Tertuliano afirmó que la vagina era "un templo construido sobre una cloaca", "la puerta de entrada del diablo" 

Ya en la Edad Media, el órgano sexual femenino alternó la condena oficial con "un cariño picante y coloquial", apunta Wolf, que se pulsa en la literatura y el folclore. Pero la época, junto a las soflamas del amor cortés, también marcó el inicio de un confinamiento atroz: cuando el marido partía de viaje o a guerrear, podía colocar a la esposa un espantoso cinturón de castidad que dificultaba la higiene y provocaba úlceras terribles.

Ese abrasivo control reapareció con furia durante la caza de brujas, cuando el poder civil y eclesiástico se puso a perseguir a mujeres que se salían de la horma, ya fuera por libres, por curanderas, por practicar abortos o vete a saber por qué. Las "marcas del diablo" –¿lo adivinan?– se buscaban en la vagina y las torturas, por supuesto, se infligían en el órgano sexual.

Una de las tallas figurativas celtas de mujeres que se encuentran en Irlanda y Gran Bretaña.

Una de las tallas figurativas celtas de mujeres que se encuentran en Irlanda y Gran Bretaña. / Archivo

¿Alguna buena noticia? Con el Renacimiento, cuando aún se creía que si no había placer no había concepción, se impulsaron los estudios de anatomía y en 1559 el cirujano italiano Renaldus Columbus identificó el clítoris, al que llamó "amor" o "dulzura de Venus". "Desde esa fecha, se ha descubierto, perdido y vuelto a descubrir –dice Wolf–. Los continuos errores y olvidos respecto a su ubicación o función no tienen paralelo con ningún otro órgano en la historia de la anatomía occidental".

El control victoriano

La Ilustración heredó la idea de que la mujer ideal era la 'mujer-nada': la que nada sabía ni de la vida ni de la sexualidad. Sin embargo, la entrada en juego de la razón fue dolorosamente ambivalente: la industrialización y las mejoras en la educación contribuyeron a una mayor emancipación entre las mujeres de clase media y alta, pero también se desplegaron nuevas formas de sometimiento sexual. "La moderna concepción de la vagina, la que hemos heredado, se desarrolló en el siglo XIX: una vagina avergonzada, sexualizada en un sentido restringido, desacreditada y sometida al estudio científico", dice Wolf.

Imagen que ilustra la persecución de las mujeres que "parecían" prostitutas.

Imagen de la época. / Archivo

El clítoris, por ejemplo, era causa de bajeza moral, la lectura de novelas entre las jóvenes provocaba lujuria, el útero penalizaba la capacidad intelectual y la masturbación–auténtico pozo de obsesiones– se erigió en algo peligroso si no la ejercitaban los propios médicos para "liberar los nervios" bajo el eufemismo de "masaje uterino". En las clases medias, la transferencia de la salud reproductiva de las parteras a los médicos varones implicó una intervención "impaciente y agresiva", explica Wolf, que basculó entre la introducción de los partos con las mujeres echadas -una práctica inaudita más allá del occidente medicalizado- hasta, en los casos más extremos, extirpaciones de clítoris en niñas que se masturbaban. Para las sexualidades clandestinas también había castigos. En Inglaterra, por ejemplo, se podía perseguir a cualquier "sospechosa" de prostitución y encerrarla contra su voluntad para someterla a un examen púbico. La guinda a la confusión la acabó aportando Sigmund Freud, que decretó que las "mujeres maduras" tenían orgasmos vaginales, no clitorianos, una idea abracadabrante que se extendió hasta la segunda mitad del siglo XX.

De las damas del blues a Shere Hite

Nuevos aires llegaron tras la primera guerra mundial, con artistas, bailarinas, cantantes y escritoras que zarandearon viejas ideas y opresiones. A ello también contribuyeron –junto con las primeras clínicas de control de la natalidad–, las damas afrodescendientes del blues, que a pesar de la historia celebraron la sexualidad femenina sin vergüenzas ni culpas. 

La soberana de blues, Bessie Smith.

La soberana de blues, Bessie Smith. / Archivo

Ya en los años 70, Shere Hite lanzó su célebre informe en el que, en lugar de decirle a las mujeres qué debían experimentar, investigó y determinó que, por mucho que dijera Freud, 2/3 partes de las mujeres no llegaban al orgasmo con la sola penetración y que por ello no eran ningunas disfuncionales demandantes de medicación. ¿Un apunte final? Hasta 1998 no se descubrió que el glande del clítoris era en realidad la punta del iceberg de un órgano que puede medir hasta 10 centímetros y cuyas terminaciones nerviosas se ramifican por todo el cuerpo, lo que "despojó de sentido toda la discusión en torno al orgasmo vaginal o clitoriano –apunta Liv Strömquist–, ya que todos ellos se originan en el mismo órgano". 

Anatomía aparte, la vulva sigue siendo un lugar en el que descargan mensajes de sino opuesto. Mientras la industria estética, ayudada por la pornografía 'mainstream', exprime el largo historial de vergüenzas e inseguridades vendiendo tratamientos de todo tipo (¿Qué tal un rasurado? ¿Y un blanqueador? ¿O mejor una operación de labios?), la conversación sobre la sexualidad –también en su diversidad de género y hasta anatómica: entre el 1% y el 2% de los bebés nacen con un órgano que no encaja con lo que la biología considera 'masculino' o 'femenino'– sigue ensanchando sus confines.    

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