Carlos de Inglaterra: el príncipe septuagenario

Abuelo, pretendiente a un trono inalcanzable, el tiempo se acaba para el hombre que aspira a ser rey y nunca ha encontrado su papel

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Begoña Arce

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Carlos de Inglaterra es un hombre impaciente. Lo confirman sus allegados e incluso su esposa. Una paradoja para quien está obligado a esperar por mandato divino. Esperar en su caso más que ninguno de sus predecesores, aspirantes al trono de Inglaterra. El que nació confiado en convertirse en rey, pasará a la Historia como el eterno heredero. Carlos Felipe Arturo Jorge, príncipe de Gales, duque de Cornualles, duque de Rothesay, conde de Carrick, barón de Renfrew, conde de Chester, lord de las Islas y príncipe y administrador de Escocia cumple el próximo miércoles 70 años. Más que la edad de la jubilación, sin haber ocupado aún el puesto prometido desde la cuna. Será un monarca anciano, si llega a serlo alguna vez, con mucho más pasado que futuro.    

El príncipe de Gales es una figura algo decadente y controvertida. En un sondeo realizado en enero de este mismo año solo un 9% de los británicos le elegía entre los miembros favoritos de la familia real. Observado y juzgado desde que naciera el 14 de noviembre de 1948 en el palacio de Buckingham, incluso los defensores de la monarquía tienen serias reservas sobre su capacidad para suceder a su madre, Isabel II. Pocos desean que ese momento llegue.

«Francamente, tenemos mucha suerte de que no sea Rey», afirma Tom Bower, autor de 'El príncipe rebelde', una biografía no autorizada sobre el heredero. «Porque si bien la Reina ha sido una soberana ejemplar y ha mantenido la estima por la monarquía de la mayoría de la gente, creo que Carlos la dañará». Bower le muestra en su obra como un personaje excéntrico, caprichoso, obsesionado con la opinión pública, incapaz de aceptar una crítica. «Preside una corte en la que no hay lugar para la democracia o los puntos de vista disidentes, como un señor feudal», señala.  Incluso algunos de sus fieles temen que, una vez llegue al trono, actúe por su cuenta, sin hacer caso de consejeros y asesores.

Entrometido

En un documental emitido esta semana por la BBC con motivo del aniversario, Carlos se defiende de quienes le acusan de entrometerse en asuntos públicos. «Si es entrometerse el preocuparse de las barriadas de extrarradio, como hice hace 40 años y en lo que pasa y no pasa allí, las condiciones en las que la gente vive, si eso es interferir, estoy orgulloso de ello».

El documental, hecho a la medida, le presenta como un trabajador infatigable que prolonga las jornadas hasta medianoche.  «Realmente quiere salvar el mundo. Dentro de él hay una pasión por ayudar», afirma Camila. Sabido es de las innumerables cartas que el príncipe ha dirigido a primeros ministros y miembros del gobierno expresando sus variados puntos de vista, que son muchos, sobre uso de dinero público, la comida en las escuelas, el equipamiento del ejército o abogando por la regulación de las medicinas alternativas, de las que es un firme defensor. Esas y otras intervenciones, le han valido el ser acusado de saltarse el principio de neutralidad que rige en la monarquía constitucional británica. En el pasado se reveló haber mantenido 36 reuniones con miembros del gobierno en un periodo de tres años. El exprimer ministro Tony Blair le consideraba un elemento «tóxico» y con David Cameron tuvo una agarrada y le gritó, cuando sugirió que el control de los parques reales en la capital pasase a depender del gobierno local de Londres.

«Francamente, 
tenemos suerte
de que no sea
Rey», afirma su
biógrafo no
autorizado
Tom Bower

«Hay muchas cosas sobre las que he tratado de llamar la atención a lo largo de estos años, porque pensé que era necesario y nadie lo estaba haciendo. Quizás ahora, algunos años más tarde, estén comenzando a darse cuenta de que lo que trataba de decir no era tan descabellado como ellos pensaron», declaró el príncipe en una entrevista con su hijo menor, Enrique, el año pasado.

¿Casan ecología y lujo?

Sus defensores resaltan la labor de ayuda a los jóvenes a través del Prince’s Trust, desde los años 70. Alaban también su preocupación por el destino del planeta. Pero esas inquietudes ecológicas encajan mal con una vida de lujos y dispendio.  El Príncipe viaja en 'jet' privado, utiliza el tren real, sus desplazamientos son los más caros de toda la familia Windsor y tiene un ejército de sirvientes a su disposición, incluso para las tareas más nimias. Tampoco escatima gastos en sus fiestas, una prodigalidad, que la Reina, mucho más austera que él, no comparte.

La vida de Carlos quedó marcada para siempre por su trágico matrimonio con la princesa Diana. Nunca se ha recobrado de los escándalos de los años 90, las filtraciones a la prensa, las infidelidades y el brutal final de la princesa en París. Su larga espera como heredero ha servido para que poco a poco el público haya ido aceptado a Camila, a la que se culpó de la ruptura de un matrimonio inviable desde el principio. 

Fría relación con los hijos

El príncipe de Gales exige, que una vez llegada la sucesión, su esposa sea nombrada Reina consorte, algo que no todos ven con buenos ojos. Tampoco ha sido fácil la relación con sus dos hijos. En otra reciente biografía, esta vez autorizada, titulada, 'Carlos a los 70: pensamientos, esperanzas y sueños', su autor, John Blake, afirma que el hijo primogénito, Guillermo, tiene el temperamento caliente de su madre y le dice las cosas a su padre a la cara. Entre ambos existe una cierta frialdad. Enrique también tiene un carácter volátil, pero la presencia de Meghan, por la que Carlos siente al parecer aprecio, le habría acercado a su hijo menor. 

Toda la familia real se sentará a la mesa la próxima semana para celebrar el cumpleaños del Príncipe en el banquete organizado por la Reina, que a los 92 años sigue gozando de buena salud. Carlos el impaciente, apagará las velas. Y seguirá esperando.