Crisis climática: Y yo, ¿qué puedo hacer?

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Michele Catanzaro

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La orquesta del 'Titanic' resuena en la cabeza de los más concienciados con la crisis ambiental. El barco se hunde y la música sigue. La emergencia climática y el colapso de la biodiversidad amenazan con modificar nuestro entorno. Pero la política y la economía miran a otro lado o se quedan cortas.

Cada vez más gente se siente obligada a actuar en primera persona. «Tras unos años escribiendo sobre medio ambiente, te llevas la ansiedad a tu casa. Me enfadaba porque mi pareja había comprado fruta de Sudáfrica. Me amargaba la pajita de plástico en el tinto de verano. Me entraba frustración si me regalaban una camiseta de 'fast fashion'», cuenta Irene Baños, periodista ambiental afincada hasta hace poco en Alemania y autora de 'Ecoansias', que acaba de publicar Ariel.

«Es una disonancia cognitiva que nos pasa a mucha gente. Actuamos de forma distinta al conocimiento que tenemos y nos sentimos culpables», afirma Andreu Escrivà, divulgador ambiental y autor de 'Y ahora yo qué hago', que acaba de salir en edición de Capitán Swing.

Ambos libros responden a la creciente «ecoansiedad». «No podemos agobiarnos con todo lo que deberíamos hacer. Tenemos vidas complejas y otras preocupaciones. Lo mejor es coger unas parcelas concretas e intentar mejorar en ellas. Y cuando hemos progresado en una, entonces pasamos a otra», aconseja Escrivà. 

Los cambios individuales tampoco son la panacea. «Durante el confinamiento, con el máximo de contención individual, el sistema siguió generando el 80% de las emisiones habitual. Si agregamos las emisiones que se pueden ahorrar cambiando estilos de vida, no superarían el 25% del total. Las decisiones individuales suman, pero son las colectivas las que transforman», afirma el divulgador ambiental. 

Ser consciente de estos límites, no exime de actuar. «No existe un día ideal, perfectamente sostenible. No vale la misma solución en Almería y en Bilbao. Pero acciones adaptadas a la realidad de cada uno pueden tener un impacto», afirma la periodista. Este suplemento da algunas de ideas para empezar a cambiar el día a día.  

7.00 HORAS

Me lavo con jabón a granel, mejor que con un bote de un solo uso. Utilizo productos sin microplásticos. (Nota mental: apoyar a asociaciones de consumidores que exijan transparencia en las etiquetas)

Elijo ropa según la meteorología, para no depender de la climatización. Uso mi ropa todo lo que pueda y la remiendo antes de tirarla. Si no tiene microfibras de plástico, mejor. (Nota mental: ¿cómo debería ser el comercio y el trabajo para que la ropa fuera más insostenible?)

Desayuno leche vegetal mejor que de vaca. Voy al trabajo a pie, en bicicleta o con transporte público. O comparto coche y conduzco de forma eficiente. (Nota mental: ¿qué candidatos a la alcaldía quieren fomentar la movilidad sostenible?)

Los cambios cotidianos plantean preguntas. «A través de esas acciones eres capaz de darte cuenta del problema estructural. Si quieres ir en bici o comprar sin plástico, te das cuenta de los obstáculos», observa Baños. 

«El cambio climático está en todo. Cuando te haces preguntas sobre la ropa o la comida, acabas pensando en cómo se producen y se transportan», afirma Escrivà.

Aquí asoma la primera trampa. «No sirve de nada comer un alimento ecológico importado de un invernadero de la otra punta del mundo. Tampoco comprar ropa de material reciclado, si la empresa que la produce cambia de modelos a toda velocidad. O que sigamos tirando un montón de plástico, aunque separemos bien a qué basura. El problema del consumismo es no pensar antes de comprar», dice Baños. 

El consumismo «ecológico» reemplaza unos productos por otros sin grandes mejoras. Además, apacigua la conciencia y desincentiva las reivindicaciones. El reciclaje es muy importante, pero gasta energía y la mayoría de los desechos se le escapan. No se trata de consumir distinto, sino de consumir menos y tirar menos (especialmente comida) 

9.00 horas

En el trabajo, uso la climatización a una temperatura razonable. ¿Es imprescindible llevar un traje con el calor que hace? ¿Puedo sustituir viajes en avión por video-reuniones?

A media mañana como un bocadillo envuelto en la bolsa reutilizada de los cereales del desayuno. Bebo agua de una cantimplora llenada en el grifo. Me tomo el café en una taza. En las conversaciones, no escondo mi interés por el medio ambiente. (Nota mental: si nadie bebe del grifo, la calidad del agua irá empeorando)

Al informarme, huyo de cortinas de humo y me fijo en lo que más importa. Estoy suscrito a un medio que presta atención a las cuestiones medioambientales. 

En el almuerzo como menos carne, especialmente si es de vaca. Me llevo las sobras para la cena. (Nota mental: apoyar a ese grupo del barrio que recoge la comida que los supermercados tiran)

«La acción individual no es individualismo. Lo que hacemos no importa solo en nuestra parcela individual. Los comportamientos se extienden por imitación», comenta Escrivà. 

«Al llevar los temas medioambientales a la sobremesa, a veces recibes burlas, pero dejas una semilla. Yo venía de Alemania a España en autobús y la gente me preguntaba: ¿y eso por qué lo haces? Así, empezaban a pensárselo», relata Baños. 

Otra trampa es convertirse en una especie de ermitaño. El neoliberalismo verde circunscribe la responsabilidad a nuestra parcela, para desanimar las transformaciones colectivas profundas. Pero hay victorias legales, políticas, y vecinales, que también dependen de nosotros. 

«Lo importante es buscar personas con intereses parecidos. Agruparse. Y votar. En Alemania, por ejemplo, el partido verde ha crecido porque responde a una demanda social», explica Baños. 

17.00 HORAS

Recojo a los niños en el colegio y voy a comprar. Llevo una lista para comprar lo justo. Compro productos de temporada, de proximidad, con poco envoltorio o a granel. Me llevo bolsas de tela y ‘tuppers’ para transportarlos. (Nota mental: ¿cómo podría ser más fácil reconocer los productos más sostenibles? ¿qué reglas facilitarían que sus precios fueran mas baratos?)

Llevo un electrodoméstico estropeado a que me lo reparen. Dejo a los niños con mi pareja y voy a una reunión de una entidad en la que participo.

«El estilo de vida que se percibe como sostenible, como comer ecológico o conducir un coche eléctrico, es caro. El que es realmente sostenible, como consumir menos, de proximidad, de temporada, no lo es, en términos de dinero. Sí que lo es en términos de tiempo», observa Escrivà.

Caminar al trabajo, planificar la compra, cocinar comida fresca, viajar en tren en lugar que en avión… Todo ello requiere tiempo. Una semana laboral de cuatro días daría como resultado menos emisiones, según Escrivà. 

Mientras eso no pase, una vida sostenible es más fácil para quienes pueden «comprar» tiempo. ¿Es posible que se acaben culpando a los que comen hamburguesas cada día o viajan en su coche destartalado, porque no tienen más remedio? 

«Es cierto. La misma comida basura que genera la relación entre obesidad y pobreza también es mala para el planeta. Pero eso debe cambiar. No puede ser que esa comida sea más barata o que viajar en avión sea más barato que en tren. Hay que internalizar los costes ambientales con una fiscalidad verde», responde Baños. 

20.00 HORAS

Cocino lo justo, priorizo proteínas vegetales como las legumbres y aprovecho las sobras. Les pregunto a mis hijos si han hablado del cambio climático en la escuela. 

Separo bien los desechos y me pregunto qué podía evitar consumir. (Nota mental: ¿qué partidos proponen impuestos a los productos de un solo uso?)

Planifico las vacaciones buscando destinos que se puedan alcanzar con transportes alternativos al avión. (Nota mental: ¿qué opina el partido que voto sobre las subvenciones a las compañías aéreas? ¿Y de que no paguen impuestos sobre el combustible?)

Antes de ir a dormir, desenchufo los aparatos electrónicos y corro las cortinas para aislar la casa. (Nota mental: pasarme a un proveedor de energía limpia o autoproducirla)

Mientras algunos sufren ecoansiedad, otros no renunciarían nunca a su coche, a una escapada en vuelo 'low cost' o a comprar tonterías durante el Black Friday. ¿Cómo convencerles?

«Se habla poco de lo mal que lo vamos a pasar si no cambiamos. Cuántos trabajos se van a perder, cuántas enfermedades llegarán. El enorme daño en la agricultura y en el turismo», responde Baños. 

Escrivà ve otra vía. «Hay muchísima gente que no está a gusto con su vida, que ve el mundo mal montado, que tiene poco tiempo… Una vida más sostenible sería más calmada. Si se hiciera el cambio, la gente ya no querría volver atrás», concluye. 

Ecoansiedad, la secuela psicológica de la crisis climática

La angustia crece con el avance de la emergencia climática / Miriam Lázaro / ZML

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