LA GUERRA DE LAS PERSONAS

Roser Rosés: "Los niños cosíamos petos para el frente"

ROSER ROSÉS SENABRE (Barcelona, 1926). ‘Trenes tallades: records d’una nena de Rússia’ es el título de su libro de memorias. Fue evacuada a la URSS con 12 años huyendo de las bombas.

Roser Rosés Senabre

Roser Rosés Senabre / periodico

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El 19 de julio de 1936, cuando la insurrección franquista en Madrid llegó a Barcelona, Roser Rosés tenía 10 años y estaba de colonias en Calafell. «Paseábamos por la playa cuando oímos unos disparos. Supongo que el monitor intentó que no nos pusiéramos nerviosos y nos dijo que nos sentáramos todos en el suelo, que un perro rabioso se había escapado y lo habían sacrificado, pero era que algunos exaltados habían comenzado la guerra», recuerda Rosés. 

'Trenes tallades: records d’una nena de Rússia' (Cal·lígraf) alude a un episodio real. Cuando fue evacuada a la URSS, con 12 años, le cortaron el pelo por higiene. También es una metáfora, la de la pérdida. La personal y la colectiva. Aunque el pelo cortado crece. Ha cumplido los 90 y hace 10 que Rosés comparte su experiencia por los institutos catalanes, siete u ocho al año, junto con otros miembros del Consell de Savis del Museu d’Història de Catalunya.

BOMBARDEOS

"Yo era una niña y al principio no me daba cuenta de lo que era una guerra civil", explica. El conflicto, sin embargo, se fue filtrando en el día a día. "En el colegio, el Mossèn Cinto Verdaguer del Poble Sec, colaborábamos haciendo unos petos con papel de periódico para que los soldados no pasaran frío en el frente. Los niños hacíamos de sastres", recuerda. "Por todas partes había mapas con puntos señalados con agujas, que indicaban los avances de un frente y de otro. Estaban en los lugares públicos y alguna gente los tenía en casa", añade. 

Pero los bombardeos, prosigue, acabaron siendo el punto más desastroso. Rosés recuerda una ocasión en la que empezaron a sonar las sirenas y todos los niños de su clase salieron a la ventana para ver los aviones "pequeñitos" sobre el cielo. "Dentro de la desgracia, nos hacía gracia colocar cinta adhesiva en los cristales. Se hacía para evitar que las bombas hicieran saltar los cristales e hirieran a alguien", explica. La onda expansiva podían llegar a reventar a una persona por dentro. "Tuve un amigo que murió por la onda expansiva. Todos llevábamos una maderita y la mordíamos para evitarlo. Mi hermano todavía conserva la suya".

Pero en marzo de 1938 empezaron a bombardear cada tres horas. "Las sirenas no dejaban de sonar. Mi hermano y yo ya no nos movíamos del metro. Mis padres se iban a trabajar y nosotros nos quedábamos allí", explica. 

El tío de Rosés, que era médico, coordinaba expediciones de evacuación a la URSS y pensó en poner a salvo a su mujer embarazada y a su hija, de 3 años. Él se reuniría con ellas después y todos volverían juntos a Barcelona cuando se restableciera el orden. "Yo lo pasaba muy mal con las bombas y quise ir con mi tía y mi prima", explica. Todos esperaban vivir en familia en la URSS, pero al llegar fueron separadas en pabellones de diferentes. 

La República cayó y el tío de Roser Rosés tuvo que huir a México. La pequeña enfermó y murió. "Fue un golpe muy fuerte para mi tía, que le dio la espalda a todo y no quiso aprender una palabra de ruso. Su hijo nació en Rusia y eso fue lo que le salvó", afirma. La tía, su bebé y una Rosés adolescente vivieron la segunda guerra mundial en territorio soviético. Después de reunirse con su tío en México, regresaron todos juntos a Barcelona en 1947, con papeles falsificados. Ella había cumplido ya los 21 años. "Tuvimos que aprendernos unas direcciones en Francia donde supuestamente habíamos vivido. Estas falsedades te hacen vivir en falso. El miedo que implantó Franco cambió a la gente. Durante mucho tiempo tuvimos que cambiar muchas cosas de nuestra vida para poder sobrevivir", asegura.