Los 'gigantes' con los que no se atrevió Induráin

Tourmalet por Sergi López Egea

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Sergi López-Egea

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Cuenta la leyenda que hubo una vez un ciclista que machacaba a todos los rivales en una contrarreloj similar a la que se disputó este martes en Valladolid. Se llamaba Miguel Induráin y se convirtió en el ogro durante el Tour de corredores como Claudio Chiappucci, Gianni Bugno, Tony Rominger, Alex Zülle o Marco Pantani, ciclistas que marcaron una época extraordinaria de ciclismo con el campeón navarro siempre en lo más alto, de 1991 a 1995, cinco veces consecutivas, como patrón de la Grande Boucle.

En esos tiempos las contrarrelojes, el arte en el que Induráin era como Pablo Picasso en la pintura, no eran etapas de veintipocos kilómetros, como sucedió en el Tour o ahora en la Vuelta. En los años 90 del siglo pasado eran contrarrelojes de verdad que podían llegar hasta los 65 kilómetros, como ocurrió en 1992, en la mayor obra creativa de Induráin, en Luxemburgo, cuando dejó a todos los adversarios a más de tres minutos. Allí el diario ‘L´Équipe’ lo bautizó como el ‘Extraterrestre’.

'Cronos' cortitas

Hoy en día con ‘cronos’ tan cortitas Induráin tendría algo más complicada la victoria en las clasificaciones generales. Por ejemplo, en 1992, el Tour programó un total de tres contrarrelojes individuales. Y las tres fueron ganadas por Induráin. Así que, en la actualidad, casi se podría decir aquello de ‘apaga y vámonos’ igual a un lugar poco indicado a la hora de enumerar las enormes opciones de Induráin para imponerse en una carrera como el Tour, el Giro, o la Vuelta, la única de las tres que nunca pudo ganar el genio de Navarra.

Sin embargo, el martes hubo una cosa que me llamó la atención y que sirve de ejemplo para demostrar lo que ha cambiado el ciclismo desde que Induráin destrozaba a todos los contrincantes en una contrarreloj. Él siempre apostó por los ‘gigantes’ de la época. Recuerdo escribir y enumerar los platos que movía Miguel en sus grandes ‘cronos’ en el Tour: Luxemburgo, Bergerac, o en los lagos de Madine o Vassivière precisamente con el término de ‘gigantes’, porque sólo él se atrevía con los 54 o 55 dientes. Tampoco nadie podía pensar por aquel entonces que los corredores ascenderían montañas con platos y piñones chiquitos como bebés, o que llevarían frenos de disco, o unos cuadros de carbono ligerísimos… que entrenarían con ciclocomputadores y que estarían todo el día hablando de vatios en vez de “sensaciones”, las “buenas sensaciones” que siempre citaba Miguel cuando dibujaba algo bello sobre la bici.

Los 60 dientes

Hoy en día, los sucesores de Induráin, muchísimo más jóvenes que él cuando sometía a todos bajo su tiranía deportiva, se desplazan en las contrarrelojes con platos de al menos 60 dientes y si ves que no te atreves con esa medida, mueves 58, como hizo Enric Mas en Valladolid para tratar de salvar un día esquivo para él.

Si hace tres décadas alguien hubiese imaginado estos platos grandes como paellas quizás hubiese dicho aquello de que más que gigantes eran molinos. Porque similar tamaño sólo se utilizaba para la pista. Induráin, por ejemplo, rozó en 1994 la marca actual con los 59 dientes, pero fue en el velódromo de Burdeos, bajo techo, cuando batió el récord de la hora.

En Valladolid, por cierto, Induráin cubrió con su bici (pero con desarrollos suaves) el recorrido de la ‘crono’ antes de que comenzase la etapa. No muy lejos de él, casi al mismo tiempo, Pedro Delgado y Óscar Freire, en compañía de Roberto Torres, un ex del ciclismo reconvertido en enviado especial de la cadena Ser, también rodaban por las calles de la ciudad castellana, en una fiesta del ciclismo que luego se convirtió en un mercado de ‘gigantes’.